LOS ANGELES LAKERS

Dwight Howard y el cierre de un círculo en el lugar más indicado

Dwight Howard regresa al escenario donde fue más grande y rozó el Anillo hace once años, pero ahora con otra camiseta y mucho que repensar.

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Dwight Howard
Brian Rothmuller ICON SPORTSWIRE

Para los equipos que más opciones tienen de ganar la NBA esta burbuja creada en el complejo de ESPN que forma parte de Disney World, una macropropiedad en mitad de Orange County (en el estado de Florida), era casi un imperativo. No lo dicen públicamente, pero lo dejan caer. El mejor ejemplo es LeBron James, comprometidísimo a nivel social pero que no por ello iba a dejar pasar la oportunidad de añadir un nuevo campeonato a sus vitrinas. Los Bucks, los Clippers o los Raptors, el equipo que defiende el trono, son otros de los favoritos. En los Lakers, mismamente, había dos bandos: en uno, la estrella; en otro, los disidentes. Y Dwight Howard, uno de los referentes de la plantilla, estuvo a punto de ser del segundo grupo (que al final se ha reducido a Avery Bradley).

Sólo Howard sabe la razón que le llevó al cambio de última hora, a participar con el resto de sus compañeros en este regreso tan atípico de una liga que lleva suspendida desde el 11 de marzo por el coronavirus. Pero estará. En una temporada extraña pero satisfactoria para él, en la que ha adquirido otro rol con el que ser por fin parte de un equipo ganador y en el que no sólo aporte para sí mismo, quiere cerrar un círculo.

De vuelta a Orlando

La propuesta de la NBA conllevaba irse a Orlando a jugar una parte de la fase regular que quedaba y los tradicionales playoffs, todo a puerta cerrada. Si hay una persona que debió ver el cielo abierto pese a que sea una medida que sólo pretende paliar un gran daño, el del COVID-19, ésa era Dwight Howard. El fornido pívot regresa al escenario donde lo fue todo. La casualidad ha querido que vuelva, once años después, al lugar donde tan cerca estuvo de ganar. En 2009 disputó las Finales de la NBA ante los Lakers, la franquicia para la que juega hoy, y lo hizo no sólo como líder de aquel equipo sino como una de las estrellas más brillantes de la Liga y del baloncesto mundial.

Aquellos Magic de Stan van Gundy, un conjunto de pico y pala con referentes como Jameer Nelson, Rashard Lewis o Hedo Turkoglu, apartaron de la senda en la Conferencia Este los Celtics, campeones un año antes, y a los Cavaliers de LeBron James. En la serie definitiva cayeron fácil en el que sería el primer campeonato de la NBA para Pau Gasol, que hoy batalla por sentirse jugador una vez más. Quizás fue por aquella rivalidad por la que en España, además de en muchos otros rincones del mundo, Howard caló tan hondo. En términos de exposición cogió bien el relevo de los Shaq y T-Mac, líderes en Orlando antes que él, y se convirtió en un icono. Era el líder del equipo. En esa temporada ya estaba en 20,6 puntos, 13,8 rebotes y 2,9 tapones. Pero no sólo era lo que hacía en la cancha lo que le mantenía como una cara amable, también cómo se lanzaba fuera de ella: ejemplos hay de todos los colores...

Pero no ganó, quiso más y ahí es cuando no midió bien el impacto. Su año en los Lakers fue terrible en términos de exposición, ya que salió a palos con Kobe Bryant y habiendo bajado su nivel de juego un par de escalones. Aquello no funcionó, pero en los Rockets también salió escaldado por su juego y, de nuevo, ante la otra estrella: James Harden. En Atlanta y Charlotte sólo sumaba números, no aportaba algo diferencial a los equipos, y de los Wizards salió por la puerta de atrás. En 2019 estaba ya en un nivel complicado: había pasado de gran estrella a jugador residual. La llamada, de nuevo, de los Lakers fue salvadora para un Dwight Howard a la deriva.

Ahora mismo desarrolla otro papel, más secundario pero arropado en el conjunto. Es un especialista más que un todoterreno y ahí sí está pudiendo aportar cosas que otros no aportan. Sus números, claro, ya no son gran cosa (7,5 puntos y 7,4 rebotes), pero es que juega menos de veinte minutos por encuentro. Maximiza sus esfuerzos y en Los Ángeles, a sus 34 años, parece haber encontrado una nueva vía para sentirse importante.

Una deriva polémica

Esta temporada 2019/20, la que ha sido el nuevo despertar de Dwight Howard, se ha vuelto complicada para todos. El coronavirus ha obligado a rehacer el calendario y ha dejado secuelas importantes y un reguero de aspectos negativos que no cesa. Y Howard se ha metido en una espiral complicada.

La situación originada en Estados Unidos tras el estrés del confinamiento y debido a la tensión racial provocada por el asesinato de George Floyd también jugó su parte en que algunos quisieran darle más prioridad a las reivindicaciones que al juego. Uno de ellos era el pívot de los Lakers, que finalmente sí jugará. Su forma de acercarse al problema existente en la sociedad estadounidense no fue, ni de lejos, aplaudida: "La colonización europea nos quitó nuestra rica cultura y todavía tenemos que pensar en ello. Cuantas menos distracciones haya, más podemos centrarnos en descubrir quiénes somos. Las naciones se hacen con familias; ser negros o afroamericano no es una nación ni una nacionalidad. Es el momento de que las familias sean la nación. Que no haya baloncesto hasta que resolvamos este asunto".

Ahí, desgraciadamente para sus seguidores, no se ha quedado la cosa. Una vez en la burbuja ha entrado en una deriva en la que se ha destapado como una suerte de Miguel Bosé: de ser amado a ser repudiado por, en una situación tan compleja, expresar unas ideas tan alejadas de la realidad fehaciente. No sólo fue uno de los que recibió un aviso de la NBA por violar las normas del campus, ya que fue pillado sin mascarilla en las zonas comunes (algo que incluso defiende pese a no haber estudiado Medicina), sino que se ha metido en una pelea con demasiado peso en la sociedad actual: las vacunas. "No creo en la vacunación. Es sólo mi opinión personal", expresó en su cuenta de Instagram.

De nuevo levanta ampollas por su personalidad y no por su juego. Justo cuando había alcanzado un punto más que positivo sabiendo de dónde venía. Sea como fuere, intenta cerrar el círculo y ponerse el anillo de campeón donde todo empezó.