Superdome: la gloria de Jordan, la maldición de Webber y la resurrección
Con una silueta sinuosa y elevado junto a lo que fue el viejo cementerio de Girod Street, el Mercedes-Benz Superdome ejerce de puerta al corazón financiero de Nueva Orleans, un downtown desde el que corren, como nervios tensos, las avenidas de la nueva ciudad hacia el Barrio Francés y la zona portuaria. Proyectado casi una década antes con 184 millones de dólares de inversión e inaugurado en 1975, resiste los achaques de la edad y se conserva moderno, especialmente de noche y con la iluminación nocturna, y con ese aura orgullosa que desprenden los grandes tótems del deporte estadounidense. El Superdome es desde luego un estadio mítico, pero es mucho más: un cruce de caminos en una ciudad que es en sí misma un enorme cruce de caminos y, sobre todo, un símbolo de resurrección tras aquel horror, orquestado por la naturaleza y magnificado por la negligencia del hombre, que fue el Huracán Katrina, que devastó Nueva Orleans en agosto de 2005 y dejó más de 1.200 muertos, casi el 80% de la población desplazada, una ciudad en ruinas y unas pérdidas de 108.000 millones de dólares.
Pero después del Katrina siguió el deporte y, desde luego, antes del Katrina estuvo el deporte. El Superdome es el estadio que más ediciones de la Super Bowl ha acogido, siete, y es sede de la emblemática Orange Bowl, una de las citas capitales en el calendario anual del football universitario. Y también ha sido casa de baloncesto. Los Jazz jugaron allí entre 1975 y 1979, antes de irse a Salt Lake City con ese nombre que tan poco encaja con Utah, el estado mormón. Allí, con Pete Maravich al frente, se midieron a los Sixers de Julius Erving en un partido con asistencia nunca vista en aquella NBA: 35.077, lejos todavía de las 65.000 personas que vieron un año después el último combate que ganó como profesional Muhammad Ali, contra Leon Spinks.
A solo una pasarela de distancia se levantó a finales de los 90 el ahora Smoothie King Center, hogar de los Pelicans hacia el que fluye el eco de las viejas batallas universitarias del Superdome: cinco finales con dos que están entre los partidos más emblemáticos de la historia del baloncesto estadounidense. En 1982 se disputó la única que ha contado con integrantes de la lista de 50 mejores jugadores de la historia de la NBA, una colisión entre North Carolina y Georgetown en la que Estados Unidos descubrió a Michael Jordan y Patrick Ewing, todavía dos críos de 19 años, y encumbró a James Worthy, Jugador Más Valioso justo antes de llevarse el número 1 del draft y de irse a jugar a los Lakers con Magic Johnson y Kareem-Abdul Jabbar. Pero con el partido en el alambre y el alero concentrado toda la atención defensiva de los Hoyas, el legendario Dean Smith dibujó una jugada que acabó en canasta de Michael Jordan, héroe en su primer año y a una década de visitar Barcelona con el Dream Team.
También en el Superdome, once años después, Chris Webber pidió un tiempo muerto en los instantes finales y con Michigan a dos puntos de, otra vez, North Carolina. Pero a su equipo no le quedaba ninguno y le cayó una estrambótica técnica que arruinó la última gran bala de los Fab Five, seguramente la mejor generación jamás reclutada en el baloncesto NCAA: Webber, Jimmy King, Jalen Rose, Ray Jackson y Juwan Howard.
Doce años después llegó el cataclismo que arrasó una ciudad cuya zona moderna está construida por debajo del nivel del mar y cuyas infraestructuras no eran lo que tendrían que haber sido ni habían costado lo que tenían que haber costado. El Huracán Katrina tocó tierra en Luisiana en 29 de agosto de 2005, en Buras-Triumph, y fue acompañado por unas inundaciones que convirtieron Nueva Orleans en un paisaje de pesadilla apocalíptica y al Superdome en el gran emblema de la resistencia. Las televisiones de todo el mundo enviaban imágenes del enorme estadio rodeado de destrucción y ocupado por más de 26.000 personas que encontraron allí cobijo, comida y agua potable. La estructura del techo quedó muy comprometida en dos puntos, pero aguantó. Y el Superdome sobrevivió y regresó después, y tras una obra de casi 200 millones de dólares, para erigirse también en icono de la feliz recuperación de una ciudad que llegó a parecer sumergida bajo las aguas.
El primer evento del deporte profesional que siguió al Katrina fue un partido NBA entre los Hornets, que por entonces jugaban de alquiler en Oklahoma City, y los Lakers, que ganaron 107-113 con 40 puntos y un último cuarto prodigioso de Kobe Bryant. Fue el 9 de marzo de 2006, justo cuando la ciudad retomaba su pulso comercial y antes de que los Saints jugaran su primer partido en casa de la temporada NFL (habían estado viviendo a préstamo entre San Antonio y Baton Rouge). Aquel duelo ante los Falcons, 25 de septiembre de 2006, fue seguido en la emisión del Monday Night por más de 106 millones de personas, precedido por un concierto de U2 y Green Day y continuado por docenas de llamadas de inversores de todo el país que volvían a creer en Nueva Orleans y volvían a comprar el mensaje diferenciador de Luisiana. Los Saints tomaron un impulso que acabó con el título en 2010, un tramo que representó y a su manera impulsó la normalización de una ciudad que ya volvía a superar el millón de visitantes en el Mardi Gras de 2008. Y que sigue teniendo como uno de sus puntos emblemáticos esos 25.000 metros cuadrados que remata Champions Square, la plaza que se abre a los pies del Superdome. El de Ali, Jordan, el error de Weber, las genialidades de Maravich, los pases de Brees… y el espíritu que derrotó al Katrina.