¿Peligro real? Un ataque horrible enseña el abismo a los Lakers
El peor ataque de la burbuja y una incapacidad desesperante para anotar tiros liberados pone en jaque un proyecto que llegaba a Florida con aspiraciones serias de anillo.
Cuando paró la temporada el 11 de marzo, pocos equipos podían sentirse (en lo deportivo) más frustrados que los Lakers. Estaban 49-14, tenían el primer puesto del Oeste casi amarrado y hasta acechaban a los Bucks por el mejor balance de la NBA. Eran tiempos, parece prehistoria, en los que el factor cancha (un concepto casi irónico en la burbuja) era esencial. Acababan de ganar, en dos partidos consecutivos, a los de Wisconsin y, por primera vez en la temporada, a los Clippers. LeBron James estaba en un momento de forma que inspiraba terror, la defensa parecía la más física y una de las más efectivas de la NBA y el equipo, que transitó por el trágico fallecimiento de Kobe Bryant, transmitía una unión y una química que parecían de otro tiempo. Old school.
Cuatro meses y medio después, hay muy poco de esos Lakers en la burbuja de Orlando. O nada: las pésimas señales de los seeding games pudieron ser (en parte fueron, seguro) cuestión de desinterés y gestión física. Después de ganar a los Clippers en el arranque, los Lakers aseguraron el simbólico primer puesto del Oeste (por primera vez desde 2010, el año del último anillo) y empezaron a ver demasiado lejos los playoffs. Sucede, en esas esperas salpicadas de partidos intrascendentes, que se confunden los estados de formas y los síntomas, y no se sabe qué es real y qué no. Hasta que llegan los playoffs. Y llegaron, y los Lakers perdieron con los Blazers. Una derrota no supone una gran losa en una serie a siete. Muchos aspirantes al anillo han comenzado con traspiés: nunca (está en el libreto básico para analistas en playoffs) hay que exagerar la reacción a un primer partido. Pero el problema con estos Lakers no es la derrota, sino que las razones que la provocaron son las mismas que habían puesto en rojo las alarmas durante la primera quincena de agosto.
Y no se trata de los Blazers, a los que los Lakers pudieron ganar (+6 a 8 minutos del final) pese a su día nefasto, catastrófico en ataque. Ni de lo bueno que es Lillard (que lo es) o lo peligroso que es un rival que es más que un octavo clasificado (que también lo es: vigente finalista del Oeste, para empezar). Se trata de que los Lakers, como los Bucks, calibran su nivel pensando en el gran premio, no en esta ronda. Eso sí, el rival permite pensar en debacle. El BPI (Basketball Power Index, medido de ESPN) sigue dando un 90% de opciones de pasar a los Bucks pese a su 0-1 ante los Magic pero ha bajado ya al 55% las opciones de los Lakers. El resultado más probable ahora, según este cálculo, es un triunfo angelino… pero en siete partidos (21,8% de opciones). El círculo se estrecha.
Pero no se trata de eso, sino del gran esquema de los playoffs: con este nivel ofensivo los Lakers pueden imponer su voluntad (la de LeBron) ante los Blazers (o no), pero no van a ser campeones de la NBA. Atacando así, no. Seguro.
En sus ocho partidos en la burbuja (3-5 que es un 3-6 ahora desde el reinicio) los Lakers fueron el peor ataque de los 22 en liza. En tres partidos, que ya son cuatro, se han quedado por debajo de 100 puntos. Esta vez anotaron 93 contra unos Blazers que se habían pasado 37 partidos, desde el 7 de enero, sin ver a un rival por debajo de las tres cifras. Y que, jugándose la vida, habían recibido una media, entre seeding games y play in, de 123,3. Los Lakers se quedaron a 30 puntos de esa cifra, aunque sin Trevor Ariza los Blazers no tienen nada que poner enfrente de LeBron y a pesar de que el alero/base batió su récord de asistencias en playoffs (16) y terminó en 23+17+16. Tal vez (hasta donde dan las estadísticas analizadas, a partir de 1965) el primer 20+15+15 de siempre en playoffs.
