Todos los males del Barcelona

El Barcelona enterró en El Pireo su temporada europea. Cuatro derrotas entre la primera fase y el Top-16 (20-4)... tres en cuatro partidos ante Olympiacos, el gran especialista del continente en succionar el estilo y la energía vital de cualquier rival. Si eres muy bueno, el Olympiacos te gana más veces de las que sería lógico que te ganara. Si no eres muy bueno, te gana casi siempre. El Barcelona pudo ganar el primer partido en Atenas y debió ganar el segundo. No fue mucho peor en uno y fue mejor en otro. Pero perdió los dos. Y había perdido el segundo del Palau en una actuación descorazonadora en la que entregó las llaves de la serie al Palacio de la Paz y la Amistad.

Conviene quitar cuanto antes de enmedio la cuestión arbitral, favorable en los dos partidos juagados en Grecia al Olympiacos. Más un hecho que una coartada o una excusa y algo no muy distinto a lo que le pasó al Real Madrid en la final de 2012 contra ese mismo rival que sube el tono físico y va comprometiendo metro a metro el criterio arbitral hasta que lo mete de lleno en su campo. Reconocer eso no es negar el enorme mérito del Olympiacos ni su extraordinario trabajo defensivo más allá del nivel de contactos o el criterio con el que se juzgan. Quizá los árbitros jugaron un papel en que el Olympiacos ganara esos partidos pero no lo hicieron en que el Barcelona perdiera. Creo que me explico. Ahí pesa más la suma de los errores de toda la temporada que se aparecieron en esos últimos minutos del cuarto partido como si fueran la parca. Quizá ese día no estaba mereciendo perder pero había acumulado demasiados errores, empezando por las dos derrotas anteriores, ante un rival que ha desplumado en los últimos años a equipos mejores que el actual Barcelona. Para empezar, el Barça de la Final Four 2012. Un año antes, por cierto, el equipo azulgrana salió de un 1-2 como el que ahora le ha sepultado con un triunfo épico en un cuarto partido en el otro infierno de Atenas, el OAKA. Es decir, mala suerte y malos árbitros al margen, hay dos fórmulas para superar este tipo de eliminatorias: no fallar en tu pista y ser muy, muy bueno. El Barcelona no ha cumplido ninguna de las dos.

 Equipos mejores: el Barça lleva dieciochos finales seguidas en competición nacional y ha estado en cinco de las últimas seis Final Four. En Copa superó un cuadro brutal (Valencia, Unicaja) y perdió la final con el Real Madrid en los últimos 100 segundos. En Europa perdió en la foto finish en El Pireo. Ninguna de las dos cosas suena a fracaso estrepitoso,  son cosas que pueden pasar. Pero las dos juntas apuntalan la certeza de que el Barcelona ha resultado especialmente inestable esta temporada, en la que da la sensación de seguir dando vueltas al perpetuo rearme de su versión 2010, la que ganó la Euroliga en el nivel de los mejores equipos del baloncesto europeo moderno. Desde ahí, un fin de ciclo expresado en la salida de Pete Mickeal y Erazem Lorbek y el debate en torno al rol de Juan Carlos Navarro. Al Barcelona se le exige competir y no deja de hacerlo, salpicando además cada temporada con algún título. Pero no llegar a la Final Four es un fracaso, como mínimo un patinazo drástico en el gran objetivo de cada temporada. En su carrera sin fin contra el actual ciclo del Real Madrid de Laso y la inversión incesante del CSKA y los equipos turcos, el Barcelona se distancia de casi todos los demás y gana por jerarquía e inercia una tonelada de partidos ante casi todos los rivales. El problema es ese otro pequeño puñado de partidos en el que se juega la temporada contra equipos de (en teoría) su mismo nivel.

El Barcelona, tras su desastre en la Final Four de Milán, llegó al verano a flote tras ganar la final ACB al Real Madrid. Pero con una ineludible lista de tareas. Tenía que excavar en sus recursos para acortar las distancias con el equipo blanco más allá de esa final sobre la que planeó la sombra de Milán: el Barça se rehizo mejor a su horror en semifinales que el Madrid a su disparo a las nubes ante el Maccabi. Y jugó mejor. Pero necesitaba ser más sólido en ACB para no descolgarse tan rápido (no ha sido capaz) y dar el delicadísimo salto de calidad que separa el nivel Final Four del nivel campeón de Europa (tampoco lo ha sido, claro). Perdió otra vez la Supercopa y la Copa ante el Real Madrid, ha perdido demasiados partidos de Liga y no estará en la Final Four. Seguramente ante el espejo del puente aéreo, buscó lo que sentía que le había faltado para no desfondarse cuando no puede imponer su estilo ante el martillo pilón del Madrid: más talento ofensivo, más juventud; más piernas y más variantes. Y se hizo una plantilla con talento... pero con un peligro de disfunción que ya se intuía en verano. El pecado de Xavi Pascual no ha estado tanto en la preparación y gestión táctica de los partidos como en esa planificación veraniega y en el reparto posterior de roles y responsabilidades.

