Tenis
Mary Pierce, del tenis de élite a una iglesia de Isla Mauricio
El último tenista francés que ganó Roland Garros fue ella, en el 2000. L'Équipe Magazine siguió sus huellas y la encontró en una perdida iglesia evangélica de Isla Mauricio.
De Mary Pierce se recuerdan dos cosas. Una, la imagen de campeona de Roland Garros 2000 con Conchita Martínez al lado -sigue siendo el último jugador galo en ganar en París-. Y dos, los desgarradores gritos que profería agarrándose su rodilla izquierda un 26 de octubre del 2006. Tenía 31 años, se acababa de romper el ligamento cruzado y no llegó a recuperarse porque un extraño síndrome (algodistrofia) le provocó enormes dolores durante los tres años en los que intentó volver a competir.
Nunca anunció su retirada. Pero fue su último partido. Quizá también el último tormento de una vida de profesional que comenzó con sólo 14 años y dos meses. Con la sombra de un padre despótico que hizo de ella una estrella a costa de que llegara a odiarle y repudiarle.
Aleluyas. ¿Qué fue de ella? L'Équipe Magazine encontró a la ex número tres mundial, vencedora también del Abierto de Australia en 1995, en un inmenso auditorio de Trianon, en el centro de Isla Mauricio, elevando aleluyas al Señor.
Pierce lleva tres años viviendo allí, en una finca que el pastor Miki Hardy, fundador de la Church Team Ministries Internacional, comparte con familia, amigos, perros que fueron abandonados, cuatro caballos, tortugas, pollos y conejos. "Nunca me he sentido tan libre, tan feliz, ni tan realizada en la vida", le cuenta la tenista al periodista Dominique Bonnot en esa iglesia evangélica de carácter misionero, donde los cánticos se suceden a ritmo de gospel.
"No soy idiota. Sé que algunos piensan que me han adoctrinado. Hablan sin conocimiento, son chismes", dice cuando se le recuerda que un periódico presenta la CTMI como una secta. Pierce, cuentan, colaboró para levantar el auditorio de Trianon piedra a piedra y ayuda a dos nietos de Miki a avanzar en el tenis (uno es el 477º del ránking júnior de la ITF). Pero sin prisas. Sin los métodos que Jim Pierce utilizó con ella: le hacía entrenar ocho horas y con 12 años le sacó del colegio.
Guardaespaldas. "¡Mary, mata a esa zorra!", dicen que le gritaba a su hija durante los partidos. Con 18 años, le abandonó. Tuvo que llevar guardaespaldas y en 1993 Jim Pierce fue incluso expulsado de Roland Garros por pegar a un espectador.
"Las heridas del pasado han desaparecido, y ahora amo a mi padre. No tengo nada contra él. Es el gran milagro de mi vida: tener el corazón libre de odio", cuenta en la revista. También revela que fue una jugadora estadounidense, Linda Harvey-Wild, quien le acercó a la Biblia y alejó de su catolicismo inicial, y que en la primavera del 2000, antes de esa final con Conchita, encontró "al Señor".
"Cuando me lesioné en 2006, pensaba que de no haber conocido al Señor podría haber caído en cualquier cosa: la droga, el alcoholismo, la depresión...", explica Pierce, que todos los domingos acude al oficio, que se puede ver por internet, con sus "hermanos". Luego vuelve a su habitación monacal. Allí está la paz que no encontró en el tenis.