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NBA | ROCKETS 113-WARRIORS 118 (2-4)

Para el recuerdo: un Curry de leyenda elimina a los Rockets

Sin Kevin Durant y en pista contraria, los Warriors sellan el billete para su quinta final del Oeste consecutiva. Decepcionantes Rockets, otra vez.

Para el recuerdo: un Curry de leyenda elimina a los Rockets
Thomas SheaUSA TODAY Sports

El Capitán Ahab, Ismael y el arponero Quiqueg persiguieron de forma obsesiva y hasta la autodestrucción a Moby Dick, consumidos por la gigantesca presencia del gran leviatán blanco. La amargura de Ahab, con su pierna hecha a base de mandíbula de cachalote, es la amargura de los Rockets, que otra vez regresan a puerto sin premio. Consumidos (obsesión y autodestrucción) por su propia y más íntima maldición: Golden State Warriors, el primer equipo además de los Lakers del Showtime que llega a cinco finales del Oeste seguidas. A una ronda, contra Nuggets y Blazers, de ser el primero que luche cinco veces consecutivas por el anillo desde los Celtics de Bill Russell, en la prehistoria de la NBA. El reto era mayúsculo, con perspectiva, y para acercarse a él el campeón ha tenido que verse en la zona cero, sin ropa como el rey desnudo y de vuelta a sus valores de los años preDurant: Strenght In Numbers. La fuerza del colectivo, la suma de todo y de todos.

Los Warriors ganaron en Houston (113-118) y eliminan a los Rockets en una serie en la que el marcador global ha sido 670-659 y en la que ningún partido se ha decidido por más de seis puntos. Sin embargo, la amargura será ahora mayor en Houston que hace un año, cuando dejaron escapar un 3-2 a favor después de ganar 65 partidos, con el séptimo en casa y a las puertas de una Final contra unos Cavs muy débiles. Pero esto seguramente duela más, todavía más: peor temporada (53 victorias), peor disposición, aunque sea en medidas milimétricas, contra Moby Dick. Los Warriors llegaban con muchas dudas tras hacer cosas raras contra los Clippers. DeMarcus Cousins se había lesionado, Klay Thompson jugó el primer partido con un tobillo hecho polvo, Stephen Curry se fastidió un dedo de la mano izquierda en el segundo y, sobre todo, Kevin Durant cayó fulminado en el tercer cuarto del quinto. Hace un año los Rockets perdieron en ese mismo quinto a Chris Paul y ya no pudieron ganar más. Ahora los Warriors sí han sido capaces de hacerlo. Desde la lesión de KD (con 68-65) se han jugado 62 minutos en los que el marcador ha sido 154-147. Los Rockets han encajado 68 puntos en los dos últimos cuartos (32-27 y 26-36) y por quitarles, los Warriors les han quitado hasta los asteriscos y las excusas del año pasado. O eso pareció en los últimos minutos, cuando el campeón se agigantaba y Mike D'Antoni se disponía a decir ante los micrófonos que esto no era una derrota más y que la marca de esta noche sería muy profunda. Y muy difícil de olvidar.

Lo que se les escapa a los Rockets

Da la sensación de que algo se le escapa a los algoritmos de Daryl Morey, el genio loco que ha creado un modelo de eficiencia industrial en estos Rockets. Quizá sea tan sencillo, en realidad, como que su maquinita puede con todo menos con uno de los mejores equipos de la historia. Uno que, además, ha demostrado tener también más corazón, más unión en su núcleo más duro, trincheras más profundas cuando no quedan fuerzas ni sistemas. Y más talento... incluso sin Kevin Durant. Así que tal vez la diferencia sea enorme aunque los marcadores sean ajustados y, bajo esa luz, ese sea un mérito que ahora cuesta reconocerles a estos Rockets, que en las últimas cinco temporadas han perdido cuatro veces en playoffs contra los Warriors, su Moby Dick. Y la quinta eliminación, en 2017, fue en un sexto en su pista contra unos Spurs sin Kawhi Leonard. Como este sexto sin Durant. Sombras y fantasmas: eso es lo que viene para unos Rockets que han gastado en los últimos cinco cuartos de su temporada lo que parecía su gran bala de plata. Chris Paul y PJ Tucker tienen los dos 34 años. Quizá no ha acabado la guerra, pero puede que en la última final del Oeste y en esta semifinal hayan dejado escapar sus batallas más favorables. O eso parece ahora, desde luego.

