De la nada a los 'mini Warriors': así se gestaron estos Blazers
Tras perder a cuatro titulares y a cinco de sus seis máximos anotadores, los Blazers han sido la gran revelación de la temporada en la NBA.
La temporada 2015-16 de Portland Trail Blazers terminó en el Oracle Arena, la pista del campeón del 73-9, casi en la última posesión del quinto partido de una serie que se resolvió 4-1 pero en la que los Warriors tuvieron que sudar la gota gorda para asegurar tres de las cuatro victorias y en la que, aunque no pase de curiosidad, los Blazers estuvieron más minutos por delante en el marcador. Este es un equipo que no debería haber llegado tan lejos, más allá de las lesiones (las mismas que les lastraron un año antes, en un proyecto deportivo completamente distinto): Chris Paul y Blake Griffin se fueron antes de tiempo en primera ronda y Stephen Curry llegó tarde en segunda.
La temporada de los Blazers había comenzado antes de empezar, en realidad. Básicamente en un verano de renovación integral al que siguió una pretemporada que terminó con derrota en el Staples, ante los Clippers y en un partido en el que llegaron a tener una ventaja de 35 puntos. Antes del final, Doc Rivers se dirigió de forma destemplada a Terry Stotts y este se encaró hasta casi engancharse con él. Después, Damian Lillard hilvanó un discurso/bronca en el vestuario y tras lo que en realidad solo era una derrota en pretemporada. De repente, los jugadores creían en su entrenador y creían en su estrella como líder. Y de repente había un mensaje: lo que ha pasado en este partido es lo que todos esperan que le pase a este equipo a partir de ahora. El nosotros contra el mundo que tan bien funciona tantas veces en el mundo del deporte. Y al que recurren por si acaso hasta los Warriors con su el año pasado dijeron que fuimos campeones por las lesiones de nuestros rivales en playoffs.
Una revolución de espaldas al tanking
El anterior proyecto de los Blazers se esfumó literalmente después de la derrota en primera ronda ante Memphis Grizzlies. Se fueron cuatro titulares y cinco de los seis máximos anotadores (LaMarcus Aldridge, Wesley Matthews, Nico Batum Robin Lopez, Arron Afflalo). Y como Aldridge deshojó la margarita con cierta tranquilidad, la franquicia tuvo que trabajar con plan A y plan B. Casualmente, ninguno de los dos pasaba por tirarse a la bartola, perder mucho y ver vídeos en Youtube de Ben Simmons y Brandon Ingram. A Batum se le envió a Charlotte (por Henderson y Vonleh) con un año de contrato pendiente y para hacer hueco a la posible y multimillonaria continuidad de Aldridge. Si el ala-pívot (entonces cinco veces all star, ahora seis: 30 años) seguía, la opción era mantener el bloque y buscar jugadores contrastados para tratar de dejar de ser una simple alternativa outsider en el Oeste. Si Aldridge dejaba su casa (nueve años, desde 2006) había que repensarlo todo. Después se fueron, no siempre para disgusto de la franquicia, Matthews, Robin Lopez y Afflalo (en total, siete bajas solo en agencia libre). Antes, se había hecho un movimiento ambivalente: Mason Plumlee llegó en la noche del draft a cambio de Steve Blake y el recién elegido (número 23) Rondae Hollis-Jefferson. Si Aldridge seguía, Plumlee sería un obrero para hacerle el trabajo sucio. Si se iba, era un jugador que encajaba en los otros planes de la franquicia.
Los Blazers, su general manager Neil Olshey (segundo en la votación de Ejecutivo del Año aunque con méritos de ganador), regatearon a las tentaciones de tanking y apostaron por un plan, por una cultura y por un estilo. Y por un jugador: Damian Lillard (renovado por cinco años y 120 millones sin, importante, ninguna opción de ruptura en forma de player option). El base pasaba a ser santo y seña y sus 25 años daban la pauta sobre la que tendría que girar la reconstrucción: jugadores de su generación (con un arco óptimo de entre 24 y 27 años), con camino por recorrer, talento por explotar, bocas que tapar o una mezcla de todo lo anterior. Y contratos óptimos en términos de riesgo. Portland ha tenido el payroll más bajo de toda la NBA, rematado en 61,6 millones por los 63 de los Jazz y los Magic (al frente los 97 de los Clippers y los más de 108 de los Cavaliers, la franquicia más cara de la historia).
