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Playoffs 2006: de la mayor gesta de Kobe al escándalo nacional

Kobe anotó dos tiros para la historia en el cuarto partido, pero su actuación en el séptimo le acompañó durante toda su carrera. Los Suns de Nash levantaron un 3-1 y prevalecieron.

Kobe Bryant celebra el tiro ganador del cuarto partido de la primera ronda de los playoffs 2006, que enfrentaba a Los Angeles Lakers y Phoenix Suns.
Wally SkalijLos Angeles Times via Getty Imag

De lo glorioso a lo nefasto. De lo más alto, al fracaso. De una de las mayores gestas de siempre, a ser el protagonista de lo que muchos consideraron todo un escándalo nacional. Por todas esas cosas pasó Kobe Bryant en una serie de playoffs antológica, que tuvo de todo y que acabó con el ganador que se esperaba en un inicio, pero que pudo no serlo. Los Suns estuvieron al borde de la eliminación temprana, pero levantaron un 3-1 improbable y escaparon de la ignominiosa situación de ser el hazmerreír de una historia que nunca ha perdonado que un favorito diga adiós a las primeras de cambio. El equipo que había cambiado el baloncesto, integrando definitivamente la era del pick and roll con eso del Seven Seconds or Less tan atractivo como, a la larga, poco efectivo para ganar campeonatos, era el segundo clasificado. Y los Lakers, séptimos, fueron mejores que ellos durante cinco partidos y medio... pero ahí se quedaron. Y en una NBA que no espera a nadie, de los condicionantes no se vive. Aquí cuenta lo que pasó, no lo que podría haber pasado. Y con eso tenemos que quedarnos.

La temporada 2005-06 fue gratificante en muchos aspectos para el espectador. El curso anterior había dejado frío al aficionado: la separación de Shaq y Kobe unos meses antes dejó a la Liga sin el atractivo de los Lakers, el primer MVP de Steve Nash, en una dura pugna con el propio O'Neal, fue con números menores en la comparativa con el premio de otros años, y la espectacular temporada de los Suns se acabó en unos playoffs en los que jamás triunfaron. Las Finales, eso sí, fueron clarificadoras, con siete partidos entre Pistons y Spurs y el tercer anillo de la dinastía de los texanos, con Gregg Popovich venciendo a Larry Brown, el que fue su maestro, en los banquillos, y Tim Duncan agrandando todavía más su leyenda. Por lo tanto, la gente esperaba ávida un nuevo curso baloncestístico que ya tuvo novedades veraniegas: Phil Jackson volvía a los Lakers tras un año de asueto y una llamada telefónica con Kobe, que solo le pidió más discreción con la prensa. LeBron James emergía definitivamente como la estrella del futuro, Dwight Howard empezaba a dominar los tableros y muchos ojos estaban puestos en Florida, donde se desató una guerra civil que provocó, con el curso iniciado (y 11-10 para los Heat), la salida de Stan Van Gundy, Shaq mediante, por la puerta de atrás, y el retorno de Pat Riley a los banquillos para vivir su última gran aventura y convertir el intrusismo de los despachos en realidad en pista.

Sin embargo, si esa temporada fue tan fantástica se debió en buena parte por Kobe Bryant. La Mamba Negra sufría y buscaba desesperadamente su redención particular: la salida de Shaq dejó al equipo con 34-48, detrás del hermano malo que representaban entonces (y todavía) los Clippers y, por supuesto, sin playoffs. Un castigo excesivo para un jugador que había declarado que mientras él jugara, los Lakers jamás bajarían del 50% de victorias, que todavía arrastraba las sombras de la acusación por agresión sexual de 2003, resuelta entre bambalinas, y que tenía a la opinión pública en contra por el mimo que le daba el Doctor Buss y su indómito carácter, que no moldearía hasta un tiempo después. Kobe, que había sido relegado al Tercer Mejor Quinteto el curso anterior (27,6+5,9+6), aceptó de nuevo a Jackson a su lado, y ambos se realimentaron para conseguir el objetivo de la paz interior que tanto añoraban y que, claro, tardó en llegar. 35,4 puntos por partido, Máximo Anotador y más puntos que nadie desde Michael Jordan en la 1986-87 (37,1). Además, 5,3 rebotes, 4,5 asistencias, Mejor Quinteto de la NBA y Mejor Quinteto Defensivo (ojo), 27 partidos por encima de los 40 puntos y 6 por encima de los 50. Y sí, los 62 puntos en tres cuartos contra los Mavericks (que en ese momento de la noche llevaban 61) y los 81 contra los Raptors, la segunda máxima anotación de siempre (los 100 de Wilt Chamberlain ya, tal...) y una de las mayores exhibiciones que se han visto en una cancha de baloncesto.

