Más de mil millones en el limbo: un año sin Madness en EE UU
"El March Madness era el Titanic y el coronavirus el iceberg", aseguran en la NCAA, donde se preparan para el monstruoso golpe del primer año sin Madness desde 1938.
Hoy, 19 de marzo, era día grande en el deporte estadounidense. Hoy, 19 de marzo, tenía que haber arrancado la primera ronda del March Madness 2020 con partidos en Albany, St. Louis, Spokane y Tampa. Al final del camino, con las finales regionales en menos de dos semanas, la Final Four de Atlanta (del 4 al 6 de abril). En lugar de eso, no hay nada. La Locura de Marzo ha cedido, como prácticamente todo el deporte mundial, ante las medidas para frenar al coronavirus. Estados Unidos se ha quedado así sin uno de los grandes hitos de su calendario deportivo, quizá la cita más importante solo por detrás de la Super Bowl.
La locura: más de 60 millones de estadounidenses completan más de 140 millones de brackets, los diagramas en los que hay que ir simulando el desarrollo del sorteo y en los que hay una posibilidad entre 9,2 quintillones de rellenar uno perfecto. Es más fácil, de hecho, acertar dos años seguidos la mayor lotería del país comprando solo un boleto por año que acertar todos los resultados de un torneo legendario por sus sorpresas, sus finales increíbles, las Cenicientas que llegan donde nadie las esperaba, los imperios que se derrumban y las historias que corren de punta a punta de los medios de comunicación.
Las empresas estadounidenses pierden durante el torneo unos 2.300 millones de dólares por la bajada de rendimiento de sus trabajadores, de los que un 20% reconoce escaparse al baño para ver partidos desde el móvil, un 24% los ve durante reuniones y un 17% lo hace con sus jefes... que también quieren comprobar cómo van sus brackets. Durante marzo, y la causa principal es esta fase final a partidos de eliminación del baloncesto universitario (68 equipos en liza para elegir al campeón de la NCAA), se producen 17,5 millones de barriles de cerveza (la media de otros meses no pasa de 14) y se come un 19% más de pizza. Todo eso se ha perdido en 2020, aunque la NCAA trató de salvarlo hasta última hora, estudiando incluso formatos de emergencia que facilitaran una fase final a la que agarrarse. No hubo manera, tal y como reconoció un dirigente del entramado universitario: "El March Madness era el Titanic que iba de formar irremediable a chocar contra un iceberg llamado coronavirus".
Una fuente descomunal de ingresos
El público estadounidense se queda así sin uno de sus espectáculos deportivos más incomparables. El efecto en los ánimos es serio, también en equipos cuyos jugadores no tendrán seguramente otra ocasión así. Y este era año en el que emergían, además, universidades que no suelen estar entre las favoritas a llegar lejos en el gran baile de marzo: Dayton, Rutgers, Penn State... El impacto económico es también absolutamente devastador para todos los actores implicados. La NCAA ya asume públicamente que no va a poder cubrir todo lo que va a perder y se prepara para minimizar daños. No será con un fondo que había creado en 2004 para posibles catástrofes como estas y en el que llegó a tener más de 400 millones de dólares. Ese lo vació entre ayudas a las universidades para, por ejemplo, cubrir los gastos en temas legales y litigios (solo en esto se han dilapidado más de 200 millones). Los números son crudos: las universidades con equipos de baloncesto en la primera categoría (Division I) se tendrían que repartir 600 millones en primavera. Ahora mismo, la NCAA tiene unos 275 millones vía aseguradoras... y no sabe ni cuánto más ni cuándo podrá disponer de ello. De los 1.100 millones de ingresos anuales que tiene el basket universitario, casi la totalidad depende del March Madness, más de 800 por los contratos televisivos y el resto por otros conceptos.
Turner y ESPN (que emite el March Madness y la Final Four del baloncesto universitario femenino) gastan mucho dinero en la NBA pero también en una NCAA muy lucrativa que generó en el pasado Madness de 2019 más de 1.500 millones en publicidad para unos canales que en la gran final cobran un millón y medio de dólares por cada 30 segundos de emisión. La última vez que no hubo torneo fue en 1938, cuando ni siquiera había televisión en color. Ahora se rondan los 100 millones de visualizaciones de partidos en streaming, CBS pierde, más allá de los propios partidos, muchas horas de programación que tendrá que rellenar con otros contenidos y TBS y TruTV se quedan sin una Final Four (le tocaba por rotación con CBS) que el año pasado se jugó en Minneapolis, con más de 70.000 personas en el estadio US Bank de los Vikings (NFL) y 156 millones de ingresos para la ciudad. Eso es lo que dejaron 91.000 visitantes con su gasto en comida, bebida, alojamiento, transporte... CBS y Turner pagan unos 1.100 millones al año a la NCAA, que genera durante cada torneo solo en venta de entradas otros 160 millones. Y luego merchandising, patrocinios y un inacabable etcétera.
El agujero por lo tanto es descomunal, capaz de tener en jaque a una institución como la NCAA... y a unas casas de apuestas que empezaban a capitalizar un Madness que hasta hace un par de años generaba de forma ilegal el 97% de apuestas, algo en lo que los estadounidenses gastan 10.000 millones durante el Madness. En Las Vegas aseguran que no hay "fórmula mágica" para parar este golpe y que los apostantes han virado hacia cualquier cosa que tienen a mano: rugby en Australia, UFC en Brasil... El día más agitado del año para las casas de apuestas es el de la Super Bowl, pero el torneo del baloncesto universitario genera durante las cuatro primeras fechas más movimiento en apuestas que esa sacrosanta final de la NFL. Es otro enfoque de lo que supone un marzo sin la liturgia del March Madness, el gran baile anual del deporte estadounidense que se ha cancelado mientras el país se prepara para afrontar los primeros picos verdaderamente preocupantes de coronavirus. Eso es lo principal ahora, por supuesto.