Los Blazers tenían a Lillard y material por explotar: CJ McCollum (24 años, número 10 del draft de 2013, menos de 16 minutos en pista la temporada pasada), Meyers Leonard (24, 11 en 2012 y 15,4), Allen Crabbe (24, 31 en 2013 y 13,4). E invirtieron en wildcards en edad Lillard y a precios razonables: Al-Farouq Aminu firmó por cuatro años y 30 millones de dólares y Ed Davis por tres y 20. El primero es un número 8 de draft (2010) que tardó en encontrarse (Clippers, Hornets/Pelicans) pero que venía de hacerlo en Dallas, no por casualidad bajo el tutelaje de Rick Carlisle. Cada vez más habitual en el doble-doble y con una envergadura y una progresión en el triple que le ha acabado haciendo útil en dos roles básicos en la actual NBA: el alero especialista defensivo y con mano en el tiro abierto o el ala-pívot pequeño y capaz de ensanchar la pista. El segundo es un número 13 que también buscaba un lugar donde echar raíces y que siempre había dado un muy buen rendimiento en pequeñas muestras de minutos. Además, los Blazers sacaron de Orlando casi por lo mínimo posible (segunda ronda de 2020 protegida) a Mo Harkless, un número 15 lleno de posibilidades inexploradas que se estaba dando contra un muro en Orlando Magic. Todo eso y los ya captados Gerald Henderson (número 12 de draft) y Noah Vonleh (9 en 2014, todavía 20 años y verdísimo). Una plantilla nueva, una llena de posibilidades y absolutamente notable en términos de calidad/precio y, sobre todo, proyección de futuro. Bingo.
Lillard y McCollum, backcourt de elite como motor
A partir de ahí, sucede con todos los planes, las cosas podían salir bien o mal. Pero es más fácil que salgan bien con Lillard y su guerra contra el mundo y con un entrenador como Terry Stotts, flexible con los jóvenes y que ha definido la experiencia de este año con una palabra que no debería pasar desapercibida: pura. Ha sido segundo en la elección de Mejor Entrenador (como Olshey: segundo), mientras que CJ McCollum se convertía en el Jugador Más Mejorado: de caso perdido a aspecto de futuro all star. De tres veces titular a 80. De 15,7 minutos a 34,8. De 6,8 puntos a 20,8, de 1 asistencia a 4,3. De 0,9 triples anotados a 2,5. Sin mucho debate en un premio difuso que en sí mismo es un generador de debates, Jugador Más Mejorado. Y junto a Lillard, un backcourt sin nada que envidiar a ninguno que no responda a los apellidos Curry-Thompson. Lillard tiene 25 años. McCollum 24. Esa era la idea.
Y los Blazers empezaron a jugar. Incluso en una proyección optimista se les imaginaba compitiendo pero perdiendo más que ganando (recuerdo: plantilla joven y solo cinco jugadores con respecto a la temporada anterior), como mucho a remolque de la lucha por los playoffs en un Oeste que se esperaba, también es cierto, mucho más caro. 4-9, 11-20, 15-24 y 27-27 en el All Star. Después, 17-11 y un 44-38 total que valía el quinto puesto del Oeste para una franquicia modélica una vez más: entre 1977 y 2004 solo faltó una vez a las eliminatorias. Entre 1983 y 2004 estuvo siempre, dos finales (perdidas) incluidas. Los Blazers empezaron atacando bien y progresivamente fueron defendiendo cada vez mejor. Se establecieron como una piraña en el bidé de la NBA: un equipo peligrosísimo, que nunca se iba de los partidos y que, como Alí, volaba como una mariposa y picaba como una avispa. En el currículum un 105-76 a los Cavaliers y un 137-105 a los Warriors, finalmente espejo para un equipo que decidió seguir su estela cuando otros (desde luego los Spurs) optaron por reagruparse en formulaciones radicalmente distintas a las del campeón. La recién terminada serie de playoffs lo ha dejado claro: los Blazers tienen algo, obviamente inferiores en cada comparación individual y colectiva, del equipo que ha acabado ganando 73 partidos. Algunos incluso comparan esta eliminación en segunda ronda con la de los propios Warriors en la de 2013, todavía con Mark Jackson, ante los Spurs que sería campeones y después de abrasar a los Nuggets. Un posible mensaje en una botella aunque para eso quede mucho trecho. Muchísimo.