A los Warriors tuvo que torcérseles todo para que fueran finalmente ellos mismos. Para que el empacho, el aburrimiento, el feo toque de diva y los rumores de futuro no les derrotaran. Casi todos sus rivales están en realidad en su esquina del ring. Heridas que se infligen a sí mismos porque, recuerdo otra vez, nadie en más de medio siglo ha jugado cinco Finales seguidas y eso tiene que ser por algo. Pero con las lesiones y las polémicas, con los fallos en el tiro de Curry y los patinazos en jugadas decisivas, regresaron la rabia y la fuerza. Los Warriors, además de muchas otras cosas, son un equipo que siempre cree en sí mismo y nunca apuesta a su favor de boquilla. Ahí radica, y ni siquiera es una critica demasiado ácida hacia su rival, otra gran diferencia con estos Rockets de pies de barro. En el quinto aparecieron Green, el Oracle (que no cierra todavía: le quedan al menos dos noches de NBA más antes del traslado a San Francisco), y las primeras noticias de Stephen Curry en toda la serie. En el sexto el aplomo, la confianza, la competitividad y la seguridad que separa al campeón del aspirante. Todo eso pesó más que la baja de Durant y el factor cancha. Finalmente, mucho más.

Una noche para la leyenda de Curry

Stephen Curry no había anotado al descanso y terminó el partido con 33 puntos, 23 en un asombroso último cuarto en el que anotó esos triples imposibles que desmoronan totalmente a los rivales (una sensación que se percibe con una naturalidad física, en directo o a través de la televisión). Dos suyos y otro de Klay Thompson, los Splash Brothers (vuelta al Strength In Numbers), abrieron la brecha final (104-110) ante unos Rockets que, por lenguaje corporal, ya sabían que iban a perder. Tal vez se dieron cuenta, y ya no pudieron remediarlo, cuando a pesar de los fallos de Curry y la baja de Durant estaban 57-57 en el descanso. O cuando sus pequeñas ventajas se esfumaban de forma tozuda. La última, a la postre su vida final de la temporada, fue un 89-82 a diez minutos del final y antes de encajar un parcial de 15-30 (104-112 mientras Curry cerraba la victoria desde la lina de personal). Otra vez jugaron peor, con dudas y casi sin oxígeno, las jugadas decisivas de la eliminatoria. Otra vez sus secundarios se quedaron cortos. Otra vez no bastó el esfuerzo emocionante de PJ Tucker ni valieron siquiera los mejores minutos en toda la serie de Paul (27 puntos, 11 rebotes, 6 asistencias). Y otra vez Harden llegó al final fundido y pareció que sus 35 puntos y 8 rebotes pesaron finalmente menos que sus 6 pérdidas por 4 asistencias, su 6/15 en triples y su incomprensible 7/12 en tiros libres. Esos fallos desde la línea de personal fueron generando un nerviosismo extraño, en su equipo y en la grada. Como un mal presagio: algo iba mal o todo iba a acabar mal. O las dos cosas. Hasta que finalmente, otra vez, Harden no pudo con Curry.

Quizá el último cuarto se pueda resumir así... o quizá no. Antes de que Curry entrara en trance, mal día para los haters, los puntos de Klay (27, 7/13 en triples) y el trabajo de un excelente Kevon Looney sostuvieron a unos Warriors que volvieron a contar con el ancla de Draymond Green en defensa y la personalidad arrebatadora de Andre Iguodala (15 puntos, 5 asistencias, 5/8 en triples), un jugador extraordinario sin el que sería imposible entender a este equipo.

En la vuelta a hace un lustro y al Strength In Numbers, Bogut (remiendos en la rotación ante la ausencia de Durant) salvó sus minutos en positivo (+3) y Livingston anotó en dobles dígitos (11) por primera vez en todos los playoffs. La vieja guardia, justo a tiempo. El núcleo duro... y 21 eliminatorias seguidas de playoffs ganando al menos un partido a domicilio. Todo en este equipo es asombroso. Su corazón, su energía y su precisión desde la lesión de Durant quedarán, y es mucho decir, como una de las cimas de esta etapa que le ha convertido en uno de los mejores de la historia. Quizá el mejor. Ahora, mientras Nuggets y Blazers se juegan mañana en un séptimo dramático ser su rival a partir del martes (la final del Oeste se abre en el Oracle), los Warriors tendrán además un pequeño paréntesis para reponer fuerzas y descontarán fechas al regreso de Durant. Todo son buenas noticias, esta vez ganadas a pulso. Los Warriors se han reencontrado y vuelven a parecer, después de esto, el gran campeón que en realidad nunca habían dejado de ser. Solo necesitaban, pasa muchas veces en el deporte, que casi, casi todo se volviera en su contra. Pero estaban ahí, vaya que si estaban. Strenght In Numbers.