La maldición de Rose y la última bala de Pau Gasol
Lo tenía todo para triunfar. Derrick Rose aterrizó en la NBA con un estilo valiente, aguerrido, sin complejos. Su velocidad, salto y potencia sembraban las zonas rivales de un caos absoluto, de desconcierto. Era napalm. Lo arrasaba todo a su paso. Su llegada a Chicago fue el sueño húmedo de todos los aficionados bulls. Otra estatua a las puertas del United Center se dibuja en sus mentes. Pero por tercera vez, la realidad ha truncado esa idea. Tras la gloriosa noche, ha vuelto a amanecer triste, dibujando un día plomizo y gris.
Rose no volverá a ser el de antes (si lo seguía siendo). Otra lesión de gravedad. La tercera en tres temporadas distintas. Una maldición moderna que arrastrará para siempre al MVP más joven de la historia de la Liga, en cuya menta ya nunca desaparecerá la pregunta de si volverá a caer de nuevo. Porque la confianza y el miedo son realidades que acompañan siempre a un deportista y en el caso de Rose, la primera puede haber desaparecido para siempre y la segunda, no va a despegarse nunca de su mente y de sus desconcertantes piernas malheridas.
Llora el mundo la NBA por su ángel caído y lloran los Bulls que dan por perdida, otra vez más, la temporada. Estoy ya nadie lo puede levantar. Ni Thibodeau con su exquisito arte de exprimir talentos conocidos y desconocidos. Su chistera es profunda, pero con fondo. Las soluciones radicales a mitad de temporada no van a tapar la ausencia del base. Los cambios a mitad de la partida, normalmente, no tienen un final feliz en el baloncesto y, más aún, si la pieza que falta es capital. Ninguna operación va a ser suficiente para hacer frente a la realidad de la NBA, ni para competir con la fuerza, cada vez mayor, de LeBron y sus Cavaliers, el virtuosismo de Atlanta, la profundidad de Washington y la irreverencia deToronto. Todo esto, sin mencionar al Oeste con sus Warriors, Grizzlies, Thunders…
El barco ha encallado, no hay vuelta de hoja. Llevándose por delante las ilusiones de un tercer anillo para un Pau Gasol que debe tener, en estos momentos, una cierta sensación de déjà vu. Rose, Kobe, los dos abandonaron la partida antes del jaque mate, dejando al español sólo ante la inmensidad de la Liga y sobre sus espaldas la responsabilidad de conducir a un equipo extenuado ya de cubrir la ausencia de su héroe de cristal.
El desconcierto del español debe ser mayúsculo. A sus 34 años no se podía permitir otra temporada más en blanco. Este era una de su última bala. Había depositado todo su capital en un proyecto hecho para la gloria a corto plazo, desechando otras oportunidad muy jugoso, aunque con menos glamour y dinero. El musical Oklahoma! debe resonar en su mente.
Y el problema no está en otra campaña sin salida, sin ambición para Gasol; sino en un futuro que pinta oscuro. La franquicia de Illinois camina sobre un campo minado. Cada paso puede ser el último. Thibodeau, el alma de una filosofía irredenta y especial, ya no cuenta con la gracia de casi nadie. La directiva no confía ciegamente en su labor como en el pasado y, en más de una ocasión, el vestuario se le ha ido de las manos. Su presencia futura en el banquillo es una incógnita, aunque la balanza no está inclinándose a su favor.
Además, Butler, uno de los jugadores capitales de estos Bulls, puede tener sus aspiraciones muy lejos de Chicago. Este año acaba contrato y sólo una oferta cualificada lo separa de ser agente libre. Todos los buitres rondarán cerca de él y los 21 millones de Rose pueden hacer que retenerle sea algo difícil de lograr. A su situación, además, se puede unir el cansancio tanto de Taj Gibson como de Noah. Ambos acaban contrato el próximo año.
El primero está harto de no ver reconocida su calidad como él cree merecer. Pase lo que pase, nunca llega a la titularidad y, en más de una ocasión, ha mostrado su descontento por ese hecho. Mientras que el segundo, no debe estar muy feliz. Con la llegada de Pau cambió su posición en el cancha para darle un respiro, lo que ha provocado un descenso de esas prestaciones con las que deslumbró el pasado curso. A lo que hay que unir el misterio de sus rodillas. ¿Lesionadas o no? Nadie lo sabe con certeza.
Cada uno de estos elementos aislados no provocaría un daño mayúsculo a la estructura de la franquicia. El problema surgirá si deciden unirse, provocando un huracán imparable que destruya todo lo construido con mimo durante los últimos tiempos. Sólo una buena temporada podría mantener esas piezas separadas, pero la lesión del base hace casi imposible que no se toquen, aunque sea, por los bordes. Rose pude haber desatado toda la ira de los dioses.