NBA | LAKERS 83 - TIMBERWOLVES 107
Pantomima de los peores Lakers
Bochornoso tercer cuarto de los angelinos (12-40) y fracaso de Westbrook contra unos Wolves que ganaron muy fácil, simplemente aprovechando los regalos de un rival horrendo.
Después de dos victorias de taquicardia pero mucho mérito, con prórrogas y angustias contra dos buenos equipos del Este, Hornets y Heat, la cosa se puso muy cruda para los Lakers en la visita de los Timberwolves. Sí, llegaba al Staples uno de los peores equipos del momento, con seis derrotas seguidas y un 3-7 que ahora es 4-7 después de esta paliza (83-107). Pero, más que eso, más allá del rival, pareció que la suerte se cobró lo que había prestado a los angelinos en los partidos anteriores. Si para ganar a los Heat con la rotación en cuadro tuvieron que alinearse todos los astros, para firmar una hecatombe como esta tenía que azotar un vórtice del más puro caos. Un desastre, un espanto. El horror cósmico.
Los Lakers (7-6 ahora) siguen sin LeBron James (se ha perdido ya siete partidos) y siguen sin rotación (Horton-Tucker no termina de volver, Reaves ha caído, no hay noticias de Nunn, Ariza tiene para rato…). Más allá de los problemas que eso supone para jugar y para conectar unas rutinas de cambios con sentido y profundidad, está el asunto de la factura que puede pasar a un equipo veterano jugar tan corto y con tanta exigencia (insisto: dramas, finales en el alambre, prórrogas…). Es difícil saber si hubo algo de eso en esta noche horrible, pero mañana llega otro equipo débil del Oeste, los Spurs, al Staples, donde ya han ganado Thunder y Wolves. Y en sesión matinal. Glups.
Vamos a describir el horror y espero que esto no lo lean niños. Es desagradable, pero hay que contarlo. Como si fuera una partida al 2K y el jugador que manejaba a los Lakers se hubiera ausentado unos minutos. Peor: como si su gato se hubiera puesto a juguetear con el mando abandonado en el sofá. Como si los Monstars de Space Jam les hubieran quitado las habilidades y por la pista deambularan carcasas vacías de lo que deberían ser jugadores de la NBA (algunos, grandes estrellas). Fue todo eso y mucho peor: a los Lakers se les olvidó cómo jugar al baloncesto en la segunda parte. La primera fue muy poca cosa, pero por parte de los dos equipos. Los angelinos ganaban (49-44) y podían haber ganado por más, después de convertir un 4-11 inicial en un 26-15 que dejó claro cómo de débil era el rival en cuanto se le apretaba un poco. Y tuvieron cerca del descanso un 47-40 que no ampliaron porque fallaron un par de buenos tiros y Carmelo Anthony tuvo la ocurrencia de dar un guantazo en la cara a Okogie cuando este lanzaba el típico triple desde su campo que no iba a ninguna parte sobre la bocina (flagrante y tres tiros libres). Pero las cosas, sin un ápice de belleza, más o menos marchaban para un equipo obligado a sumar en mínimos.
Entonces vino el tercer cuarto. Ay, el tercer cuarto: parcial de 12-40 y 61-84 que llegó hasta un 61-91 y un +33 después. En 17 minutos de juego real se pasó de un 47-40 a un 61-91: parcial de 14-51. A favor de, insisto, unos Wolves que venían de seis derrotas seguidas. Los Lakers abrieron ese tercer parcial con dos pérdidas ridículas de Russell Westbrook y después de una canasta de Anthony Davis estuvieron más de siete minutos sin anotar en juego, solo un par de tiros libres del ala-pívot. Así hasta un triple de Avery Bradley que dejaba el cuadro de tiro del equipo en el tercer cuarto, en ese momento, en 2/16. Al final fue un 4/21 por el 15/24 de un rival que jugaba a placer (en triples, 1/13 por 7/13). 0-13, 2-16, 4-30… parciales de escándalo en un tramo que alcanzó momentos de sonrojo absoluto para los Lakers. Un momento bajísimo. Un saludo desde las cloacas.
Los Lakers se olvidaron de defender. Y enlazaron ataques sin sentido con muchos tiros fallados. Cada intento de heroicidad (Carmelo, Monk…) era peor que el anterior hasta que la cosa acabó en noche maldita. Sin mucha más explicación para tanta visión horrenda: Anthony Davis, tocado en la mano que se fastidió contra los Hornets, acabó con 22 puntos y 8 rebotes. E hizo todo lo que pudo, el mejor sin grandes logros en la decente primera parte. Russell Westbrook sacó un sonoro suspenso en uno de esos partidos en los que, sin LeBron, tendría que marcar diferencias: intrascendente cuando el equipo jugó bien, un galimatías cuando había que intentar reaccionar. Pocos tiros (7/11) y un 20+5+3 que dice menos que su -32 en pista, un dato más próximo a las sensaciones (y 5 pérdidas por esas 3 asistencias). Carmelo Anthony, que tan bien ha jugado hasta ahora, se quedó en un 1/12 intentando sin parar meter la canasta que cambiara la dinámica cuando el partido se iba por el desagüe. Monk acabó esta vez en 7 puntos con un 1/7 en triples, Bradley en 5 y un 2/6 y Bazemore no anotó porque hace varios partidos que parece que ha olvidado de forma irremediable como hacerlo.
Fue espantoso, tan malo como puede parecer. Los Wolves, blandísimos y dispuestos a hundirse en cuanto se les plantó cara, se vieron cuesta abajo en cuanto calentaron un poco por fuera. Solo tuvieron que aprovechar los regalos constantes de un rival que no cerró el rebote, no cuidó la pelota y no tiró bien desde ninguna parte. La sagrada trinidad del mal baloncesto. Fue tan sencillo como suena, tanto que los vencedores parecían los más sorprendidos por lo que estaba pasando. Así, cuesta abajo, sí que aparece el talento de jugadores que no destacan por su rebeldía cuando vienen mal dadas: 29+7 de Towns y 22+5+7 de Russell con un 9/17 en triples entre los dos. Ni siquiera tuvo que brillar Anthony Edwards (9 puntos). El resto fueron las cositas de Beverley y el trabajo, cuando todavía había partido, de Reid y McDaniels. Los Wolves se lo pasaron bien, y hacía días que no podían decir algo así. Suficiente para ellos. Para los Lakers fue una noche de vergüenza, de bochorno, del desastre más puro que uno se pueda imaginar. El horror cósmico.