La historia de las icónicas zapatillas de Nike hechas con una plancha para gofres
Las marcas en la actualidad vuelcan sus esfuerzos en aunar tecnología, estética y funcionalidad a precio de oro, pero siempre hay pioneros y esta es la historia de uno de ellos: Bill Bowerman.
A estas alturas es complicado distinguir cuál es la línea que divide el deporte y la moda en lo que al calzado se refiere, y el nivel de sofisticación ha alcanzado cotas insospechadas. Pero hubo un tiempo en el que la escasez de medios era suplida por el ingenio de visionarios para revolucionar el panorama. Sucedió con Nike a principios de la década de los 70 del siglo pasado, y su modelo Waffle Racing Flat Moon Shoe es un ejemplo de ello.
Se trata de una de las creaciones más importantes en la historia de la marca deportiva. Y ese hecho, en sí mismo, ya indica que nos encontramos ante algo sumamente especial en el que confluyen varios hechos remarcables: son especiales por su origen, una rareza por su disponibilidad y únicas por su historia. Y no, no se pueden comprar.
Bueno, el par de zapatillas en cuestión, estuvieron a la venta en una subasta organizada en 2019 por la casa de subastas Sotheby’s junto a otros 99 pares de zapatillas que pretendía ser el lote de calzado más extravagante de la historia. En un primer momento el empresario canadiense y coleccionista de automóviles, Miles Nadal, las dejó fuera de la puja que hizo por valor de más de 760.000 euros y que resultó ganadora. Pero se lo pensó mejor y adquirió este modelo de zapatillas por la nada despreciable cifra de 390.000 euros.
¿Qué diferencia a estas zapatillas del resto? Básicamente hay dos hechos diferenciales que convierten este modelo en una verdadera joya. El primero de ellos es que se trata de un diseño de Bill Bowerman, que además de ser cofundador de Nike fue entrenador de atletismo en las pruebas para los Juegos Olímpicos de 1972 celebrados en Munich (Alemania), competición para las que fueron fabricadas a mano junto a otros 11 pares más. Y es ahí donde radica el segundo motivo para considerarlas un objeto de culto: su historia.
Y no solo porque sean el resultado de la lucidez de un genio, ni porque formen parte de la historia del olimpismo. También porque en su génesis intervienen un elemento insospechado, una máquina para hacer gofres, y uno de los atletas más icónicos de EEUU, el malogrado Steve Prefontaine.
Bowerman, legendario entrenador en la Universidad de Oregón, llegó a la conclusión de que podía revolucionar el calzado deportivo de la época al observar a su mujer Barbara elaborando gofres con una plancha que inmediatamente se convirtió en parte indispensable del taller de su marido. Bowerman, empleando caucho líquido, creo una suela en forma de rejilla, con protuberancias, mucho más ligera que las existentes y que además, amortiguaba los golpes y tenía mucha tracción.
Steve Prefontaine, icono del atletismo estadounidense que falleció a los 24 años en un accidente de tráfico, fue el primero en confirmar que el invento de su entrenador podía marcar la diferencia en competición ya que no solo se trataba de ser más veloz o vencer la resistencia al viento. El peso y el rozamiento también eran de suma importancia.
“Dios determina lo rápido que vas a correr. Yo solo puedo ayudar con la mecánica. La mayor mejora está hecha por el hombre que trabaja de manera más inteligente”, aseguraba Bowerman, fallecido en la Nochebuena de 1999, que a buen seguro no podía imaginar que su asociación con otro exatleta al que entrenaba, Phil Knight, no solo daría como resultado uno de los modelos más inspiradores sino también el nacimiento de una de las marcas más importantes de la historia.