El Barcelona de Pascual ha construido siempre su identidad desde la defensa, este año un liviano castillo de naipes con una irregularidad desconcertante, muy lejos de la marca registrada del técnico de Gavá. Se fueron especialistas como Sada, Papanikolaou o Dorsey. Antes se habían ido otros. Y se hizo un equipo más basado en el talento pero que no ha enseñado el suficiente (o no lo ha tenido en el punto de cocción justo) como para compensar sus fases de inestabilidad defensiva. El objetivo era tener una rotación en la que el ataque no se desplomara con quintetos defensivos y la defensa se sostuviera con anotadores en pista. Desde luego, no se ha conseguido. El principal agujero, un juego interior sin ningún especialistas, sin apenas músculo y con muy poca intimidación y muy poco juego por encima del aro. En aquel Barça que ganó la Euroliga en 2010 los pívots eran Ndong, Fran Vázquez, Terence Morris y Erazem Lorbek con Jordi Trías como quinto pasajero. Y por fuera hacían nudos Mickeal, Basile, Sada o Grimau.

El Barcelona, además, está siendo en los dos últimos años un perfecto caso de estudio para analizar los nuevos problemas que se encuentran los grandes del baloncesto europeo a la hora de construir sus plantillas. Ya no valen el talonario y la mística porque cada vez más jugadores se van más jóvenes a la NBA y cada vez los estadounidenses viran más hacia los dólares de Rusia, Turquía y China, un rival inesperado pero temible. Hay que hilar muy fino entre los que están pero se van a ir y los que vuelven. Y a este Barcelona le ha quedado una mala digestión entre la veteranía ya larga de algunos (Navarro, Nachbar…) y la juventud del nuevo bloque formado por Hezonja, Satoransky, Abrines o incluso Thomas. En este nivel de exigencia hay que crecer por la vía rápida y hay que tener un entrenador que sepa equilibrar su gestión entre los excesos de confianza y la absoluta falta de ella. Tampoco eso ha funcionado en el Barcelona. Con el añadido, los tiempos que corren, de que lo que debería ser una estructura exterior con una década brillante por delante puede terminar en éxodo a la NBA en versión visto y no visto. Cuando fichas a una estrella joven corres un nuevo doble riesgo: o lo queda grande el traje para rendir de forma inmediata o no puedes contar con él mucho más allá de una temporada. Esto ha influido en la formación de las dos últimas plantillas de un Barça que además ha tenido que moverse en planes B. Quiso a Rudy, se le enredó en caso Ayón, se lanzó a por SpanoulisDeShaun Thomas, por ejemplo, llegó después de que Papanikolaou se fuera de repente a Houston, de que el Milán no quisiera negociar por Gentile y de que Datome decidiera insistir en el sueño americano.

A una arriesgada arquitectura de juego interior se ha unido (lo estructural y lo coyuntural) una plaga de lesiones en la línea exterior. Oleson y Abrines apenas han tenido continuidad y Navarro ha acabado ejerciendo otra vez de referente. Ahora mismo, y hablamos sin ninguna duda de uno de uno de los grandes jugadores de la historia del baloncesto europeo, una mala noticia para el actual Barcelona, donde Hezonja (un carácter difícil de estabilizar, nadie dice que el trabajo de Pascual sea fácil) ha entrado y ha salido sin terminar de explotar y sin peso en los partidos decisivos. La paradoja, así es el baloncesto moderno, es que tiene muchas opciones de irse a la NBA como top-ten del draft habiendo dejado en el Palau sólo (estruendosas, eso sí) muestras de ese talento generacional que posee.

El Barcelona necesitaba para ser realmente mejor, y por unas cosas u otras casi nada ha sucedido, que Hezonja y Abrines crecieran de forma exponencial, que Doellman diera la zancada que le metiera en nivel Barça y que Pleiss diera a Tomic relevos de calidad ofensiva que maquillaran la falta de cemento interior en el roster. Hasta a Satoransky, cuya temporada está siendo notable y que está demostrando que podría ser uno de los futuros líderes del equipo si no fuera por la alargada sombra de los Wizards, le ha faltado un hervor competitivo que sólo tiene que ver con sus 23 años. Como mínimo ha asumido con naturalidad galones ante la desaparición de un Marcelinho Huertas que ha entrado en colapso y cuyo futuro en el equipo es ahora mismo absolutamente oscuro.

