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NBA | ANÁLISIS

Riesgo de hundimiento: los Jazz de Ricky Rubio no carburan

Con unas enormes expectativas antes del inicio de la temporada, los Jazz son penúltimos del Oeste y no encuentran sus señas de identidad.

Actualizado a
Riesgo de hundimiento: los Jazz de Ricky Rubio no carburan
ANDY LYONSAFP

Los Jazz son el penúlltimo equipo del Oeste cuando la temporada va camino de consumir su primer cuarto y, por lo tanto, lo que antes eran anécdotas ya se pueden considerar síntomas. No es el 8-11, que también, ni las cinco derrotas en seis partidos en un Oeste en el que todo el mundo gana a todo el mundo y es perfectamente compatible ser penúltimo y estar a 4 partidos y medio de la cabeza (en el Este esa misma brecha es ya de 11 y medio). No: lo peor son las sensaciones. Funestas. Los patrones y los problemas para un equipo obligado a no dejar de ser nunca eso, un equipo. O, y está pasando, lo que debería ser virtud se irá convirtiendo en una traba veremos si insalvable. Con el talento justo, los Jazz de Quin Snyder tienen que ser pura ejecución. Sin eso, no los sostiene nada. Y sin eso no son ni la sombra de un equipo que parecía una apuesta segura para los playoffs y un aspirante incluso al segundo puesto del Oeste. Solo hay que ver las previas de la temporada. La mía entre ellas. El arco podía ser más o menos optimista, pero el tono general era cálido y nadie, absolutamente nadie, se esperaba esto.

Claro que los Jazz de la temporada pasada, sin un ápice de resaca post Hayward y con camiseta estrambótica y súper ventas, empezaron 19-28 y firmaron desde el 22 de enero un 29-6 (48-34 final) que no sabíamos (esa era la gran duda) si era el verdadero listón del equipo o un tramo de iluminación imposible de sostener. Ahora parece lo segundo. Pero se puede convenir que quizá los Jazz no fueran tanto (ni el segundo mejor equipo del Oeste)... pero tampoco deberían ser este equipo ahora mismo roto, que ha perdido ya 5 partidos en su pista (2-5) y que ni siquiera es capaz de (eso se lo presumíamos) competir cada noche: pienso en el indigno 118-68 ante los Mavs pero también en el 121-94 contra los Pacers o en el reciente 110-119 contra los Kings. O en los errores calimotosos que salpican decisivamente los partidos de un equipo que tendría que ser una calculadora japonesa en ataque y defensa durante los 48 minutos. Porque no le llega de otra manera.

Una desaparición dibujada en números

La temporada pasada (con viaje a segunda ronda de playoffs) los Jazz tuvieron la segunda mejor defensa de la NBA por puntos encajados (99,8) y rating (103,9). Ahora les meten 108,1 (octavo) y su rating está en 108 (14º: pura mediocridad). Sus rivales anotan casi el 48% de sus tiros: solo Suns y Cavs permiten mejores porcentajes. En triples, el 36% (20º peor dato de la liga). Hay otro reguero de números que explica el pésimo momento del equipo: 22º en diferencia de ratings (-3,3), 27º en porcentaje de triples (32,1%), 21% en tiros de tres anotados (10,2), 26% en tiros libres (71,1%), 22º en pérdidas (15,5: un drama para un equipo que juega bien si lo hace bajo un absoluto control).

Esos números dan forma matemática a lo que pasa ante nuestros ojos durante los partidos: la defensa ha desaparecido, totalmente o durante tramos decisivos en derrotas dolorosas. Los exteriores no cierran las penetraciones y los rivales están tomándole la medida a Rudy Gobert, en tierra de nadie tras muchos bloqueos y muy lejos en rating defensivo se le supone y también de otros especialistas, a la cabeza ahora mismo Marc Gasol (99 por el 104 del francés). En ataque, los Jazz ya no obligan al rival a defender los 24 segundos al máximo, no castigan cualquier error, no acumulan sets ofensivos en limpísimo acordeón y cuando lo hacen y generan el flujo de tiros liberados que era su seña de identidad, son incapaces de meterlos. Hay más hero ball y más lanzamientos en los primeros 14 ó 15 segundos de la posesión. Hay mucha menos confianza y hay, y esto sí era un problema que se podía adiviniar, una carencia dramática de especialistas en el tiro.

