Brad Stevens, los playoffs y el orgullo ‘celtic’

Los Celtics son de playoffs. Lo vuelven a ser antes de lo previsto por la franquicia y mucho antes de lo esperado por (casi) todos. La victoria de los Bulls en Brooklyn ha certificado un pase que se dejó visto para sentencia con la victoria el pasado domingo ante los Cavaliers. Precisamente, Cleveland parece el rival más que probable en la primera ronda. Las opciones de que Boston deja en la cuneta a las primeras de cambio al equipo de LeBron James son una entre un millón. Correcto. Pero en la guía de la temporada que lanzamos desde AS NBA ya afirmé en su momento que haría falta algún fenómeno aún más extraordinario que una alineación de planetas para ver a los de Massachusetts en la postemporada. Y aquí estoy, comiéndome mis palabras. Si se cruzan finalmente con los Cavs (Atlanta podría ser el otro contendiente) y tuviera que jugarme mi sueldo lo haría por los de Ohio. Tonto no soy. Pero conviene no olvidar (y yo el primero) que en el deporte todo puede pasar. El factor sorpresa es esa magia equiparable a la de la fantasía de las películas Disney que nos atrapan de pequeñitos.

Dicho esto, lo primero que hay que hacer es quitarse el sombrero ante Brad Stevens. En su segundo año en la NBA se ha descubierto como el entrenador joven a tener más en cuenta en el futuro. Tiene 38 años y es incluso unos meses más joven que un tal Tim Duncan. Seguro que les suena, ¿no? Ha desarrollado toda su carrera en la Universidad de Butler, donde se ganó con todo merecimiento ser el mejor entrenador de su historia: en 2010 y 2011 dirigió a los Bulldogs hacia el subcampeonato de la NCAA. Son las dos únicas veces en las que Butler fue equipo de Final Four. Con este currículum, Danny Ainge acabó apostando por él en el verano de 2013. El último gran equipo de los Celtics, el del Big Three que formaban Paul Pierce, Kevin Garnett y Ray Allen, el mismo que ganó el anillo en 2008 y cayó con la cabeza bien alta en las Finales de 2010 ante los Lakers, llegó a su fin con la eliminación en la primera ronda de las eliminatorias de hace dos años ante los Knicks. Doc Rivers, querido y respetado por todo el TD Garden, hizo las maletas para mudarse a Los Ángeles (a los Clippers, no a los Lakers). Así que Stevens firmó un contrato por seis temporadas y 22 millones de dólares. El peso de la reconstrucción de la franquicia más laureada de la NBA recaía sobre sus hombros.

Y tras un complicado primer año de adaptación, ya se ha hecho notar. Con dos partidos aún por disputarse, ya ha conseguido 13 victorias más que en su primera campaña. Y lo más importante, ha devuelto a Boston el orgullo. Y todo en una temporada que arrancó con Rajon Rondo y Jeff Green como grandes referentes. Tras la salida de ambos, todo hacía presagiar que el proceso de crecimiento y ensamblaje iba a prolongarse un poco más en el tiempo. Pero entonces Stevens contagió al grupo con su carácter inconformista y ganador. Los playoffs nunca fueron el objetivo, sólo ganar partidos. “Me gusta el progreso que hemos hecho. No quiero decir que nos hemos adelantado a los plazos previstos porque nos limitaría. Es un paso más en la dirección correcta, pero no me fijo en el calendario porque siempre quiero más”, desvela. Una filosofía acorde a la del venerado y legendario Red Auerbach.

Tras caer en casa a finales de enero con los Heat, el equipo tocó fondo con un balance de 16 victorias y 30 derrotas. En el Oeste ese récord hubiera significado tu sentencia de muerte, pero aprovechando la debilidad del Este, los jóvenes Celtics fueron madurando y creciendo en su juego (dejaron de tirar a la basura en los últimos cuartos partidos que tenían ganados a l basura). Nunca mejor dicho, los orgullosos verdes fueron un bloque compacto. Tanto es así que desde entonces han logrado un respetable 22-10. Entre medias han acabado también con su particular maldición ante equipos del Oeste. Ahora son capaces de ganar tanto a domicilio como en casa a franquicias de la Conferencia rival.

Los Celtics están en playoffs y Brad Stevens es el principal artífice porque no sólo ha conseguido sobreponerse a la marcha de Rondo y Green, sino también a las lesiones de la que empezó siendo su pareja interior titular (Kelly Olynyk y Jared Sullinger). A partir de ahí ha exprimido al máximo sus recursos, ofreciéndonos la mejor versión al mismo tiempo de Tyler Zeller, Brandon Bass o Avery Bradley. Bajo su tutela, Marcus Smart está completando un máster en su primer año en la Liga y Jae Crowder ha demostrado que puede ser mucho más que un jugador residual. Y tras la llegada de Isaiah Thomas (además de acumular futuras primeras rondas de draft, Danny Ainge demostró que sabe de esto logrando un golpe maestro en el trade deadline), encajó en el puzle al eléctrico base partiendo desde un banquillo en el que promedia 19,5 tantos como ‘celtic’. Incluso ya aparece entre los candidatos a Mejor Sexto Hombre de la temporada. Y es que este es el mayor logro que puede alcanzar un entrenador: hacer a los suyos mejores de lo que son bajo sus órdenes.

Ya para concluir, puede que visto desde una perspectiva global alcanzar una de las últimas plazas para la postemporada no sirva de mucho. Pero tampoco era mejor vagar por la zona media-baja de la clasificación, sin poder luchar con los Knicks y Sixers del tanking a la vez que desperdiciabas la oportunidad de poder curtir a un equipo joven y con talento. Así que el premio por no tomar el camino más cómodo y no dejarse llevar son estos playoffs. Admitámoslo, saben muy bien. El Celtic Pride (orgullo ‘celtic’) vuelve a flotar por el vetusto parqué del Garden.