Siete años de la 'portada maldita': cuando los Nets se quedaron sin Tatum, Jaylen Brown, Lillard...
En 2013 los Nets quisieron revolucionar la NBA... y no les salió nada bien. Los Celtics se reconstruyeron a su costa y todavía hoy se recuerda esta portada de Sports Illustrated.
Las redes sociales, que tienen memoria de elefante para lo que quieren, acaban de recordarnos que se cumplen siete años de una de las portadas malditas de la prensa deportiva estadounidense. Al menos en su historia reciente: en octubre de 2013, la previa de la temporada NBA hacía mucho ruido con el equipo de Playstation que habían formado los Nets en Brooklyn, donde se habían mudado en 2012 para resucitar un proyecto que se descomponía en New Jersey. Fue el gran órdago, y finalmente una batalla perdida, del magnate (y playboy) ruso Mikhail Prokhorov, el que se presentó en sociedad tras comprar la franquicia con un “americanos, vengo en son de paz”. Su idea era arrebatarle Nueva York a los Knicks y a partir de ahí conquistar el Este, la NBA y finalmente, el mundo. Para ello, lanzó los dados al tapete con un quinteto de videojuego: Deron Williams, Joe Johnson, Paul Pierce, Kevin Garnett y Brook Lopez. Y la revista Sports Ilustrated los colocó en portada junto a su entrenador, el legendario (como jugador) Jason Kidd, y un titular que acabó pareciendo una broma pesada: Who wants a piece of them? Algo así como ¿quién se atreve con ellos?
El problema era que Kevin Garnett tenía 37 años, Paul Pierce 36, Joe Johnson 32 y Deron Williams solo 29 pero ya unos incipientes problemas físicos (con los tobillos, sobre todo) que aceleraron el final de una carrera que apuntaba a extraordinaria pero finalmente no lo fue tanto. Esos Nets 2013-14 ganaron 44 partidos (44-38), nada impresionante. Y en playoffs necesitaron siete partidos para eliminar a los Raptors (4-3) antes de perder contra Miami Heat en segunda ronda y sin miramientos (4-1). Un año después pasaron de puntillas por la primera ronda (cayeron con los Hawks) y se adentraron en una de las reconstrucciones más complejas de la historia de la NBA, una en la que obviamente ya no estaban ni Kidd ni Billy King, el directivo que tuvo que hacer el equipo al gusto de Prokhorov y de la rutilante Brooklyn. Con Sean Marks en los despachos y Kenny Atkinson en el banquillo (ya no está), los Nets recuperaron después la respetabilidad más rápido de lo previsto y de lo que presagiaba uno de los peores traspasos de la historia.
Porque el 12 de julio de 2013 los Nets se giraron hacia los Celtics, que desmontaban el rutilante proyecto que fue campeón en 2008 y finalista en 2010 y le hicieron a su arquitecto, Danny Ainge, un favor monumental: se llevaron a los ya muy veteranos Paul Pierce, Kevin Garnett y Jason Terry con DJ White, una primera ronda futura que acabó siendo Kyle Kuzma (trapasado a los Lakers en la noche del draft) y una segunda que fue Sasha Vezenkov, europeo que no ha pisado la NBA. Le quitaron a Ainge un problema (cómo lidiar con el final de jugadores icónicos) y le dieron a cambio las llaves de una reconstrucción ideal. Muchos picks y muy altos, porque la descomposición exprés de los Nets dio un valor descomunal a lo que entregaron a los vecinos de Boston: cinco jugadores que no eran la clave de la operación (Keith Bogans, MarShon Brooks, Kris Humphries, Kris Joseph y Gerald Wallace) y las primeras rondas de 2014 (James Young), 2016 (Jaylen Brown), 2017 (el número 1 de Markelle Fultz) y la de 2018 (Collin Sexton). Gracias a esa operación, por lo tanto, los Celtics se llevaron a Jaylen Brown y negociaron con los Sixers para dar el pick de Fultz y draftear a Jayson Tatum con otra primera ronda, con la que los verdes eligieron a Romeo Langford en el último draft. Es decir, la era de los Jays (Jaylen y Jayson, Brown y Tatum) fue un regalo de los Nets a los Celtics, que además, usaron el pick de 2018 (número 8) en la operación en la que se hicieron con Kyrie Irving, una superestrella complicada que no cuajó en el Garden y que está, precisamente, en Brooklyn Nets.
