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Diez días antes, Rafa Nadal solo aguantaba el pulso a Álex de Miñaur en el primer set (7-5) del Barcelona Open antes de desfondarse en el segundo (6-1). Cinco días antes, Nadal ni siquiera sabía si iba a poder jugar en Madrid. Ayer, cuando todo estaba dispuesto para despedirle con una atronadora ovación, Rafa batía al mismo rival, actualmente el número 11 del mundo, en un partido de dos horas de juego: 7-6 y 6-3. El campeonísimo español emociona y se emociona, porque por primera vez en mucho tiempo se ha vuelto a sentir competitivo. “Llevo muchos meses difíciles, siempre pensando y levantándome con la ilusión de vivir una tarde así”, admitió a pie de pista nada más terminar el partido, cuando el calor del estadio Manolo Santana, inspirador nombre para un bello capítulo de tenis, todavía invadía la grada. La Caja Mágica desprendió más magia que nunca.

Nadal sólo ha superado la segunda ronda de un Masters 1.000, algo que en su época de esplendor hacía sin despeinarse, pero el embrujo no estaba en su clasificación, sino en su capacidad de volver a sentirse tenista, de volver a sacar el puño, de dominar a un rival de calidad, de no agotarse en el intento… Que nadie se ilusione demasiado. Simplemente, disfruten. Cada día es un regalo. Incluso si para ello hay que seguir aplazando los grandes homenajes. Y ya van dos veces. El Madrid Open estaba listo para rendirle tributo en su adiós, con Felipe VI en el palco con ganas de fiesta. Pero la despedida tendrá que esperar. Al menos, hasta el lunes. Rafael Nadal se queda.

En algunos detalles, este Nadal nos recordó al Nadal de siempre: su sentido táctico, esa derecha paralela… El tenis no le ha abandonado nunca, lo tiene y se irá con él. Pero le falla el físico. Su maltrecho cuerpo decidirá cuándo es el momento. Está cerca, cada vez más. Pero se resiste a llegar.

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