Kobe no se llevó el MVP, un premio que mira la clasificación además del rendimiento individual y que fue a parar a Steve Nash. Pero clasificó a playoffs a los Lakers con un récord de 45-37 y en un equipo que sí, tenía a Lamar Odom... y ya. La podredumbre más cochambrosa de la NBA se amontonó en una plantilla llena de gente con un talento cuestionable, malos hábitos y nada de brillo. Smush Parker de base, el maldito Kwame Brown de pívot, Chris Mihm, Brian Cooke, Laron Profit, un jove Ronny Turiaf... Sasha Vujacic y Luke Walton sacaban alguna sonrisa, mientras que Devean George era el único reducto, junto a Kobe, del three peat de los años anteriores. Una plantilla muy floja que llegó a playoffs por obra y gracia del mejor entrenador de la historia, y de uno de los mejores jugadores de la historia; y en su clímax ofensivo, por mucho que su prime llegara poco después, con un juego completo y un altruismo que acrecentó con el paso de los años. En estas temporadas en las que el equipo no acompaña, se ve el potencial máximo de las estrellas más grandes. Como Jordan en esos Bulls previos a los campeonatos, Harden en unos Rockets sin opciones o Westbrook en unos Thunder sin Kevin Durant. Y Kobe recibió la orden de soltarse de Phil Jackson, que llegó a una plantilla muy verde en lo referente al triángulo ofensivo. Y la acató a rajatabla llevándola a su máximo esplendor.

Una serie histórica... para bien y para mal

El enfrentamiento de primera ronda entre Lakers y Suns no tenía, en un inicio, demasiado morbo. El equipo de Mike D'Antoni había perdido a Amar'e Stoudemire a inicios de curso, pero era candidato al título gracia a su saber estar durante la regular season, al todavía mayor crecimiento de Nash (18,8 puntos y 10,5 asistencias), la fortaleza de Shawn Marion (21,8, con 11,8 rebotes), la erupción definitiva del defensivo Raja Bell, que superó los 14 tantos en ataque y acertó el 44% de sus intentos de triple y el establecimiento sorpresivo y definitivo de Boris Diaw en la mejor Liga del mundo: 13,3+6,9+6,2, potenciando el juego colaborativo de los suyos y siendo uno de los referentes de una plantilla que contó también con Tim Thomas y Leandro Barbosa como jugadores destacados. Además, los Suns eran primeros de la NBA en puntos por partido, minutos, tiros de campo anotados e intentados, triples anotados e intentados, porcentaje de tiros de campo y de triples, porcentaje de tiros libres y ritmo de juego (pace). En otras palabras, un desfase.

Los Lakers, al margen de Kobe, tenían poca cosa... pero habían acabado muy bien la fase regular, algo a lo que Phil Jackson siempre daba mucha importancia. Ganaron sus cinco últimos partidos, y 11 de los últimos 14, con 38,8 puntos por duelo de Bryant en ese periodo de tiempo. El plan del Maestro Zen en la serie consistió en aprovechar las dobles defensas que el escolta recibía para que doblara el balón a sus compañeros, algo que casi dio resultado en el primer asalto, en el que los angelinos recibieron 39 tantos en el primer cuarto, pero que solo perdieron de 5 al final (107-102), con 22+6+5 de Kobe, pero 21+14 de Odom y cinco jugadores con dobles dígitos. En el segundo choque llegó la primera victoria angelina: 29+10+5 de la Mamba Negra, 21+7+5 de Odom y un mate espectacular de Bryant sobre Nash para un 93-99 definitivo.

La mera presencia de Bryant (17 tantos) y un espectacular juego colaborativo pusieron un inquietante (para los Suns, claro) 2-1 en la llegada al Staples Center. 15+17 de Odom, 17+10 de Luke Walton, 13+11+5 de un Kwame Brown que incluso se asemejó a un buen jugador de baloncesto... Y en el cuarto, todo explotó. Los Suns necesitaban ganar para no regresar a Phoenix con ese 3-1 que tan pocas veces se ha remontado, pero no hubo manera. Los Lakers, envalentonados por su público, fueron siempre por detrás, pero llegaron vivos al final a pesar de los problemas de faltas de Kobe. Y el milagro fue increíble: 88-90 con 7,9 segundos para la conclusión y balón para los Suns, que encontraron a Nash y su fiabilidad para los tiros libres. Sin embargo, Smush Parker robó el balón, que llegó a Devean George, un hombre que habilitó a Bryant, que resolvió con apenas unas décimas de segundo en el reloj y mandó el partido a la prórroga para jolgorio del Staples y con una espectacular narración de Mike Breen, esa leyenda de los micrófonos.

