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CHARLOTTE HORNETS

La maldición de los Hornets: Jordan se encomienda a LaMelo

Los Hornets son un equipo joven que jamás han pisado unas finales de Conferencia. LaMelo, el elegido para cambiar la suerte del Jordan directivo.

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Los Hornets son un equipo joven que jamás han pisado unas finales de Conferencia. LaMelo, el elegido para cambiar la suerte del Jordan directivo.
Jared C. TiltonAFP

Actualmente, hay dos equipos que no han pisado jamás una final de Conferencia: Hornets y Pelicans. Lo curioso es, que la historia de ambas franquicias va tan unida, que podríamos hablar de un solo ser. El año pasado, los Clippers salieron de esa denominación al pisar la penúltima ronda de los playoffs, por lo que quedan dos entidades sin haber llegado tan lejos, las ya mencionadas. Y si están tan relacionadas es porque tienen la misma procedencia o, al menos de forma aparente: los Hornets originales fueron fundados en 1988 como un equipo de expansión, propiedad del empresario George Shinn. En 2002, Shinn trasladó el equipo a Nueva Orleans, que se convirtió en los New Orleans Hornets. Dos años después, la NBA estableció un nuevo equipo de expansión para Charlotte: los Bobcats. En 2013, la franquicia de Luisiana anunció que cambiaría su nombre por el de New Orleans Pelicans, y al mismo tiempo Charlotte comunicó que recuperaría la denominación Hornets, así como la historia de la franquicia entre 1988 y 2002.

La página Basketball Reference es un clásico en el mundo de la NBA. En ella, los periodistas y analistas consultan una ingente cantidad de datos, históricos o actuales, de todas las épocas y estrellas, de jugadores, directivos y entrenadores. Y ahí se distingue perfectamente eso de lo que acabamos de hablar: los Hornets, fundados en 1988, desaparecen en 2002; y vuelven a hacer su aparición en 2004. Desde entonces, existen de forma ininterrumpida en la ciudad de Charlotte, primero ya sea como Bobcats o como Hornets. En la página de los actuales Pelicans, la historia se acopla perfectamente primero, y se vuelve coetánea después. Nacen en 2002, justo cuando desaparecen de forma temporal sus compañeros de historia. Y se mantienen siempre, eso sí, en Nueva Orleans, donde George Shinn quería trasladarles antes de quedarse sin nada por una acusación de violación en 1997 y un descenso paulatino de una reputación que se había forjado a base de creación de una cultura.

De Nueva Orleans se pasó a Oklahoma dos años por el Katrina, pero el retorno ya no tuvo más movimientos. Hoy, Oklahoma tiene su propio equipo, los Thunder, y los Hornets pasaron a ser los Pelicans en Nueva Orleans... al mismo tiempo en el que los Bobcats volvieron a ser los Hornets. Es decir, un lío muy gordo de explicar, denso para entender, pero que ha dado como resultado dos franquicias perdedoras a pesar de equipos molones y, claro, jugadores históricos: por Charlotte han pasado Baron Davis o Alonzo Mourning; por Nueva Orleans, el premio ha sido aún mayor, con Chris Paul y, mucho más reciente, Anthony Davis. Sin embargo, la gestión directiva ha pasado de ser mala a pésima, y las ocasiones en las que dichos equipos han tenido opciones de llegar lejos han sido efímeras y se han resuelto de aquella manera, quedando poca gente para recordarlas.

Michael Jordan: de jugador a directivo

Hay personas tocadas por una varita, que valen para hacer todo lo que se proponen sin ningún tipo de rubor ni de pudor; y otras, solo valen para una cosa (o para ninguna, claro). En el caso del baloncesto, es difícil encontrar personalidades como la de Bill Russell, capaz de ganar como jugador y entrenador. O Jerry West, que se retiró como uno de los mejores de la historia, entreno a los Lakers con cierto desmayo pero bastante eficacia, y pasó a los despachos, donde se ha convertido en el mejor directivo de siempre. Algo similar pasa con Pat Riley, campeón como jugador, y elevado a la quitaesencia del hombre pulcro y aseado, inteligente y capaz de ganar anillos en banquillos y despachos. Y no podemos decir nada nuevo de Larry Bird: el mítico alero de los Celtics solo tocó la gloria en forma de campeonatos como jugador, pero es el único de la historia en ser MVP, Entrenador del Año y Ejecutivo del Año. Casi nada.