De esta forma, al Barcelona le han perseguido los mismos males en casi todos los partidos importantes: desconexiones incomprensibles que inutilizaban evidentes buenos tramos. Errores de concepto o deficiencias físicas que estropeaban el trabajo defensivo. Esa desconfianza en vasos comunicantes que a veces va de la defensa al ataque y otras del ataque a la defensa. Pérdidas de balón (no ante Olympiacos, sí en los duelos ante el Real Madrid) y el desaprovechamiento de una temporada descomunal de Tomic, un pívot que está en nivel de guiar a cualquier título a una plantilla que le rodeara y la complementara de forma óptima. De esta forma el Barcelona ha sufrido mucho para cerrar su zona y encajado muchas canastas fáciles. Ha sido triturado por ala-pívots rivales (el último, Printezis) mientras Todorovic se ganaba en Bilbao el derecho a que se debatiera su ausencia, y ha acabado dependiendo demasiado en ataque del tiro exterior, algo que no suele definir precisamente a los equipos campeones (equilibrio, equilibrio y más equilibrio) y que ha destrozado buenos planteamientos. De la final de Copa a los dos partidos de Atenas.

Tomemos las finales de Supercopa y Copa y la serie ante el Olympiacos. Seis partidos. En ellos el Barcelona ha tirado mucho de tres (22,5 por partido) y se ha quedado en un 28%: 38/135. Muchos tiros liberados al limbo, Ataques con buena circulación para encontrar buenas posiciones: agua. Eso le impidió abrir camino ante el Real Madrid en la final del Copa. Y le dejó sin escaparse en el cuarto partido de Atenas, especialmente en el tercer cuarto y en el único momento en el que el Olympiacos le enseñó la yugular. Por no hablar de los dos triples fallados por Oleson en el último minuto del tercero, todavía con 1-1 en la serie. La estadística en tiros de tres en esos seis encuentros es esta: 5/18 Oleson, 7/25 Abrines, 2/8 Thomas, 2/16 Doellman y 10/27 Navarro, no por casulidad el que más ha tirado. En esos partidos Nachbar (34 años) ha jugado 38 minutos (poco más de seis de media) y ha anotado 10 puntos totales. Hezonja se ha quedado en 43 (poco más de 7), Edwin Jackson ha sido una figura decorativa y Satoransky apenas ha dado una asistencia por partido (6 totales). Huertas se quedó en 0 de valoración en la final de Copa y apenas ha jugado contra el Olympiacos 15 minutos por partido (4 asistencias… por casi 2 pérdidas de media). Pleiss ha perdido en esos cuatro partidos de cuartos 8 balones y en los seis ha promediado 4,5 de valoración…

Personalmente, ni creo que Pascual vaya a dejar el banquillo ni creo que deba dejarlo. Al debate se pueden lanzar su palmarés, su gestión de tantos partidos importantes y más virtudes (especialmente como gestor) de las que muchas veces se le reconocen. Lo creo tan firmemente como creo que ha cometido esta temporada errores gruesos en la planificación y el enfoque. Con tres cuartos de curso cubiertos todavía no se sabe muy bien si le gusta la plantilla que tiene, si hace algunas de las cosas que hace por convicción o por obligación. Pero el Barcelona como mínimo no debería apretar el gatillo sin darle un par de buenas vueltas. Ni aunque caiga en la ACB y firme una temporada en blanco. No habría que apretar el botón rojo y ponerse después a buscar sustituto. Otra cuestión sería plantear una remodelación en el estilo que no parece todavía la primera voluntad de Creus. Queda jugar la ACB y queda ver cómo se mueven piezas tan importantes como un Huertas que parece más fuera que dentro o un Tomic que afrontará el verano del ahora o nunca con la NBA. Parece que se irá Hezonja y podrían irse, aunque seguramente no será todavía, Satoransky, Abrines y hasta un Pleiss cuyo futuro en Europa depende del de Tomic porque los derechos de ambos pertenecen a Utah Jazz.

El Barcelona va a volver a necesitar un impulso ofensivo y sobre todo va a tener que repensar y rehacer sus roles defensivos. Haga lo que haga competirá y seguramente volverá a estar a un buen o mal día de meterse en la Final Four. Pero el reto real es no parecer demasiado pronto peor que los dos o tres grandes favoritos del continente y encontrar la forma de recuperar terreno al Real Madrid en la inercia de unas últimas temporadas en las que, con todo, ha rascado una Copa y un par de Ligas. El reto, en definitiva, es volver a parecer un gran equipo en los grandes partidos. Esos que después a veces se ganan y a veces (contra el CSKA, el Real Madrid o el insoportablemente extraordinario Olympiacos) se pierden. La cuestión es cómo y con cuánto en tu debe. Y hay es donde este Barcelona tiene que tomarse el tiempo necesario para mirarse en el espejo.