Vuelve la NBA: todos contra Golden State Warriors
Hoy vuelve la mejor liga de baloncesto del mundo con un duelo por todo lo alto: los Bulls de Gasol y Mirotic reciben en Chicago a los Cavaliers de LeBron.
Entre los pasados 21 de enero y 19 de febrero cayeron víctimas de lesiones graves Kobe Bryant, Carmelo Anthony, Kevin Durant y Chris Bosh. Cayeron -hombro, rodilla, pie y coágulos de sangre en los pulmones- siete anillos de campeón, seis oros olímpicos y 41 All Star. Fueron los mascarones de proa de una temporada 2014-15 especialmente cruda en cuanto a lesiones. ¿Y qué sucedió en la NBA? Cosas alucinantes: siempre.
Los Warriors se convirtieron en un campeón casi perfecto, un equipo en números apenas comparables en la NBA moderna con los Bulls del segundo threepeat (1995-1998). Y fueron campeones a pesar de que LeBron James se dejó el alma, muy poco acompañado en unos mermados Cavaliers, en una final espartana en la que promedió 35,8 puntos, 13,3 rebotes y 8,8 asistencias por partido. Y fueron campeones eliminando en primera ronda a los Pelicans de Anthony Davis, que con 22 años progresa hacia ser el devorador de mundos que imaginábamos: en dos años ha convertido sus medias de 13,5 puntos, 8,2 rebotes, 1,8 tapones y 1 asistencia en 24,4, 10,2, 2,9 y 2,2. Y fueron campeones en unos playoffs del Oeste de los que se cayó Oklahoma City Thunder por primera vez en la década por la baja de Durant y a pesar del sobrecogedor segundo tramo de temporada de Russell Westbrook, cerrado con once triples dobles (rozando los 13 de Jason Kidd en la 2007-08) y promedios de absoluto jugador total: 28,1 puntos, 7,3 rebotes y 8,6 asistencias para un jugador cuyos emparejamientos con prácticamente todos los demás bases de la NBA son, sencillamente, injustos. Un abuso.
Los Warriors fueron campeones. Inapelables y pluscuamperfectos, a su paso una estela de belleza casi etérea. La madre de todos los baloncestos: clásico, moderno, interior, exterior, defensivo, ofensivo… fueron el primer rey desde los Bulls del 91 que ganaron sin un solo jugador en plantilla con experiencia anterior en una final NBA. Y, casi todo el pensamiento convencional a la basura, tuvieron al primer entrenador rookie que levantaba el título desde Pat Riley con los Lakers del 82. Sumaron 83 triunfos entre Regular Season y playoffs, rozando las 84 y 87 de aquellos Bulls 1995-97, los únicos que además superaron sus 10,1 puntos de diferencia media y su descomunal 11,4 favorable en la balanza entre ratings ofensivo y defensivo. Ni la inexperiencia contó cuando se vieron 1-2 contra los Grizzlies y los Cavaliers. Ni tampoco los tópicos: si hasta hace poco se cuestionaba a los equipos que basaban su juego en el tiro exterior, los Warriors se llevaron el anillo anotando 240 triples en los playoffs y 67 en las finales. Récords que personificó Stephen Curry: 98 en las eliminatorias por el título, 40 más que el pulverizado récord anterior (58, Reggie Miller). Curry se convirtió además, una cuestión casi quirúrgica, en el único jugador que ha ganado en sus cuatro rondas de playoffs a los otros integrantes del Mejor Quinteto: James Harden, LeBron James, Anthony Davis y Marc Gasol. Así que el mensaje es que en la NBA siempre suceden cosas alucinantes. Siempre, a pesar de los pesares y más ahora, con la mejor generación de estrellas desde aquellos años dorados que desembocaron en Barcelona 92.
Los Warriors fueron ese campeón perfecto porque recibieron hasta un respeto casi reverencial de esas lesiones que también aniquilan proyectos a su antojo. De los principales de la rotación, sólo Andrew Bogut se perdió más de seis partidos… y aún así jugó 67. Y porque llenaron de historias hermosas la gran historia de la temporada, a la cabeza ese Steve Kerr que comenzó a reinventar su oficio con el psicólogo de las fuerzas de elite del ejército estadounidense en plantilla y una aplicación moderna y personal de un libreto escrito en sus años de trabajo para Phil Jackson y Gregg Popovich. Sólo así, con un equipo en plenitud y en trance de absoluta felicidad, pudieron los Warriors parar en la final a un LeBron agotado y ciego de furia, sin Kevin Love y, desde el segundo partido, sin Kyrie Irving. La realidad de la derrota dejó al Rey de la NBA con un feo 2-4 en sus seis finales jugadas. Pero la grandeza de su ejercicio de resistencia casi ilógico convirtió a sus Cavs en favorito de consenso para muchos a las puertas de una temporada clave para el mejor jugador de su generación. LeBron cumplirá 31 años en diciembre y puede que sus piernas comiencen a mandar avisos en algún momento. En su caso, sólo puede: ha jugado casi 38.000 minutos en 911 partidos de Regular Season (910 como titular) y más de 7.500 minutos en 178 partidos de playoffs. Lleva doce extenuantes temporadas en la NBA. Carmelo Anthony, número 3 de su draft, acumula ya 193 partidos menos que él. Siempre en plenitud, o eso parece, LeBron agota posibilidades dentro del sudoku que ha sido casi siempre su carrera, en Ohio o Florida: es el baremo que marca el nivel del campeón en el Este (en los últimos nueve años el finalista ha sido su equipo o el que le ha derrotado en playoffs) pero tiene que estrujarse los músculos y los sesos para competir contra el gigante que desemboca en la lucha por el título desde el Oeste.