Michael Jordan nunca tuvo esa habilidad. Su carrera como jugador es enormérrima, inequívoca, extraordinaria y manifiestamente brillante. Nadie ha dudado jamás de su talento y siguen siendo pocos los que se atreven, en debates concretos que tampoco clarifican una realidad que siempre es relativa, a ponerle en algún lugar que no sea el más alto del Olimpo, con esa vitola del mejor jugador de la historia. Sin embargo, ese talento no ha tenido nunca una traslación real a las otras facetas a las que se ha querido, con más o menos suerte, dedicar. Ni en el béisbol, ni como directivo ni como propietario. Tampoco el personaje ha trascendido con demasiada simpatía, después de los visto en The Last Dance. Desde luego, no ha contado con ningún tipo de aprobación en esos despachos que ocupa desde hace ya bastante tiempo. Y se ha involucrado solo de manera sibilina en la lucha racial que la NBA desfloró con aciertos y algún error hace dos temporadas, con el asesinato de George Floyd como detonante, pero con un problema que, por desgracia, no cuenta con ese hecho en exclusiva.

Sin embargo, Jordan sí ha sido una máquina capaz de ganar dinero. El jugador se hizo directivo y dio la espalda a unos Bulls que no ganaron antes de su llegada, ni lo han hecho después. Lo hizo primero en los Wizards, donde cometió sus primeros errores como directivo, escogió a Kwame Brown en el número 1 del draft y luego puso a Doug Collins en el banquillos para retirarse cómodo, con dos años intrascendentes pero que sirvieron para generar aplausos y vender camisetas. Luego, dijo adiós a la capital para regresar a Carolina del Norte, su Carolina natal, y hacerse con un equipo llegado en una nueva expansión de la NBA, la última, y que surgió en Charlotte mientras que los otros Hornets seguían su periplo vital en Luisiana con, por cierto, Chris Paul de líder. Varios grupos de propietarios, incluido uno capitaneado por Larry Bird, pujaron por el equipo. Al final, fue el grupo Black Entertainment Television, fundado por Robert L. Johnson, el que se llevó el gato al agua. Un tiempo después, en junio de 2006 se anunció que la estrella de los Chicago Bulls Michael Jordan se convertía en el segundo mayor accionista de la franquicia.

Hoy, Jordan es el principal accionista del equipo, y ese, junto a otros negocios y unas buenas inversiones, le han permitido amasar una fortuna superior a los 1.900 millones de dólares. Más, por fin, que Jerry Reinsdorf (unos 1.600), el propietario de unos Bulls que siguen reconstruyéndose, ya sin Jerry Krause (falleció en 2017), y con la sombra de Jordan siempre en el horizonte. Como directivo, Jordan no ha hecho las cosas bien: el primer equipo de Charlotte, bajo la nomenclatura de Bobcats hasta que en Nueva Orleans pasaron a llamarse Pelicans, amasó una ingente cantidad de récords negativos: 18-64 en su temporada inicial y, ya con Jordan, 7-59 en la 2011-12 (lockout incluido) y 21-52 al año siguiente, antes de que Steve Clifford consiguiera que, ya como Hornets, el equipo se pareciera en algo a un equipo. Antes, como Bobcats, solo una leyenda de los banquillos como Larry Brow levantó los ánimos y pisó playoffs: 44-38, el primer récord positivo hasta la llegada de Clifford, con un equipo bastante molón: Stephen Jackson, Raymond Felton, Raja Bell, Boris Diaw, un Gerald Wallace (All Star, por cierto) extraordinario...

