Juanma Trueba

Messi o la oportunidad de salir del laberinto

No hay un gran futbolista que no cuente con una fotografía así, rodeado de contrarios. Iniesta tiene varias; entre italianos, holandeses, croatas, madridistas... Quién sabe cuántas coleccionará Messi, cuántas se perdieron de Maradona, Pelé o Di Stéfano. El valor de la imagen crece según la relevancia del partido. El color de la medalla depende del número de adversarios. Salir con vida es menos importante que haber entrado en la jaula con la pelota controlada. El final de la jugada es mejor dejarlo abierto.

Debo decir, antes de continuar, que aquel Messi todavía corría o, para ser más preciso, señalaré que con aquel Messi nunca hubo necesidad de preocuparse por un detalle tan vulgar. Machacaba y punto. Si lo hacía corriendo tres o seis kilómetros era una cuestión insignificante. Su voracidad no se ponía en duda. El elogio con acento argentino indicaba que Messi jugaba como si estuviera en el potrero, con la misma inconsciencia que los niños en la calle, puro divertimento.

Ya no. O ya no con la misma frecuencia. Messi ha perdido inocencia y ha ganado vanidad. Al mismo tiempo se ha resentido su interés en el fútbol (al menos en el Fútbol Club Barcelona), de ahí que los bostezos le duren dos meses.

Para Peter Pan la madurez era incompatible con la fantasía y algo de eso ocurre. Para los expertos el aburrimiento es la principal amenaza de los matrimonios y algo de eso hay.

Messi puede regresar en cualquier momento, quizá hoy. Pero ya no lo hará en el equipo de los buenos, de los que anunciaban Unicef, de los que nunca defraudaban. Crecer mancha.