Un Oeste de nivel histórico
LeBron, el reverso positivo de tantos costalazos en finales, no habita la competitividad histórica del actual y más salvaje que nunca Oeste, una Conferencia en la que conviven hasta seis legítimos aspirantes al anillo, de los dos últimos campeones (Spurs y Warriors), a Rockets, Clippers, Grizzlies y Thunder. Y en la que ser primero tiene como amargo premio jugar en primera ronda contra los Pelicans de Anthony Davis (Warriors 2015) o los Mavericks de Monta Ellis y Dirk Nowitzki (Spurs 2014). Cada uno de esos seis equipos tiene motivos para sentirse más fuerte que el año pasado pero ni siquiera los nuevos Spurs con LaMarcus Aldridge y David West intrigan tanto como los Thunder, que abren un ciclo que puede ser visto y no visto si las cosas no van bien. Al eternamente cuestionado Scott Brooks le sustituye Billy Donovan, que junto a Fred Hoiberg en los Bulls (y a la espalda de Brad Stevens y su, por ahora, éxito en los Celtics) representa el giro cada vez más pronunciado de la NBA hacia los entrenadores universitarios. Un cambio radical, una apuesta casi a todo o nada, en un año trascendental para la franquicia: Kevin Durant acaba contrato en junio y de su futuro dependerá el nuevo mapa de la próxima NBA ante un verano en el que también pueden ser agentes libres Dwight Howard, Al Horford, Mike Conley o DeMar DeRozan. Si los Thunder se quedan cortos otra vez en la lucha por el anillo, podría estar más cerca el cambio de aires del alero, intrigado por la opción de jugar para los Wizards en su Washington natal y para el que no se dejan de escuchar los cantos de sirena de Hollywood y sus Lakers o Pat Riley y sus Heat. De todos.
Cosas alucinantes: Kobe Bryant comienza su vigésima temporada con la camiseta de los Lakers, con 37 años. Con 39, Kevin Garnett va camino de convertirse en el primer jugador que disputa partidos NBA antes de los 20 y después de los 40. Llegó a la NBA en 1995, el año en el que nacieron los dos últimos números 1 de draft, Karl-Anthony Towns y Andrew Wiggins. Los dos jugarán en sus Timberwolves, que son también los de Ricky Rubio y uno de esos equipos jóvenes a los que conviene no perder de vista. Otro superviviente de los 90, Paul Pierce, jugará con su cuarta camiseta en veinte meses después de toda una vida en los Celtics. Y lo hará de vuelta en su ciudad, Los Angeles, pero en el vestuario contrario al del que fue el equipo de su infancia y el gran rival de su vida, unos Lakers en zona cero que lo fían todo al progreso de sus dos jóvenes talentos, Julius Randle y D’Angelo Russell, en una nueva NBA en la que los gigantes que se mueven en verano (Aldridge, Greg Monroe) evitan Los Angeles y Nueva York y se van a mercados pequeños y ciudades nada cosmopolitas (San Antonio, Milwaukee).
Y en la que algunas desigualdades son más fáciles de disimular: unos seguirán teniendo más dinero que otros pero todos tendrán mucho dinero tras la firma de los últimos acuerdos televisivos y su efecto en el margen salarial de las franquicias. Los 24.000 millones por nueve años (2016-2025) que pagarán Disney y Turner harán que el tope salarial se mueva de los 63 millones de la temporada 2014-15 a los 70 de la 2015-16 o los 90 que se esperan ya para la siguiente, 2016-17. Por eso Anthony Davis abrirá en 2016 un contrato de 145 millones por cinco años en los Pelicans y Damian Lillard, uno de más de 125 en el mismo tiempo. Más dinero, más estrellas, más mercados al alza y LeBron James (en el Este) y Stephen Curry (en el Oeste), mirándose de reojo desde la parrilla de salida. Detrás: James Harden, John Wall, Marc Gasol, Kawhi Leonard, Chris Paul, Jimmy Butler, Kevin Durant y Russell Westbrook… todos a por el anillo en la competición en la que, lo dijo Mark Cuban, al final sólo hay un ganador y 29 perdedores. Es la NBA: cosas alucinantes. Siempre.