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Duncan, Kobe y el adiós: el fin de una era en la NBA

Tim Duncan se fue con un comunicado de prensa de los Spurs de... 538 palabras. Kobe Bryant lo había hecho después de un año de despedidas, regalos y discursos. En uno y otro caso, tenía que ser así: los dos mejores de su generación hicieron exactamente lo que se esperaba de ellos, se fueron como se esperaba de ellos. Los dos, por cierto, sin importarles demasiado lo que diga nadie al respecto. Son así, tan distintos que se acaban tocando de maneras que se escapan a la vista. Al menos en algunas cosas. Palabra de Popovich: “son tipos especiales que se automotivan, no necesitan acicates externos, que siempre hacen lo que hay que hacer en la pista, se cuidan al máximo, aman el baloncesto”. De Kobe dijo Duncan que era “el competidor definitivo”. Kobe se pasó el final de su carrera suspirando por un último duelo contra Timmy y sus malditos Spurs, la gran constante del Oeste durante su carrera. En dos décadas, siete enfrentamientos en playoffs y 4-3 para los Lakers. En 16 años (1999-2014), diez anillos repartidos entre ellos, cinco para cada uno. Una era les ha pertenecido y si existe la sensación de que los Spurs han ganado más (las mismas guerras, muchas más batallas) es porque han sido mucho más estables (históricamente estables) en el éxito. Eso sí, Kobe y Duncan han ganado anillos con un solo entrenador (Phil Jackson, Gregg Popovich, dos de los cuatro o cinco mejores entrenadores de siempre) y lo han hecho con una tonelada de reconocimientos individuales y algún dato incomprensible: que Kobe solo tenga un MVP de Regular Season. Que Tim Duncan nunca haya sido Defensor del Año.

Ahora se repite que Tim Duncan es el mejor de su generación. Sin duda, sin debate posible. No lo niego pero creo que el debate está absolutamente legitimado. Y no es la palabra de un fanático de Kobe Bryant, que lo soy, es que realmente no puedo decidir quién ha sido más trascendente. Quizá Duncan por un palmo, pero no lo sé. Con toda franqueza. Solo sé que han sido tan condenadamente distintos, en la pista y fuera de ella, que es perfectamente sencillo ser de los dos. De hecho con jugadores así, ambos entre los mejores de la historia (el segundo mejor escolta y el mejor ala-pívot de siempre), ¿cómo no ser de los dos? Incluso si odiabas a Kobe: te encantaba odiarle. Incluso si repetiste aquel mantra (obsceno) de que Tim Duncan era aburrido. Sin ellos empieza otra NBA, al menos plagada de alicientes con los que sortear el enorme vacío que ya han dejado. Lo bueno es que la NBA sigue ahí. Siempre sigue ahí a pesar de cualquier adiós, por imposible de abrazar que resulte. Aunque duela en el alma: palabra de Magic Johnson y Larry Bird.

Kobe llegó a la NBA en 1996. Duncan en 1997. Meses después, Sprite les juntó en un anuncio que era ya no es vintage: es generacional. Está en Youtube, y reconforta verlo. Uno saltó desde el instituto, el otro cubrió ciclo universitario. Los dos han jugado con una sola camiseta y los dos, Duncan también, tuvieron amago de divorcio en casa: el mayor de Kobe con guiño a los Bulls, el único de Duncan (año 2000) con Orlando Magic, donde casi forma big three con Grant Hill y Tracy McGrady. Los dos ganaron y perdieron mucho, acabaron llenos de cicatrices y de gloria, emergieron cada vez que tuvieron que hacerlo. Uno acabó firmando contratos leoninos y el otro regaló dinero para que su equipo fuera competitivo. Pero solo uno jugaba en el descomunal mercado de Hollywood. A uno le odiaron un millón de jugadores, el otro solo odió, que esté más o menos documentado, a uno: Kevin Garnett. Y no tiene demasiada relevancia porque Garnett puede sacar de quicio a cualquier ser vivo sobre la tierra. Por eso, entre otras muchas cosas, ha sido otro de los más grandes de siempre. También un competidor voraz y una personalidad única.Kobe acabó jugando casi a rastras por su gloria personal, pero también porque sabía que en cada pabellón que visitaba había aficionados que habían pagado para verle por última vez. Antes, en sus últimos años de esplendor, reservaba habitaciones en cada hotel en el que se alojaban los Lakers y las adaptaba para seguir entrenando literalmente sin parar. Mientras, Duncan se fue sin bajarse de los playoffs y recortando sus vacaciones, en los últimos años, a menos de tres semanas. Entrenamientos constantes y dietas para adaptar su peso a la carga de la edad. Son tan grandes porque han sido talentos especiales. Pero lo han sido durante dos décadas porque tuvieron ese brillo que solo algunos tienen, los mejores: querer ganar siempre un partido más, amar el baloncesto.

Duncan se va y añorarlo será un ejercicio duro. Los Spurs serán otra cosa, es imposible que sean lo mismo que han sido durante tantos años, pasara lo que pasara a su alrededor y cambiando siempre para que nada cambiara. Hasta ahora, hasta Duncan: es una melancolía inevitable, tierna pero terrible, que (porque nos ataca ya a todos) atacará a Popovich, Parker, Ginóbili o ese Kawhi Leonard que tendrá que rellenar espacios que quizá ni se haya tenido que preocupar hasta ahora de que existían. Será tarea suya y de otros como, y será apasionante seguir este proceso, Pau Gasol. Hasta el último Duncan, estadísticamente menor, era un jugador importante en ataque y trascendente en defensa. El otro, el pleno, era un monstruo contenido pero incontenible, una máquina de producir a la que Shaquille O’Neal llamó The Big Fundamental, su gran apodo, y Charles Barkley El Día de la Marmota: siempre máxima eficiencia. Quien no haya visto jugar al gran Tim Duncan, que recupere partidos de sus mejores años. Era asombroso, una revolución en una posición que redefinió y acabó personificando.

Tim Duncan y Kobe Bryant son de los que se van pero siempre estarán aquí. Cada uno a su manera, cada uno con su estilo de escritura. Tan distintos que al final se tocaron, también en el adiós: ambos de la única forma posible para cada uno. La única honesta con ellos mismos. Puede sonar a tópico pero con alguien como Tim Duncan solo surge un agradecimiento sincero e integral, absoluto: gracias por todo, gracias por los recuerdos y las noches de baloncesto. De todo corazón, con la carne de gallina y un nudo en la garganta: gracias, Timmy.