Garnett y los Celtics 2007-08: el big-three que tumbó a Kobe y Pau
El ala-pívot formó junto a Allen y Pierce uno de los big threes más icónicos de siempre, acabando con los Lakers en las Finales y recuperando la gloria perdida de Boston.
Ubuntu. Es la palabra que repetían los Celtics antes, durante y después de todos y cada uno de los partidos que disputaron durante el temporada 2007-08. La expresión, una regla ética sudafricana enfocada en la lealtad de las personas y las relaciones entre estas, definía perfectamente la química grupal imperante en un equipo que recuperó la gloria perdida de Boston 22 años después, una espera demasiado larga para la franquicia más ganadora de la historia. La aglomeración de estrellas, egos bien controlados y talento desbordado, fue magistralmente resuelta gracias a la conexión espiritual mostrada por una plantila que juntó a piezas dispares y de distinta procedencia, en torno a un único objetivo: el anillo. Ese premio que Bill Russell había convertido en costumbre y Larry Bird en posibilidad constante, pero que había quedado relegado a quimera en la mayor crisis baloncestística que jamás ha vivido el estado de Massachusetts, que por primera vez fue consciente de esa verdad absoluta que antes o después todo el mundo aprende en la NBA: ganar no es fácil. Nunca lo es.
Danny Ainge era (y es) un hombre curtido en mil batallas, con una experiencia pantaugreliuca, unas increíbles dotes para el mando y una inteligencia fuera de lo común en un mundo en el que hambrientos tiburones nadan siempre entre aguas turbulentas para hacerse con las mejores presas. En la metáfora, estas serían los jugadores, a veces también víctimas dentro de una cadena alimenticia en la que han ascendido en los últimos tiempos, inmersos (ya del todo) en la era de los jugadores empoderados. Ainge había sido uno de los referentes de los últimos Celtics campeones, allá por los 80, llegando un año después del primer campeonato (1981) y conquistando los de 1984 y 1986 junto a Larry Bird, Kevin McHale y compañía. Todavía jugó unas Finales más, las de 1993 con los Suns, equipo del que se convirtió entrenador poco después antes de darse cuenta de que lo suyo eran los despachos. Fue el 9 de mayo de 2003 cuando aceptó un puesto entre bambalinas para guiar a los Celtics en su vuelta a casa a una reconstrucción eternamente postergada pero con vistas de mejora tras las finales del Este disputadas en 2002.
Ainge esperó pacientemente su momento, dejando escapar a Antoine Walker y confiando en un joven Doc Rivers para el banquillo después de un buen balance en los Magic. Muchas eran las voces que pedían la destitución del entrenador tras el fracaso de la 2006-07, pero Ainge es un hombre atado a la idiosincrasia de la ciudad de Boston y de una franquicia mítica que siempre ha cuidado como nadie a sus eternas figuras. El mismo motivo por el que le costó tanto poner punto y final a ese proyecto iniciado por él mismo en verano de 2007 y que no disolvió hasta 2013, fue el que le llevó a dar una nueva oportunidad a Rivers, esta vez con un equipo con el que ya le quedaban pocas excusas. Después del 24-58, Ainge olfateó y, como buen tiburón, vio que había piezas en el mercado por las que merecía la pena dar un paso al frente, completando en el proceso una plantilla con mimbres pero desmadejada por muchos egos inconsistentes y con un auténtica falta de sincronía, además de una más que obvia debilidad en los puestos de escolta y ala-pívot, algo que pronto cambiaría.
El directivo se movió a dos bandas; el 18 de julio, seleccionó a Jeff Green en el quinto puesto del draft, y lo traspasó junto a Wally Szczerbiak y Delonte West a los Sonics ha cambio de Ray Allen. Ainge aprovechó la llegada de Sam Presti y sus aires de cambio a Seattle para hacerse con un talentoso escolta que valía más que Szczerbiak y West juntos, era mejor anotador y defensor y tenía una reputación intachable en la Liga, tras ser la referencia de los últimos Bucks competitivos hasta la llegada de Anteto y unos Sonics que vivieron sus últimos momentos de gloria con él, antes de cambiar de ciudad un par de años después dejando atrás una añorada franquicia que ya veremos si recupera Kevin Garnett. Presti por su parte conseguía un joven prometedor como Green, que acompañaría a Durant durante sus primeras temporadas, y a dos escoltas insustanciales pero talentosos, que acabaron teniendo su función en los Cavaliers de LeBron James, a los que llegaron poco después. En el proceso se liberaba, claro está, del contrato de Allen, sacando tajada de él y ahorrándose 16 millones de dólares antes de que se convirtiera en agente libre y se fuera por nada.El tirador aterrizaba en su nuevo destino tras las dos mejores temporadas de su carrera a nivel estadístico, en las que había promediado 25,1 y 26,4 puntos por partido y se había convertido, ya de manera definitiva, en parte de la clase alta de la Liga.
