La leyenda de Kevin Durant, el culpable de todos los males
Kevin Durant fue denostado tras su salida de OKC y le llovieron palos al dejar los Warriors. En los Nets y tras una ristra de enemigos, su leyenda crece y las críticas se olvidan.
Kevin Durant es un tío peculiar. Muy cerca de las actitudes típicas que se manejan en la NBA, ha tenido la egolatría suficiente como para considerarse a sí mismo una leyenda, pero no ha necesitado para ello la aprobación de la opinión pública, ese lugar en el que se ganan las batallas que deciden las guerras. Durant ha luchado contra viento y marea para buscar y encontrar su lugar en la historia, uno que ya tiene por pleno derecho, pero no ha estado demasiado interesado en que el resto del mundo se lo reconozca. Sus comentarios contra compañeros y excompañeros han sido, algunas veces, bastante duros, su actitud ligeramente reprobable, el trato con la prensa más bien distante y su conexión con los aficionados, aparentemente inquebrantable en la primera etapa de su carrera, se ha diluido después y ha mutado hacia una indiferencia suprema. De ahí que se encuentre tan cómodo en Brooklyn, una ciudad carente de cultura baloncestística más allá del Madison y que intenta establecerse definitivamente en la ciudad de Nueva York, pero que no plantea una rivalidad deportiva histórica con los Knicks y comparte con ellos esa manera de ir a ver un partido de baloncesto, con más intención de parecer que de ser, y con una frialdad basada casi en un estamento de poder, y no en la fidelidad a unos colores.
De Oklahoma a la Gran Manzana, Durant pasó por Golden State en un movimiento muy criticado que le colocó a la altura de LeBron James (quizá un paso por detrás) en cuanto a animadversión, con el Rey haciendo su consabido movimiento en 2010, The Decision mediante, en una de las peores gestiones de imagen realizadas por su entorno y por Jim Gray en la TNT. Durant hizo en 2016 algo parecido, con un SMS que Russell Westbrook recibió igual que la persona que deja a su pareja por watshapp, en un adiós al base, que trasladó desde la prensa a una afición ruidosa y sentida, y en una despedida a un proyecto que se acercó al título en 2012, y que cayó en 2016 ante los Warriors en una serie para la historia. Ahí aterrizaba precisamente Durant para acabar con el mismo sainete que LeBron sufrió en su primera etapa en Ohio: el de no ganar. Pero, una vez conseguido, el alero nunca tuvo la intención de voltear la opinión pública, como sí hizo el Rey. Se limitó a seguir a lo suyo, continuar con hazañas históricas, pasar de todo lo que ocurría alrededor y acabar con algunos jugadores de los Warriors (Draymond Green al frente) igual que hizo con la afición de los Thunder.
El 10 de junio de 2019, muchos dieron por muerto a Kevin Durant. El alero se rompía el tendón de Aquiles tras hacer un regreso necesario en las Finales y tras nueve ausencias consecutivas. Se iba abucheado por la afición canadiense, que transformó los pitos en aplausos por deportividad y petición de Drake, siempre en primera fila. La estrella vio desde el banquillo como la lesión de Klay Thompson acababa con las esperanzas de los Warriors de conseguir un nuevo título, pero pareció no importarle demasiado. Los problemas con Green ya había aflorado y las charlas clandestinas con Kyrie Irving durante el All Star le situaban fuera de una franquicia a la que se había adaptado a la perfección y con la que conquistó sus dos anillos de forma consecutiva. De nada sirvió la gestión de egos que protagonizó Steve Kerr ni el paso a un lado de Stephen Curry; tampoco que se equilibraran los sueldos para que se mantuviera la dinámica de un equipo histórico. Durant, que ya demostró que OKC que no se casa con nadie, tiró de orgullo personal y dijo adiós a una etapa que le reportó dos MVPs de las Finales y el aumento de su leyenda, al mismo tiempo que la gente castigaba su reputación, con la afición de los Thunder al frente.
