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El tablón del náufrago

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Hay una jugada que explica mejor que ningún discurso el porqué del liderato del Barça. En el minuto 73 del intenso duelo del Villamarín, tras un saque de esquina, el equipo culé perdía un balón en la frontal del área verdiblanca, lo que producía un contraataque del Betis en clara condición ventajosa: cuatro atacantes para dos defensores. La clásica situación que al Barça le hubiera supuesto anteayer un gol en contra. La manera de replegar del equipo culé, todos apretando a fondo hacia su portería, con especial mención a Koundé y, sobre todo, a De Jong, que partiendo de la medialuna opuesta acabó robando el balón en su área, puede calificarse de emocionante, heroica, improbable incluso, afortunada si se quiere, pero expresa por encima de todo tres cosas.

La primera: el Barça está pletórico físicamente. Para un equipo débil y acomplejado, arrasado por el físico (aunque no solo por eso) por cualquier equipo intenso en Europa y en la Liga estos últimos años, esa mejora le sitúa en un escalón imprescindible para competir con dignidad. Alguno descolla: Balde, Gavi, los dos mencionados, pero todos están comiendo bien y levantando hierro. Y eso no va en contra de la filosofía Cruyffista, para desespero de rivales y de algún culé desorientado; de hecho, la refuerza. No confundamos idea con aplicación, que somos mayores ya.

La segunda: el compromiso. Casi todos los jugadores, excepto algún distraído que está luchando su batalla particular por volver a ser quien era, están metidos en faena, saben que el que no juegue con ese nivel de implicación será retratado, pues sus compañeros mastican arena si hace falta. Se tiraba al suelo Koundé en el minuto 31 a tapar un disparo y detrás tenía a Araújo en paralelo, haciendo lo propio.

La tercera y más importante: el equipo sabe que o se reengancha a su historia ganando o caerá en la irrelevancia. Es la apuesta del verano, ganar o morir. La última oportunidad de un equipo naciente que se agarrará a ella con la desesperación de un náufrago.