Sin embargo, la joya de la corona de Ainge llegaría unos días después. Kevin Garnett llegaba a los Celtics en uno de los traspasos más sonados de la historia y el que más contraprestaciones tendría por un solo jugador, hasta siete. Su traspaso se fraguó a cambio de Al Jefferson, Ryan Gomes, Sebastian Telfair, Gerald Green, Theo Ratliff, más dinero, una elección de primera ronda de Boston del Draft de la NBA de 2009 y una elección de primera ronda de Minnesota del mismo draft que poseían del traspaso entre Ricky Davis y Wally Szczerbiak en 2006, y de la que acabó saliendo Jonny Flyn. La jugada fue maestra para el directivo, que evitó que los Lakers, inmersos en un sainete entorno a un Kobe que amenazaba con irse, no se hicieran con la estrella, algo a la que esta misma se llegó a oponer precisamente por saber de los problemas entre el escolta y la franquicia, más tarde resueltos. Garnett firmaría nada más aterrizar una extensión a razón por tres años y un monto adicional de 60 millones a repartir entre 2009 y 2012. Ainge aseguraba el futuro con la pieza que le faltaba. Una que estaría dispuesta a todo para conseguir el anillo.
Los Celtics de Garnett
Desde entonces y aunque la historia no lo recuerde de ese modo, los Boston Celtics pasaron a ser el equipo de Kevin Garnett. Bien es cierto que el big three formado junto a Allen y Pierce sería icónico, pero Garnett era el alma, el pastor, el líder que haría lo que fuera por sus compañeros y que mataría y moriría por ellos. Los 12 años pasados en Minnesota habían curtido su carácter, pero habían desdibujado su gran objetivo, el campeonato, esquivo hasta en la mejor temporada de la historia de la franquicia, con la estrella como MVP y ese trío que formó junto a Sam Cassell y Latrell Sprewell. Desde entonces, los Wolves no pisaron los playoffs, lo que propició que el propietario Glen Taylor le buscara un traspaso previo al más que posible hartazgo y que le dejara marchar para iniciar una reconstrucción absolutamente disfuncional, resuelta con una sola participación en playoffs en más de una década y con mucha pena y poca gloria en un camino al averno que parece no acabar nunca.
Garnett llevaba 12 años en los Wolves, a los que había llegado desde el instituto en 1995. 927 partidos, todo un veterano y el jugador de toda la Liga que más tiempo llevaba en un solo equipo entre los que estaban en activo. El ala-pívot nunca contuvo su rabia y transmitió su energía a todo el grupo en esa batalla mental que se avecinaba. Los Celtics eran el octavo equipo más veterano de la competición y su estrella sabía que cuanto antes mejor. Famosas son en su retirada sus peleas con Howard, los tortazos a Bogut, el hacer llorar a su compañero Glenn Davis, las vaciladas a Calderón o el trash talking sucio y carroñero que empleó con Tim Duncan, su homólogo y gran rival con el que se enfrentó en lo físico pero del que nunca estuvo cerca en anillos. Sí en consolidar una posición que ha alcanzado su culmen en el siglo XXI, por mucho que Karl Malone y Charles Barkley sentaran las bases años antes. Eso sí, desde caminos opuestos, uno desde la calma y la ausencia de carisma y el otro haciéndose notar de manera constante, con puñetazos en el pecho, grandilocuencias varias y fondos en el parqué incluidos que levantaban a un Garden que conectó como nunca con el recién llegado. Garnett, más allá de un forastero parecía el alma perdida de la franquicia, esa que había tardado dos largas décadas en llegar y que se unió al consabido compromiso de Pierce y el tiro de Allen para formar un equipo con mucha leyenda a pesar de ganar solo un anillo.
