Eterna juventud
Marcelinho Huertas vive sus mejores años de baloncesto tras dos décadas de carrera y a punto de cumplir los 39.
A dos semanas de cumplir 39 años, bien pareciera que Marcelinho Huertas tuviera muchos menos. En su particular pacto con Lucifer, acaso un Benjamin Button del baloncesto europeo, este brasileño que hizo las Europas hace casi dos décadas sigue empeñado en alargar su carrera deportiva, tan infinita como su talento con una pelota meciéndose entre sus manos previo paso por un parquet del que recibe la veneración de cada astilla.
Hace unos días, las 14 asistencias que repartió ante el Manresa en la final de la BCL, que el Lenovo Tenerife gana por segunda vez, fueron la perfecta consecuencia de una trayectoria cincelada hasta el mínimo detalle, cada centímetro de su cuerpo cuidado al extremo, ni que fuera obra del mismísimo Miguel Ángel, tremenda su anatomía rondando las cuatro décadas de vida por muy deportista de élite que sea.
Para Huertas, que recientemente ganó por tercera vez el premio a mejor jugador latinoamericano de la ACB, La Laguna, hermosa ciudad tinerfeña Patrimonio de la Humanidad, es su particular Galería de la Academia. Allí al fondo, imponente su figura, Huertas espera a la afición canarista en el pabellón Santiago Martín como el David espera a quienes lo visitan. Inmortales ambos.
Ocurre que para el Lenovo Tenerife la vida es bella con Huertas al timón. Semifinalista de Copa y Liga Endesa, cuesta creer, por ejemplo, que Shermadini fuera MVP sin el base brasileño a su lado. Si perfecto es el tándem que forma en la cancha con el gigante de Georgia, la sociedad ilimitada que le une a Txus Vidorreta le ha dado al equipo tinerfeño mayores dividendos de los que nunca imaginó, encarnados ahora con el segundo título europeo, lleno de confetis el reencuentro de dos de los actores más relevantes del baloncesto español, que ya coincidieron en Bilbao en la temporada 2007/08.
Plenitud
Su rendimiento actual, todo un ejemplo de resistencia, no se entendería sin los tres años en Badalona o los cuatro de Barcelona y Vitoria, donde pisó la élite europea. También lo hizo en la NBA, jugando en unos Lakers de capa caída en los que tuvo la suerte de disfrutar del último partido de la carrera de Kobe Bryant.
Vive, además, una esplendorosa madurez en la que su estricta dieta, un martirio para el común de los mortales, mantiene su anatomía en perfecto estado. No se le ve comiendo carne y apenas pescado. Ni rastro de leche o productos derivados, como reconoció en El País, “porque contribuyen a la inflamación del cuerpo y alargan el proceso de recuperación”. Frutas, verduras, semillas y legumbres copan su mesa.
Siente Marcelinho, pura verdad en la cancha, una eterna juventud en la que, desde luego, nada es por casualidad, protagonista recurrente de una rueda vital que no tiene intención de dejar de girar.