'Siempre en mi equipo': Bradley, el pegamento de los Pistons
“Siempre en mi equipo”, dices. Lo exclamas, más bien. No te sale cuando algún jugador realiza una pirueta superior, o anota una fina canasta plena de talento. Es un grito que te sale ante asuntos más mundanos, en apariencia al alcance de cualquiera, como son un robo, un balón peleado en la banda con riesgo para la integridad física, incluso un gesto violento y agresivo contra el rival. No será estético y no será elegante, pero “siempre en mi equipo”.
Avery Bradley ha nacido para ser el ejemplo supremo del jugador que tiene que estar “siempre en mi equipo”. Con el añadido de que os estoy hablando de Detroit Pistons y, en este caso, el cliché se hace verdad como en pocos otros lugares. Nadie piensa que en Detroit se pueda ganar con algo que no sea coraje, carácter, esfuerzo y defensa. Nadie lo espera. Y nadie lo quiere. Por eso la llegada de Bradley al grupo de Stan Van Gundy es un hallazgo tan soberbio en los deportivos y en lo emocional.
Porque los Pistons están en una encrucijada histórica. Han abandonado las verdes y preciosas praderas metafóricas de Auburn Hills, hábitat residencial de buen nivel económico y social, y han retornado al downtown de Detroit, destrozado tras la crisis económica y convertido en uno de los ejemplos favoritos de los anticapitalistas para señalar todo los fallos del modelo de desarrollo estadounidense. En este viaje, muchos han decidido no renovar su abono, no coger el coche desde su jardín paradisíaco para acercarse al corazón podrido y abandonado de una agonizante cuidad industrial. A pesar de que el equipo tiene el cuarto mejor récord de la NBA son el vigésimo quinto en asistencia al pabellón, con una media de 16.282 espectadores por noche. Las cifras, conste, son similares a las del año pasado… sólo que con la particularidad de que el equipo funciona y gana partidos, no como en la 2016-17. En los años en los que los Pistons ganaban más partidos de los que perdían, el Palace de Auburn Hills se iba a los 22.000 espectadores casi cada partido.
Es gradual, qué duda cabe. Volver a llenar el pabellón, hoy el Little Caesars, es cuestión de tiempo y de resultados. Pero también de personalidad. Avery Bradley trabaja en todas esas facetas.
La más obvia es la de la esencia de la franquicia. Bradley es una bestia defensiva. Es, a mi entender, el mejor defensor exterior sobre el balón de la NBA. Esto lleva a que los Pistons estén entre los mejores de la competición en defensa de tiros lejanos y en robos de balón. Y en el top 10 absoluto en defensa global. No se trata sólo de su trabajo, sino de su contagiosa actitud. Su incansable persecución del par asignado hace que ninguno de sus compañeros quiera, o pueda, escaquearse de sus obligaciones. Noche tras noche.
Lo explicó bien John Wall en su día. Ambos coincidieron con 15 años en la cancha, en el estado de Washington. Wall ya era una estrella en ciernes. Bradley adolecía de talento ofensivo, pero estaba lejos de ser alguien anónimo. Le sacudió, se le pegó, durante todo el encuentro, al punto de sacarle de quicio. Fue reclutado por la universidad de Texas, donde sólo aguantó un año. En un equipo repleto de veteranos, para los estándares de la NCAA, se especializó, claro, en ser el perro defensivo del backcourt. Su rol secundario le llevó a anotar poco más de 11 puntos por partido pero, muy centrado en lo que le hacía especial, se presentó al draft. Con el 19, fue elegido con los Boston Celtics y el resto es historia ya conocida: mejorando año a año sus estadísticas, pasando de no ser más que un especialista a un jugador completo, ladrón de ese corazón verde del Garden que se llevó consigo a Detroit. Y si no me creéis esperad a ver el recibimiento cuando vuelva a jugar en Boston (27 de noviembre).
Y, sin embargo, quizás pase desapercibido “lo otro”: las canastas que mete, la amplitud de campo que aporta, lo que ayuda su posición en ataque para que Reggie Jackson penetre y para que Andre Drummond se mueva con comodidad. Al igual que en defensa, el equipo es top 10 en ataque. Sólo hay otros dos equipos que pueden presumir de estar en ambos ratings entre los diez primeros: Warriors y Rockets. Y ya sabemos que los Warriors no cuentan. Individualmente, Bradley presenta un 41,5% en tiros de tres con su mejor marca personal de puntos (16,4) y erigido en factor clave para que el equipo juegue con mucha más soltura.
Los Pistons han de encontrar su identidad de nuevo. Tanto física como emocional. En esta franquicia sólo se conoce un camino para ello, y está basado en la defensa y el esfuerzo. Avery Bradley ha llegado para eso, para ser el líder sobrio y sensato que no deja un solo partido por pelear, tal y como en su puesto hicieron, antes que él, dos escoltas pegajosos, inteligentes y letales en los dos lados de la pista como fueron Joe Dumars y Rip Hamilton.
No, desde luego que Avery Bradley no está al nivel de esas dos leyendas, pero, y esto lo digo con el pecho hinchado de orgullo, “siempre en mi equipo, Avery, siempre en mi equipo”.