Fue la defensa la que hizo a esos Celtics campeones. Doc Rivers es un magnífico entrenador, un buen tío que sabía actuar bajo presión, simpático y cercano a jugadores y rivales. Un hombre que cae bien. Y también supo ser pragmático, delegando la defensa en su asistente, un Tom Tihibodeau que cimentó su reputación gracias a Garnett, el mayor aliado que ha tenido en pista al margen de Derrick Rose, su efímero mesías en Chicago. La marea verde creó ese año uno de los entramados defensivos más impresionantes de la historia, provocando que sus rivales sumaran el peor porcentaje en tiros de campo de toda la Liga y, a la vez, el mayor promedio de pérdidas, lo que en suma no tenía precedente desde que había registro de ambas categorías estadísticas. Además, fueron el segundo equipo que menos puntos recibió por partido (90,3, a solo dos décimas de los Pistons) y tuvieron el mejor rating defensivo, el sexto mejor de toda la historia de la franquicia.
Y todo, dentro de un ataque ordenado y con pautas en el que también había lugar a la improvisación, menor que en unos años posteriores en los que Rondo se convirtió en un ser con una imaginación desproporcionada, pero atractivo a su manera, dejando fluir a los suyos y repartiendo bien el ataque entre tanto ego y tres hombres acostumbrados a asumirlo todo pero que fueron capaces de ajustar lo necesario para producir de manera conjunta y efectiva. Los Celtics fueron el cuarto equipo de la NBA en porcentaje en tiros de campo y el quinto en porcentaje de triples, mercer al 39% de promedio de un Pierce que se fue a 19,6 puntos, máximo anotador del equipo, y al casi 40% de un Allen que llegó a los 17,4. Y todo con Garnett apostillando en ese lado de la pista, con peores números pero más intangibles que en los Wolves, siendo el sostén infinito del equipo con 18,8 punttos, 9,2 rebotes y 3,4 asistencias. El ala-pívot ya tuvo un debut premonitorio (22+20+5) y subió sus números en playoffs (20,4+10,5) el único que lo hizo de todo el equipo a pesar de ramalazos, igualmente importantes, de Pierce.
Nunca los Celtics tuvieron tanta diferencia de puntos en sus partidos, resueltos por más de 10, la única vez en su larga historia en la que superaban la decena en este apartado estadístico. Además, alcanzaron el segundo mejor récord de la historia de la franquicia, un inapelable 66-16, lograron un espectacular 35-6 en el Garden y un todavía más espectacular 31-10 fuera, fueron quintos en robos, novenos en asistencias y rebotes defensivos, y primeros en net rating con un espectacular 11,3. El plan de Ainge, que había rellenado el equipo con segundas e importantes espadas como James Posey (campeón con los Heat en 2006) o Eddie House, daba sus frutos en una plantilla que también contaba con Leon Powe y Kendrick Perkins, otros especialista defensivo como Tony Allen y dos jugadores cuya importancia fue capital para afrontar los playoffs, sobre todo desde el punto de vista moral, y que llegaron apenas unas semanas antes de finalizar la regular season: Sam Cassell y P.J Brown.
Tumbando a los Lakers
Los playoffs no fueron el camino de rosas que representó la temporada regular. Ahí fue donde los Celtics se aferrarían al Garden como a un clavo ardiendo, como si los ancestros de la histórica franquicia pudieran protegerles de las revoluciones a las que se enfrentaron, solventadas con el apoyo del público y una defensa extraordinaria que funcionó mucho mejor de locales que de visitantes. Los Hawks les llevaron en primera ronda a siete inopinados partidos, aunque Garnett acabó resolviendo con 21+9+4, añadiendo a eso 2 robos por partido y un séptimo (99-65) en el que no hubo historia. Sí la hubo ante los Cavs de LeBron, que llegaban a semifinales con dos viejos conocidos (Szczerbiak y West) y 45 victorias en su haber con las que, por cierto, no se habrían clasificado para los playoffs en el Oeste, en el que los Warriors post We Believe se quedaron fuera con 48. Jamás el Este post Jordan, en su etapa más gloriosa, pudo ser más competivo que su conferencia homóloga, de la que proceden 14 de sus últimos 21 campeones.
LeBron también llevó a siete partidos a los Celtics en un esfuerzo supremo que produjo 27 puntos, 6,4 rebotes y más de 7 asistencias, con 45 tantos en el séptimo y definitivo duelo. Pero cedió a la respuesta de Pierce (41) y a Garnett (19,6+10,9 en la serie) y al Garden. La victoria esta vez fue más ajustada (97-92), pero los bostonianos volaron a sus primeras finales del Este desde 2002 para acabar con la última versión definitiva de los Pistons (59-23) que ganaron el anillo en 2004, dejándose su primer y único partido de toda la post temporada en el Garden (103-97), pero sentenciando en seis encuentros con 23 puntos y casi 10 rebotes de su ala-pívot, que llegaba a sus primeras Finales y daba a los Celtics su primera oportunidad por el título desde 1987.