El éxito fue efímero entonces y se diluyó como todo lo que Jordan ha tocado en lo deportivo. Mientras su fortuna crecía, su reputación como directivo caía a un pozo muy profundo, un sótano que cada vez tenía más plantas a pesar de sus ya pobres inicios. Tan solo tres récords positivos en 15 años, con tres participaciones en playoffs en las que no han avanzado de primera ronda. Siete entrenadores distintos, tres solitarias victorias en playoffs y un baile constante en los despachos (cuatro General Managers distintos) en los que nadie se ha establecido nunca en ningún puesto. Y Jordan, mientras tanto, coleccionando dinero, juntándose con Reinsdorf para presentar a Toni Kukoc en el Hall of Fame y apareciendo solo de forma esporádica para justificar su leyenda y su paso por la Tierra. En definitiva, poca cosa en los despachos que no han empañado su labor como jugador, que sigue intacta.

LaMelo, una nueva esperanza

En 1977, George Lucas estrenó Star Wars, una película que derivaría en una serie cinematográfica y un universo expandido que han provocado un fenómeno fan escandaloso y ha coleccionado, claro, miles de millones de dólares. En 1997, Lucas relanzó la película, dos años antes de estrenar su denostada segunda trilogía, y añadió eso de una nueva esperanza. El título se mantiene hoy día y ha servido para potenciar el merchandising. Y, en una buena metáfora, LaMelo Ball es la nueva esperanza de los Hornets. Como, digamos, el Luke Skywalker llamado a sacar a la franquicia a la luz y abandonar así las tinieblas, esa oscuridad que es lo único que ha conocido desde que Jordan se hizo con ella. Y que busca algo de honor en comparación a esa otra existencia de la entidad, que fue de 1988 a 2002 con mejores resultados y una conexión con el público de la que carecen todavía en la actualidad.

Jordan dejó de empeñarse en entrometerse en situaciones ajenas a su persona y dejó su intrusismo en los despachos al darle el poder a Mitch Kupchak y dedicarse a ejercer de propietario rico y aplaudir desde su silla. Kupchak, que ocupo el puesto de General Manager de los Lakers de 2000 (cuando lo abandonó, por cierto, Jerry West) a 2017, tenía un conocimiento de baloncesto bastante grande para recalar en una franquicia de mercado pequeño, diametralmente opuesta a la grandeza y la opulencia de Hollywood. Aguantó lo justo a Clifford para sustituirle por James Borrego, joven (cumplirá 44 años en un mes) pero prometedor. Y soltó a Kemba Walker, lo más parecido a un héroe que ha tenido la franquicia (junto a, quizá, Al Jefferson), para tener espacio salarial y poder tener hoy entre sus filas a alguien como, por ejemplo, Gordon Hayward (29, 30 y 31 millones para las tres próximas temporadas).

Y está, cómo no, LaMelo Ball. Una nueva esperanza, el número 3 del draft de 2020, el Rookie del Año y el motivo por ver los partidos de los Hornets. Un talento superlativo al que Jordan se ha encomendado para arreglar su reputación como directivo. El equipo acabó con un prometedor 33-39 el pasado curso, motivado por una segunda parte de curso llena de lesiones. En un Este que no es como el Oeste (desde la retirada de Jordan, de hecho), la importancia de ganar partidos al principio será fundamental. Y si las lesiones respetan a la franquicia, podrá haber brotes verdes en una franquicia que, como su hermana de Nueva Orleans, nunca ha pisado las finales de Conferencia. El primer paso son los playoffs; tras ellos, un ascenso paulatino con un equipo joven liderado por LaMelo y con un entrenador en progresión como Borrego. El legado de Jordan, un hombre con un aura enorme, podrá ser algo más que como jugador si como directivo consigue que, por fin y 15 años después, aparezcan brotes verdes en forma de optimismo. De momento, la cosa va bien encaminada. El resto, ya lo veremos.