Durant se fue a los Nets y no a los Knicks, donde le situaban muchos rumores, haciendo el feo a una franquicia muy alejada de tiempos pasados que fueron mejores y llegando a un lugar en el que Kenny Atkinson había creado una cultura cuando parecía imposible que eso ocurriera. Durant llegó para no jugar, con ese tendón de Aquiles que representaba una lesión que la historia definía como casi definitiva. En ese punto, y con 31 años recién cumplidos, se tiró una temporada en blanco junto a Kyrie, que tan solo disputó 15 encuentros, y participó entre bambalinas en la salida de Atkinson haciendo gala de ese empoderamiento que LeBron permitió, en 2010, tener a los jugadores. Sin disputar un solo minuto, el alero ya manejaba los entresijos de la franquicia y filtraba a la prensa su alegría con Jacque Vaughn mientras indagaba en una nueva cara. Steve Nash aterrizaba en la Gran Manzana junto a Mike D'Antoni y Amar'e Stoudemire, un grupo manejable desde abajo, por tratarse de un cuerpo técnico neófito más allá de un D'Antoni que había aprendido a ser pragmático, por obra y gracia, principalmente, de un James Harden que llegaría meses después.
La historia de un hombre histórico
"Tú eres la verdadera MVP". Kevin Durant recibió el MVP de la temporada 2014 entre lágrimas y dio un discurso dirigido a su madre que emocionó al mundo. Parece que han pasado siglos desde entonces, pero solo han transcurrido siete años en los que el alero ha tenido una enorme evolución personal, dejando atrás su compromiso, aparentemente eterno, con la ciudad de Oklahoma y viajando a grandes mercados para conseguir lo que no logró en el pequeño, por mucho que Sam Presti le rodeara de quién buenamente podía y que, en 2016, alcanzara una conexión y una compatibilidad con Westbrook en pista que se creía definitiva. De nada valía el MVP si no llegaban los títulos, el verdadero legado de cualquier gran leyenda. Durant, nacido en Washington (también hubo rumores, en su día, de una posible marcha a los Wizards), el 29 de septiembre de 1988, se encerró con su entorno y puso en primera fila la importancia de la familia, y se apoyó en su hermano mayor Tony y en su madre Wanda, sus referentes en la infancia, para tomar conjuntamente con ellos (y con Ravyonne y Brianna, hermano y hermana respectivamente) las decisiones que afectaban al futuro dejando atrás el pasado de un padre ausente con el que hoy está reconciliado... y de unos Thunder con los que no tanto.
Durant es, camino de los 33 años, un jugador indudablemente legendario, un hombre histórico al que podemos colocar ya, a estas alturas, delante o a la par que de Larry Bird, Hakeem Olajuwon y compañía. El desarrollo físico de los jugadores actuales está representado en ese perfil de base todoterreno del que hace gala Westbrook; la evolución del juego permite más puntos y más lanzamientos de tres, las gestas son más habituales, los pívots hacen cosas que antes hacían los playmakers y los entrenadores tiran de matemáticas más que del tradicional discurso espiritual de gente como Phil Jackson o conceptos más superficiales como (por ejemplo) el de "compartir el balón" y "defender fuerte", los dos mantras de Red Holzman, el mítico entrenador de los Knicks de los 70. Ahora la gente va a los datos y tienen a su servicio máquinas atemporales, jugadores que habrían triunfado en cualquier época de la historia por mucho que determinados (y minoritarios) sectores de la opinión pública se empeñen en demostrar lo contrario. Y Durant es una de esas leyendas que puede formar parte, en este momento de su carrera y con todo merecimiento, de un top 10 histórico siempre sujeto al debate constante y a las discusiones entre puristas y renovadores. Como si de un partido político se tratase.
El currículum de Durant es sencillamente asombroso: dos anillos con dos MVPs de las Finales, MVP de la temporada, 11 veces All Star, dos MVPs del All Star, Rookie del Año, nueve veces en los Mejores Quintetos (seis en el primero), MVP del Rookie Challenge, cuatro títulos de Máximo Anotador (todas en los Thunder)... Antes, en la Universidad de Texas, fue jugador del año de la División I de la NCAA por la NABC, recibió el Oscar Robertson Trophy y el Adolph F. Rupp Trophy (primer freshman en ganar todos esos trofeos) y, el 30 de marzo de 2007, fue nombrado jugador universitario del año. Y completó su único año en Texas con el Naismith Award y el John R. Wooden Award. En la NBA, nunca ha bajado de los 20 puntos de media, y solo promedió menos de 25 en su primera temporada. Además, en 2013, entró en el club del 50-40-90, y en su carrera ha lanzado con cerca del 50% en tiros de campo (no baja de esa cifra desde la 2011-12), con más del 38% en triples (45% este curso) y con el 88% en tiros libres. Y tras pasar un año en blanco, ha disputado solo 35 de 72 partidos en un año lleno de precauciones, pero se ha ido a casi 27 puntos, 7,1 rebotes y 5,6 asistencias, con 32,6 puntos y un 50% en triples en la primera ronda ante los Celtics. Y con un dato extraordinario: el 90% de los triples que intenta son con oposición... y anota el 50% de los mismos. Otra vez: leyenda.