Incluso con esos números, y con sus 35 años, LeBron pudo hacer más, ser más agresivo en sus penetraciones, más incisivo en los minutos decisivos. Tan bueno es. Con todo, pudo acabar con muchas más (¿23, 24, 25?) asistencias si sus compañeros no fueran ahora mismo incapaces de anotar con un ritmo mínimamente decoroso. La defensa, aunque falló en los minutos finales, sigue ahí: los Blazers llevaban 78 puntos y perdían por 6 (84-78) a 8 minutos del final. Pero a partir de ese momento anotaron 22 (con seis triples, uno más que su rival en todo el partido) y los Lakers… 9. En 480 segundos. Ese nefasto tramo incluyó cuatro tiros libres seguidos fallados por LeBron y Anthony Davis. En ese juego de posesiones al límite, hay pocos equipos más resolutivos que los Blazers, con Lillard, McCollum y algún tirito liberado de Carmelo. Los Lakers, a un nivel solo decente en ataque, habrían llegado con red a ese final ante un oponente que juega con ocho en la rotación y lleva 20 días al límite pero, en el lado positivo de esa dinámica angustiosa, está con las revoluciones al máximo y convirtiendo la supervivencia en hábito (8-2 ahora desde el reinicio).
Los Lakers no tiene a Avery Bradley para incordiar a Lillard, pero ni siquiera los 34 puntos del base parecieron decisivos esta vez. Ni su triple casi desde el centro de la pista, una imagen alienígena que se está convirtiendo en rutina por obra y gracia de un jugador iluminado. No: los Lakers perdieron por su 35% en tiros, por sus 19 fallos en transición (el tope en la liga desde que se miden estas acciones) y por su poca eficiencia cerca del aro, un asunto donde sí deberían mejorar porque vienen de ser el mejor equipo de la Regular Season, franja desde la que amasaron el mejor porcentaje en tiros de la NBA.
Y, claro, y este es el gran asunto de esta eliminatoria y de unas opciones de anillo que se opacan, los Lakers perdieron porque son incapaces de meter un triple. Esta vez 5/32, el segundo peor partido de siempre en playoffs por porcentaje para un equipo con al menos 30 lanzados. El peor es un 5/33 en 2019 de los Thunder contra… sorpresa, Portland Trail Blazers (los Thunder perdieron ese partido, el primero, y la eliminatoria). Aquí sí hay chicha: muchos de los fallos fueron en buenos ataques, lanzamientos francos, teóricamente óptimos en la actual NBA. Pero es que en la actual NBA los Lakers son un aspirante anómalo: noveno peor equipo en porcentaje de tres cuando los últimos nueve campeones han estado en el top 10. En los ocho seeding games, los Lakers fueron el peor desde la larga distancia (un 30,3% que se hundió hasta el 15,6% contra los Blazers).
Danny Green, que tendría que tener un rol crucial, ha tirado en un mísero 25% desde la línea de tres en Florida y se quedó en el arranque en playoffs en un 2/8. Caldwell-Pope firmó un 0/5 y un 0/9 total mientras se machacaba en defensa. LeBron y Davis combinaron un 1/9 y Kuzma estaba en un 1/5 pobre… pero útil. Sus puntos eran la única buena noticia en ataque cuando Vogel decidió sentarlo en el último cuarto. El entrenador, robótico en sus decisiones, tampoco salió bien parado del partido. Por mucho que los Lakers deberían haber ganado con una día simplemente no bochornoso en el tiro.
Anthony Davis anotó 28 puntos y capturó 11 rebotes. Pero su incidencia en ataque fue minúscula, reducida a acciones en transiciones y trabajo tras rebotes de ataque. Ni él pareció mentalmente a la altura ni los Lakers lo supieron utilizar, otra vez con menos minutos de los ideales como pívot puro, algo que acabará siendo norma en esta serie. Más les vale a los angelinos que cuanto antes. Era, esto ahora va a importar, el decimocuarto partido en playoffs para Davis, un jugador que solo ha superado una vez la primera ronda y cuya condición de megaestrella será también testada en los próximos días.
Es decir: los Lakers no están en riesgo por esta derrota, lo están porque ese traspiés llegó por factores que no se pueden considerar accidentales. Con los tiradores negados, incapaces de generar las ventajas que obtiene constantemente LeBron James, y la anotación bajo mínimos, los angelinos no llegarán a su meta, que no es otra que el anillo. Si los lanzadores hacen click y Vogel sacude el óxido del juego en estático, y es (de paso) más valiente con la rotación, el equipo volverá a ser un aspirante de primer nivel. Es, no lo olvidemos, el equipo de LeBron. Pero, y esa es la realidad, no ha dado miedo (o se lo ha dado a sus propios seguidores) en ya casi tres semanas de partidos en la burbuja. Ni en los intrascendentes… ni en el primero con fuego real.