Mitchell y los dolores de crecimiento

Donovan Mitchell, perseguido además por los problemas físicos, calca prácticamente sus números de la temporada pasada pero con peores porcentajes (de casi un 44% a un 42) y mucha menos influencia en los últimos cuartos, marca de la casa cuando deslumbró como rookie. En parte por dolores de sophomore, cuando el camino enseña que no todo van a ser rosas, en parte porque la bajada de plomos general acumula atención defensiva sobre él. El partido de Philadelphia, con 31 puntos en 35 tiros y sin asistencias, generó muchos titulares pero fue más un pecado colectivo que un suicido personal, pero Mitchell solo ha superado el 50% en cinco partidos de lo que va de temporada. En el Staples ante los Lakers, hasta que se lesionó, marchaba otra vez como escopeta de feria (2/9). A su alrededor, Ricky Rubio está en un 32% en triples, Dante Exum en un 27, Jae Crowder en un 29... y el contracultural Joe Ingles, que hace de todo pero empieza a intentar hacer demasiadas cosas porque no queda otra, en un buen 38%... que está por debajo de su quirúrgico 44% de la temporada pasada. En noviembre, los Jazz solo han anotado el 29% de sus triples, no llegan a 100 puntos por noche (99,6), no pasan del 67% en tiros libres y pierden más de 15 balones de media.

Si Mitchell no inclina partidos en ataque ni Gobert lo hace en defensa. Si los Jazz no asfixian a los rivales ni ejecutan con precisión, se trata de un equipo que difícilmente llega siquiera a discreto. Quin Snyder sigue apostando por Derrick Favors al lado de Gobert en un quinteto inicial que no funciona: antes de perder contra los Lakers, -4 en 133 minutos en pista. Y por delante asoma un diciembre temible: en 19 días, del 6 a Navidad, los Jazz jugarán dos veces contra los Thunder, dos contra los Blazers, otras dos contra los Rockets, volverán a recibir a los Warriors... De ese mes, para bien o para mal, saldrá tal vez un retrato ya fijo de Utah Jazz en la temporada 2018-19.

Si Exum sigue sin romper del todo, con todas sus circunstancias, y Grayson Allen ha resultado estar mucho menos listo para la NBA de lo que apuntaba antes del draft, y a pesar de los brotes verdes de Burks, la rotación exterior queda en paños menores. Y eso incluye a un Ricky muy por debajo de su nivel de la segunda parte de la temporada pasada. Incómodo sin objetivos francos a los que abastecer, sin término medio entre lo predecible y lo desordenado y tirando mal: promedia 12,4 puntos y 6,5 asistencias con un 36% en tiros de campo y un 32% en triples.

El español, ya con galones de veterano y en último año de contrato, asoma como uno de los referentes de un vestuario en el que encajó como un guante y donde tiene que asumir ahora responsabilidades. Ya le hemos visto, también conviene recordarlo, dar volantazos hacia la senda buena muchas veces durante su trayectoria NBA. Puede volver a pasar, para él y para los Jazz. Pero viendo el Oeste y viendo su situación, el tiempo está empezando a echárseles encima. Así son las Regular Season, casi de un día para otro se pasa de tener demasiado por delante a acumular demasiado por detrás. Y ahora, a 24 de noviembre, Utah Jazz es un equipo muy lejos de donde se les esperaba y, sobre todo y por números y sensaciones, un equipo roto. Y ya con urgencias.