Igual que le pasó a LeBron, el polémico cambio de equipo le llevó a alcanzar su pico defensivo, con un entrenador histórico (Steve Kerr para Durant y Erik Spoelstra para LeBron) que sustituía a buenos técnicos sin aura (Scott Brooks y Mike Brown respectivamente). En los Warriors, Durant completó su formación, tiró mejor que nunca, desarrolló sus capacidades para el pase, reboteó con más sentido y mejores promedios, robó más balones y taponó más tiros. La capacidad estructural de los Warriors, de Bob Myers a Stephen Curry pasando por el propio Kerr, permitió abrir un hueco en el ataque al alero que parecía imposible. Las cuentas cuadraron de forma justa y con Klay Thompson aceptando menos dinero que el que habría ganado de jugador franquicia de otro equipo, Curry se hizo a un lado en una ofensiva a la que no renunció, pero que tuvo a Durant de mayor talento y de MVP de las Finales (por partida doble) y Myers y Kerr mimaron al alero hasta que éste se cansó de estar en el mismo sitio y decidió buscar un nuevo contrato lucrativo, rechazando una player option de 31,5 millones de dólares y firmando con los Nets por 164 millones en cuatro temporadas. La primera de ellas, recordemos, sin jugar.
Su lugar en el Olimpo
Solo falta por saber cómo acabará la historia de un hombre de semejante categoría, cuánto le queda a la misma y qué lugar le asignará el baloncesto en su Olimpo particular. Ahí donde se mueven Magic, Kobe y, cómo no, Kareem Abdul-Jabbar, Michael Jordan y LeBron James (parece Juego de Tronos), quiere meter baza un anotador prolífico (de los mejores de todos los tiempos) y un carácter difícil que la opinión pública no valora como se merece. Durant sigue a lo suyo, busca su tercer anillo en una temporada asolada por las lesiones de la que espera salir con vida, y también agrandar una leyenda que no busca la confirmación de otras o los aplausos constantes. Solo rodearse de los suyos y coleccionar más títulos antes del inicio de un declive que no ha llegado, afortunadamente para todos, con ese Aquiles que con tantas carreras ha acabado. En los Nets ha demostrado lo que muchos ya sabíamos: que sabe jugar con y sin balón, que pasa mejor de lo que algunos creen, que puede defender (siempre que quiere, todo hay que decirlo) y que tiene tanto talento que puede complementarse a la perfección con dos genios de este deporte que, sin embargo, están un paso por detrás de Durant en una hipotética clasificación histórica. James Harden, que optaba al MVP hasta su lesión, y Kyrie Irving, que ha encontrado un aura más grande que la suya para frenar su ego y olvidarse de ese comportamiento errático que nadie entiende y que tuvo su fugaz aparición con sus escapadas a inicio de curso.
Para finiquitar, más datos: salió de los Thunder, y adiós a las posibilidades de anillo primero (cuatro primeras rondas consecutivas), y al proyecto después. Su marcha de los Warriors dejó a los de Steve Kerr desmadejados y con problemas internos en modo, una vez más, de lesiones. Pero, de una forma u otra, no han vuelto a playoffs desde la salida de Durant, ni con play-in mediante. La temporada que viene y si todo va bien, Durant entrará en el top 25 histórico de máximos anotadores y podrá adelantar hasta cinco puestos si consigue en torno a 1.500 puntos totales (ha superado los 2.000 hasta en seis ocasiones en su carrera). En playoffs, otra historia, ya está dentro del top 10 y solo queda por ver dónde acaba. Su promedio en la fase final, por cierto, es de 29,5 puntos por partido, el segundo mejor de esos diez primeros igualado con Jerry West y solo detrás de, claro, Michael Jordan. En definitiva, Kevin Durant ha sido, es y será. Uno de los mejores de siempre, un prolífico anotador, un jugador con un físico nunca visto y una facilidad para anotar puntos desconocida hasta ahora. Un hombre distanciado de los periodistas, pero comprometido con la gloria; que suscita rencor con los compañeros del pasado, pero se sabe complementar con los del futuro. Un jugador ligeramente infravalorado, un ego incontenible, una estrella inigualable. En otras palabras: una leyenda.