Cheerleaders: sueldos ínfimos, problemas de alimentación...
Las franquicias empiezan a recibir denuncias de ex cheerleaders por la situación en la que trabajan: "te cambian tu aspecto, te cambian tu personalidad, te lo cambian todo".
“Te cambian el físico, te cambian el carácter, te lo cambian todo”. Ser cheerleader es un sueño para muchas jóvenes estadounidenses que comienzan a bailar desde niñas. Entonces lo ven como el trabajo de sus vidas, uno que les dará estatus de casi celebrities. Después, la realidad es muy distinta y a las oficinas de las franquicias (primero la NFL, ya también la NBA) empiezan a llegar denuncias de ex animadoras. La historia que narra Tess Barker termina por resultar demoledora, una investigación centrada en el testimonio de Lauren Herington, que ha denunciado en su nombre y en el de algunas de sus ex compañeras a Milwaukee Bucks, y de Lisa Murray, que bailó para los Warriors y que ahora es abogada laboralista y firmante de la frase que abre el artículo.
Herington cuenta la experiencia como cheerleader que estuvo a punto de destruirle, con unas condiciones laborales absolutamente precarias y bajo el régimen casi dictatorial, en Milwaukee, de la entrenadora de animadoras Tricia Crawford y el preparador Tony Moro. Las jóvenes que aspiran a entrar en el equipo de cheerleaders no cobran nada durante el mes en el que se preparan en un campus de selección, y solo cuando van a ser aceptadas se les enseña el contrato, que en ningún caso pueden llevarse a su casa: se lo leen a todas al mismo tiempo y tienen que firmar en ese momento. ¿Las condiciones para los partidos? Apenas 10 dólares a la hora (65 por cada partido del equipo en su pista, que les supone unas 6,5 horas de trabajo). Además, perciben unos 30 dólares por unas cuatro horas de entrenamientos quincenales obligatorios y 50 dólares por cada cuatro horas de apariciones públicas para la franquicia.
Además, se les somete al mismo sistema de impuesto de los sueldos más altos de la franquicia y se les impide negociar de forma colectiva o sindicarse. Muchas tienen que buscar hasta dos o tres trabajos más y no llegan a sacar en limpio, cubiertos todos los gastos del mes, más de 20 ó 30 dólares. Ni tienen tiempo ni dinero para el ocio y apenas conocen a nadie fuera del entorno de lo que acaban considerando una “hermandad”. Las entrenadoras, prácticamente siempre ex cheerleaders, fomentan esa sensación del mismo modo que les hacen ver el pluriempleo como una cuestión de “orgullo femenino”.
Eso cuenta esta denunciante, para la que, sin embargo, fue parte la parte relacionada con la presión sobre su peso y su fisonomía. Las chicas están obligadas a seguir un programa de entrenamiento salvaje, en el que sus superiores (los citados Crawford y Moro) se guardan el derecho de aplicar medidas disciplinarias si no se adaptan a las exigencias que aplican sobre ellas: planes de trabajo que abarcan siete días a la semana y a los que se añaden horas extra si el peso o la imagen no son “los adecuados”. Las cheerleaders no saben si van a bailar en un partido determinado hasta casi el último momento y se les exigen duros códigos de comportamiento que incluyen normas de actuación en las redes sociales y evitar imágenes en las que parezcan, literalmente, “putas o lesbianas”.
Herington sufrió lesiones por estrés y dejó casi literalmente de comer, lo que le produjo desfallecimientos entrenando o diarreas cuando su media bajaba incluso de una comida diaria. Sometida a constantes mediciones de porcentaje de grasa, su médico le dejó su suministrar medicamentos adelgazantes y le recomendó, “preocupado por su salud mental”, que dejara de bailar. Acabó dejándolo y ha denunciado a los Bucks, que por ahora han negado la versión de su ex empleada. La visión desde un punto de vista legal, mientras, apunta a que en la NBA las condiciones pueden mejorar antes, o al menos con menos trabas, que en la NFL, donde ya hay denuncias en los despachos de Raiders, Bills, Bengals o Buccaneers.