Lillard y McCollum funcionan como una suerte de mini splash brothers, anotando y generando (52,2 puntos por partido Curry y Thompson, 45,9 Lillard y McCollum). Pequeños y vulnerables en defensa, son dos jugadores capaces de anotar en cualquier situación, de rachas hirvientes y enorme variedad de recursos. A la espalda de Curry, no hay tirador capaz de llevar su amenaza más lejos de la línea de tres que Lillard. Juntos en pista, obligan a las defensas a centrarse sobre ellos y ahí desencadenan un ataque de manual: pueden tirar desde cualquier posición, pueden driblar y penetrar y además leen rápido el juego e inician una cadena de superioridades casi imposible de defender. En ese esquema, Mason Plumlee ejerce de continuador desde la línea de personal (2,8 asistencias en Regular Season tras promediar 0,9 en sus dos temporadas en Brooklyn, 4,8 en playoffs, 5,7 solo en la serie ante los Clippers). De ese segundo pase se aprovechan tiradores abiertos y liberados (Crabbe, Henderson, cada vez más Aminu) o interiores que buscan el aro desde la línea de fondo (Davis, Harkless). Salvando obvias distancias hay un paralelismo innegable con el funcionamiento de Curry y Thompson con Green como point forward y Barnes e Iguodala en las esquinas. Es una maqueta a escala mucho menor, pero es un concepto que desde luego funciona en la NBA actual. De hecho, echa chispas.
Todo ha salido bien, en parte porque cuanto más y mejor se piensan las cosas más posibilidades hay de que sea así. Olshey no dio puntada sin hilo: Plumlee, Aminu y Harkless eran jugadores de los que ya manejaba excelentes valoraciones antes de sus respectivos drafts. Sttots potenció las virtudes de cada jugador pidiendo a Aminu que tirara, a Plumlee que pasara, a McCollum que se sintiera referencial. Y Lillard prosiguió con su inevitable conquista del mundo. Con 1,91 raspado, desde los suburbios de Oakland y a partir de una universidad menor como Weber State. Siempre con un motivo para sentir que hay una venganza pendiente: una lista del Team USA, una votación para el All Star, un artículo en la prensa. Yo (nosotros) contra el mundo y en la última Regular Season, cuando todos los demás habían abandonado la nave, 25 puntos y casi 7 asistencias por partido (topes de su carrera) y 229 triples anotados (solo por detrás de Curry, Klay y Harden) con casi un 38%. Y ya dos veces all star (2014 y 2015). Y los que quedan.
El futuro: llega la hora de la verdad
Ahora los Blazers tienen mucho trabajo por delante y la amenaza de convertirse en uno de esos equipos que, a base de ser menos de lo parecía que iban a ser, retroceden porque no avanzan. Desde un punto de vista económico, la situación también es óptima: no llegan a los 60 millones comprometidos por ahora para una temporada en la que el salary cap se va a disparar a 92. Más allá de Lillard y su megacontrato, tienen atados a buen precio a Aminu (hasta 2019, 7,6 millones la próxima temporada), Davis (hasta 2018 y más de 6 millones por temporada). Mccollum tiene otro año de contrato rookie por delante, como Plumlee, y van a ser agentes libres restringidos Crabbe (que no ha llegado al millón en esta temporada), Leonard y Harkless. Henderson queda completamente libre. Hay margen y ecosistema para trabajar sobre la continuidad de estas piezas, seguramente un objetivo más importante que gastar en la agencia libre por el simple hecho de que hay dinero en la hucha. Olshey ha demostrado la suficiente inteligencia como para no volverse loco por la versión actual de Dwight Howard, por ejemplo, aunque ¿si se pone Al Horford a tiro?
Los primeros rumores hablan de un interés por retener a los que estaban y buscar si acaso un refuerzo de verdadera categoría en el juego interior, más un cuatro que un cinco. Crabbe ha demostrado que merece una subida, Harkless que merece continuidad y Henderson que puede completar, por un precio razonable, una de las mejores líneas exteriores de la liga. Y Leonard (24 años) es, junto a ese boceto llamado Vonleh, el siguiente proyecto en desarrollo: jugadores que pueden ser los próximos en dar una zancada que les redimensione. Antes de la lesión que acabó con su temporada, Leonard enseñó pizcas de una buena mezcla de muñeca y rebote con un buen montón de cosas que pulir. Material para Stotts.
Casi un año después de verse en una terrible zona cero, los Blazers han jugado una temporada preciosa, se han convertido en una posible alternativa a medio plazo y en un destino atractivo para los jugadores que salgan al mercado. Y han dado en el hocico a los agitadores de esa especie de moda confusa que es el tanking extremo, el principio por el que ser muy malo significa que pronto serás muy bueno. La realidad es que ser muy malo, de entrada, solo significa eso: ser muy malo. Y los Blazers no han querido serlo y han dado una lección de los despachos a la pista, de Olshey a Lillard, de la nada a uno de esos equipos a los que había que ver siempre que se pudiera, de outsiders a defensores de una cultura ganadora que en lugar de retraerse mutó para mejor. Eso no es poco y eso a veces vale mucho más que promesas de picks y ensoñaciones de gigantes flotando en el éter de la agencia libre. Veremos. Pero la de los Blazers ha sido, sin duda, una de las mejores historias y una de las mejores noticias de la NBA 2015-16.