Ni siquiera Kobe Bryant, MVP de la temporada por delante de Chris Paul y, cómo no, Kevin Garnett, pudo con esos Celtics. El ala-pívot, Mejor Defensor, fue el líder de una defensa que solo permitió a los Lakers llegar a los 100 puntos en dos de los seis partidos (108,6 en regular season), y las ayudas constantes mantuvieron al escolta ahogado en el perímetro la mayor parte del encuentro. Ray Allen se fue a 20 puntos por partido con más de un 50% en triples, incluidos 7 de 9 en el sexto y definitivo en el que los Lakers sufrieron una de las derrotas más amargas de su historia (131-92) con confeti y Gatorade incluido que les impidió salir de la pista hasta que se hubiera limpiado del todo. Pierce se fue a 22 puntos de promedio y fue el MVP de unas Finales en las que moralmente, el premio fue de un Garnett que besaba el suelo del Garden al finalizar la serie como si esa hubiera sido siempre su casa: 18 puntos, 13 rebotes y 3 asistencias para él, secando a Pau Gasol (14+10), y pasándole por encima en una derrota aleccionadora para el español, que sufrió hasta la extenuación el apelativo de soft (blando) en las dos temporadas siguientes y que incluso persistió a pesar de cobrarse su venganza en 2010.
Kobe promedió 25,7 puntos, pero con un 50% en tiros de campo, ahogado por la defensa colectiva e individualee de un Posey, ese perfil de gran envergadura contra el que siempre sufría, tal y como le pasó con Thysaun Prince en 2004. Cierto es que los Lakers no pudieron contar con Andrew Bynum, lo que favoreció que Garnett se pudiera centrar en un Pau que ya antes se las tenía que ver con Perkins, un hombre con poco talento pero extremadamente útil para Doc Rivers y que alcanzó su apogeo con esos Celtics más allá de las estadísticas. Los Lakers desperdiciaron una ventaja de 24 puntos en el cuarto encuentro que demostró que todavía no estaban maduros para conseguir el anillo. La imagen de Pau en el suelo con su némesis machacando ante él sirve de resumen de la eliminatoria en la que menos esfuerzo empleó Boston en esos playoffs, sin que eso signifique que la victoria fuera fácil. Pocas veces Phil Jackson había visto como su triángulo naufragaba tanto como lo hizo entonces, sin respuesta ante un equipo netamente superior y liderado por una de las purezas enérgicas más grandes de la historia: Kevin Garnett.
El ala-pívot alcanzaba, al fin, el ansiado anillo. Ese hombre que había tocado al fin la gloria y que demostró su utilidad cuando una lesión suya al año siguiente le apartó de unos playoffs en los que los Celtics cayeron en semifinales. Antes, habían empezado de una forma casi más arrolladora que el año anterior (27-2 en Navidad), pero ya no conseguirían repetir la gesta del campeonato, revancha incluida ante los Lakers en 2010. Ainge aguantó el proyecto con mucho esfuerzo y la proyección de un Rondo que crecía a pasos agigantados y que suplía la veteranía convertida inexorablemente en vejez y la ausencia de un Thibodeau que aguantó hasta 2010. Sin él, los Celtics rozaron por última vez las Finales con 3-2 arriba ante los Heat de un LeBron que en un partido histórico ahuyentó habladurías (45+15+5) y puso rumbo hasta su particular dinastía.
En 2013, se disgregaron esos Celtics, con un Allen que ya se había marchado un año antes. Garnett pasó por Nets y Wolves, retirándose en casa, y tendrá su número retirado de Boston además de ser incluido en el Hall of Fame junto a ese compañero generacional desaparecido que es Kobe Bryant y otro al que va ligado su carrera, Tim Duncan. Cabe recordar las palabras de Sean Grande, locutor radiofónico de los Wolves, cuando en verano de 2007 el ala-pívot puso rumbo a los Celtics abandonando su equipo de toda la vida. Ante esto, el periodista Bill Simmons pidió a Grande que definiera al gran héroe que había tenido la franquicia, a lo que éste no dudó: "Lo da todo, el corazón y el alma, en el partido número 13 ante Atlante, en el 61 ante Charlotte o en el sexto partido de las finales de Conferencia". Ese era Kevin Garnett, el hombre que provocó que Kobe y Phil Jackson se encerraran durante horas en el vestuario del Garden. El que recuperó la gloria perdida de Boston. El que ganó, en ese 2008, su anillo de campeón. Algo que, ya hemos dicho, no es fácil. Nunca lo es.