Fue, desde luego, uno de los peores traspasos de la historia de la NBA. Y los males de esa ambición sin paciencia de los Nets no acabaron ahí: en 2012 le dieron 98 millones por cinco años a Deron Williams, que dejó el equipo en 2015 y la NBA en 2017… pero estuvo cobrando de los Nets (a base de prorrateos de cinco millones anuales) hasta el pasado mes de junio. Y lo que es peor, en el mismo 2012 y para hacerse con Gerald Wallace, mandaron una primera ronda a Portland Trail Blazers. Su primera de 2012 que acabó permitiendo a los de Oregón seleccionar con el pick 6 a Damian Lillard, uno de los mejores jugadores de la NBA en los últimos años. Todos estos movimientos, esta obsesión por quemar naves y hacer ruido, es imposible de entender sin la compleja figura de un Prokhorov que se cansó después rápido de que su juguete NBA le diera tantos disgustos.
La revolución del ruso global
“Los dioses del baloncesto sonríen hoy a los Nets”. La frase la pronunció Prokhorov, que entonces tenía 48 años y era un empresario ruso de origen judío y poseedor de una fortuna que superaba los 13.500 millones de euros. En el mundo sólo había 57 personas más ricas que él, seis en esa nueva Rusia suya marcada por el signo del hípercapitalismo. Playboy, aspirante a político que había obtenido el 8% de los votos en la última carrera presidencial de su país y padrino de la versión 2.0 del viejo proverbio eslavo: “En Rusia no hay caminos, sólo direcciones”. La dirección de Prokhorov, de la metalurgia a la nanotecnología y de la industria pesada a las galerías de arte, siempre fue la consecución de todo aquello que se propone. Y esa cita inicial corresponde a la presentación como jugadores de los Nets de Paul Pierce, Kevin Garnett y Jason Terry. Instantes después dejó claro que ese feliz día no era una meta para su rutilante franquicia sino un comienzo: “¿Si estoy orgulloso? Sólo lo estaré cuando ganemos el anillo”. No era un brindis al sol, aunque ahora lo parezca. Era una ruta de una sola dirección que tenía perfecto sentido en su mente. Y en su cartera: “No soy un hombre de métodos. Soy un hombre de resultados”.
Por entonces el resto de propietarios de la NBA miraba ya con recelo al primero entre los suyos nacido fuera de Estados Unidos. Por su toque histriónico y sus métodos, casi de tierra quemada. Por su aire de padrino de los nuevos rusos globales, aquellos que mezclan la idiosincrasia y el acento de su madre patria con unas costumbres occidentales, cosmopolitas y refinadas hasta lo snob. Una nueva comunidad que ha roto tópicos en la Gran Manzana y que se ha distanciado del guetto ruso de Brighton Beach. Un nuevo estereotipo de la alta sociedad neoyorquina que “cocina como los franceses y se divierte como los americanos pero sigue estableciendo círculos de amistad como los rusos”.
Prokhorov se convirtió oficialmente en dueño de New Jersey Nets, una franquicia depauperada y a la deriva, el 11 de mayo de 2010. Aterrizó con su innegable encanto, esa frase de presentación para el recuerdo (“Americanos, vengo en son de paz”) y una estratégica fotografía junto a Jay-Z y Michael Bloomberg, el capo del espectáculo y el alcalde. El bautismo perfecto para un tipo que prometió un anillo en cinco anillos. Para ello, aquel equipo fallido de 2013 se llevaba 101 millones en salarios, un gasto total de 182 por el impuesto de lujo. Calderilla para el nuevo jefe. Uno cuyo plan pasaba por devorar primero a los históricos Knicks como macho alfa de la ciudad de Nueva York y asaltar después el trono desde el nuevo y lujoso Barclays Center cuyo videomarcador, obra cumbre de Daktronics, costó diez millones de dólares. Prokohorov, con la bendición de su mano derecha Irina Pavlova, no pensaba en términos de gasto sino de oportunidad e inversión. Y de primeras todo iba bien: aquellos Nets en los que no crecía la hierba que dejó Bruce Ratner le costaron al magnate ruso 220 millones de dólares valían solo tres años después casi 800 millones.
El beneficio económico no se puede cuestionar: en 2017, Prokhorov comenzó a traspasar los Nets a Joseph Tai, cofundador de Alibaba, que primero pagó 1200 millones por el 49% de la franquicia y después, en septiembre de 2019, otros 3.500 (récord en el deporte estadounidense) por el resto del equipo, el pabellón (Barclays Center) y una deuda de más de 300 millones de la que se hacía cargo y que iba incluida en el precio. Prokhorov se fue hablando de “orgullo y honor” y de la satisfacción de haber trasladado el equipo a Brooklyn, la capital del mundo, y de haberlo dejado en una situación mucho mejor de la que heredó. Así fue, en realidad, pero se marchó con solo una serie de playoffs ganada y un balance de 288 victorias por 434 derrotas. Un arañazo en el orgullo de un tipo acostumbrado a ganar y que en la NBA siempre pareció un cuerpo extraño, ajeno. Será por aquello que decía Winston Churchill de la Madre Rusia, a la que llamaba “una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma”.