¿Por qué la letalidad de los terremotos no depende (solo) de su intensidad?
Los seísmos con mayor puntuación en la escala de Richter no son siempre los más mortales.
Cada cierto tiempo, salta una noticia fatídica que paraliza el mundo. El último ejemplo ha sido el fatal y doloroso terremoto que ha sacudido varias regiones de Turquía y Siria dejando miles de muertos y heridos a su paso. Los temblores de la tierra siempre han sido una de las mayores fuentes de tragedia para la humanidad.
De tanto convivir con la amenaza constante, el hombre ha conseguido adaptarse ante la adversidad, haciendo sus ciudades cada vez más resistentes. No obstante, y a pesar de los indudables avances urbanísticos y protocolarios, también hay grandes desigualdades entre naciones del primer y el tercer mundo.
Y es que son muchos los factores que determinan la destrucción que dejará un seísmo. La escala Richter únicamente indica la energía que ha sido liberada por la sacudida, pero no siempre las que alcanzan índices más altos son las que siembran más desolación. Por ejemplo, el terremoto de Valdivia (Chile) de 1960, que fue el más intenso de la historia alcanzando una puntuación de 9.5, se saldó con unas 2.000 víctimas mortales. Sin embargo, el de Haití del año 2010, que tan solo marcó un 7.3, causó la muerte a más de 300.000 personas.
Los materiales y la calidad de las infraestructuras de la región afectada son determinantes. Hay naciones que, al estar acostumbradas a recibir la visita indeseada de la catástrofe, han sabido planificar la edificación de sus ciudades para prevenir, dentro de lo posible, grandes pérdidas humanas o materiales. Es el caso de Japón, que tiene a sus espaldas un nutrido puñado de experiencias traumáticas de este calado.
La importancia de los materiales
En 1923, las ciudades de Yokohama y Tokio fueron arrasadas por un seísmo de magnitud 7.9 que dejó casi 100.000 muertos y millones de edificios reducidos a cenizas. ¿La razón? La utilización generalizada de materiales endebles como el papel o la madera para construir viviendas. Este trágico suceso influyó en los planes de modernización nipones. Sin embargo, las mejorías no impidieron que 15.000 ciudadanos del país perdieran la vida en el terremoto de 2011.
Lo mismo que le sucedió a Japón a principios del siglo pasado, le pasó a la empobrecida Haití hace poco más de una década. La república caribeña, una de las naciones más deprimidas del mundo, vio cómo sus ciudades se derrumbaron por completo ante un temblor que, en países más desarrollados, habría causado estragos infinitamente más reducidos.
Aún está por determinar qué lugar de esta triste lista ocupará la catástrofe de Turquía y Siria —de 7.8 en la escala—. De momento, se han contabilizado más de 6.000 fallecidos, pero el conteo sigue en ascenso a medida que los servicios de emergencia remueven los escombros en busca de personas atrapadas. Por suerte, además de víctimas, también se encuentran supervivientes.