Los árbitros podrían haber señalado falta de Waton sobre Tim Thomas en el intento de los Suns de llevarse el duelo, pero esa regla no escrita de dejar que la magia fluya en la NBA se impuso. En el tiempo extra, la situación era, de nuevo, casi imposible para los Lakers: 95-98 y canasta de Kobe, que dejaba el choque a uno. Nash volvía a recibir, pero la presión le pudo, Walton llegó al balón y provocó salto entre dos sin que los árbitros señalaran una falta anterior que podría haber sido. Walton tocó, el balón llegó, cómo no, a Kobe, y éste resolvió sobre la bocina con Boris Diaw y Raja Bell encima. El segundo lo mantuvo a raya todo el partido, pero no pudo con él al final, en ese momento en el que aparecen los héroes. Y el escolta (apenas 24 tantos y 8 asistencias al final, poco para él) culminó una de las jugadas clutch más famosas de la historia con su maestría particular y una capacidad innata para resolver situaciones calientes en las que nunca se ha escondido, para bien o para mal. Jack Nicholson explotaba y se metía dentro de la pista a celebrarlo, Magic Johnson alucinaba y el Staples, siempre tan frío, más centrado en parecer que en ser, se convirtió en una olla a presión con todos corriendo a abrazar a Kobe.

El único que se mantuvo frío fue Phil Jackson, que ni siquiera reaccionó, como era habitual, haciendo gala de lo que representa una figura que parece una deidad. Incluso en la NBA, donde los entrenadores son menos dados a gesticular que sus homólogos europeos, era más tranquilo y tenía una mayor capacidad para no reaccionar a nada, fuera en contra o a favor. Tampoco D'Antoni, que vio la canasta y puso rumbo al túnel de vestuarios con los brazos cruzados y sin demostrar sorpresa. Las cámaras buscaban, claro, a Steve Nash (22+11), ese ser celestial que falló en el momento de la verdad, ese gran base que en los momentos más importantes de su carrera ha visto como la balanza se inclinaba en su contra. Y, por desgracia, no fue esta actuación la definitoria en su vida deportiva, marcada por las derrotas sobre los Spurs y esas finales de Conferencia que nunca superó. Hasta en cuatro ocasiones llegó a la ronda soñada. Y en la cuatro pereció.

El escándalo nacional

Hasta ahí llegaron los Lakers. Lejos para muchos, pero perdiendo una oportunidad histórica para la mayoría. Los angelinos plantaron cara en el quinto (114-97), pero la oportunidad era en el sexto. Sin Raja Bell, sancionado por un afrentoso agarrón a Bryant en el duelo anterior, y ante su público. Y, en este caso, las tornas cambiaron: Kobe ponía tres arriba a los angleinos con menos de 30 segundos para el final. Los Lakers necesitaban una defensa. Steve Nash falló desde la esquina... pero Shawn Marion atrapó un rebote espectacular, habilitó a Tim Thomas y éste forzó la prórroga, en l,a que, esta vez sí, ganaron los Suns. A pesar de los 50 puntos, 8 rebotes y 5 asistencias de un Bryant sublime y del empuje del Staples, el equipo de Arizona supo tirar de orgullo para librarse de una eliminación que vieron muy de cerca. Y quizá fue eso lo que les pasó a los angelinos: que se vieron muy cerca. Muy cerca de una segunda ronda en la que, contra unos sorprendentes Clippers (Sam Cassell, Elton Brand, Mike Dunleavy en el banquillo...), todo era posible. Muy cerca de una machada histórica que se les quedó por el camino.

La polémica llegó en el séptimo. 32-15 en el primer periodo para los Suns y una ventaja de 15 puntos al descanso con los Lakers psicológicamente fuera del encuentro. En la segunda mitad, Kobe desconectó: solo intentó tres tiros de campo y anotó apenas un tiro libre. 17 puntos en el choque definitivo para un jugador que parecía enfadado tras lo ocurrido en el sexto. Charles Barkley, haciendo gala de su consabida verborrea, aseguró que su actitud en ese duelo le acompañaría durante toda su carrera. Los periódicos le señalaron como el enemigo público número 1. La gente hablaba de escándalo nacional. Y Phil Jackson intentó limpiar su nombre asegurando que dio orden a Kobe de volver al plan original de doblar balones a Odom y Kwame Brown. Pero nadie le creyó. La Mamba Negra pasó de realizar una de las gestas más aclamadas de la historia, a ser tildado de auténtico villano, un apelativo que le acompañó mucho por aquel entonces.

Y su tortura particular no acabó ahí. Kobe tuvo que ver desde casa como la temporada acababa con su archienemigo, Shaquille, ganando el anillo con los Heat, en unas Finales que dieron, como todo ese año, mucho que hablar.. Los Suns, claro, se quedaron en las finales del Oeste, contra los Mavercks de Dirk Nowitzki y tras sobrevivir a los Clippers en otros siete taquicárdicos partidos. Y el momento de los Lakers llegaría poco después. La redención de Kobe, también. Pero, en ese momento, solo había espacio para la animadversión y un vídeo clutch que duraría para siempre. Un premio escaso para una oportunidad perdida muy grande. Y entre lo mejor y lo peor, la gente se quedó con... En fin, cosas de la NBA. Y de la vida también, claro.