Otra lección de Xavi
Con el 'soci' destrozado y Koeman digiriendo el duelo, hay ganadores más allá del PSG, el Madrid y la Albiceleste tras el adiós de Messi. El de un técnico que no creyó a Laporta.
El vacío, para entendernos, es algo así como un ayuno de tres días con sus tres noches. La boca se seca, la vista se nubla y el estómago duele. La primera vez que sentí el vacío fue el 31 de enero de 1993, cuando una llamada interrumpió la radiofónica voz de Gozalo para comunicar que había muerto el abuelo. La solución fue abrazar con más fuerza a los vivos de alrededor. La siguiente ocasión en la que coqueteé con el desamparo fue por mi primer desamor, en el 95 más o menos. Esta vez opté por agarrar del pecho al coautor de mis afilados cuernos. La tercera, a los 15 años, se produjo al telefonear a mi familia para que supieran que había metido mi primer gol con el Alba. Y la última fue de nuevo por culpa de una joven, en el 2000. Así que ya, sabedor de qué va esto y con la mayoría de edad recién estrenada, aprendí al día siguiente del berrinche que un clavo saca otro clavo. Quizás la experiencia hace costra, pero no por eso uno deja de preocuparse por los baches anímicos de los demás ante una despedida como la de Messi. Si le ven algo más escurrido, les garantizo que Koeman no está a dieta.
Necesita mimos y a veces los periodistas no tenemos tacto. Nada más terminar el Barça-Juve del Gamper, el mismo e inolvidable día de autos, un colega le preguntó al entrenador si la salida del mejor jugador del mundo del equipo cambiaba sus planes para esta temporada... El holandés miró el micro para comprobar que se trataba de Barça TV y no que había vuelto Crónicas Marcianas. Si de alguien me acuerdo hoy es de Ronald. El héroe de Wembley debe estar hecho de otra pasta para mantenerse aún en pie. Llegó al banquillo culé como segundo (o tercer) plato. Al acabar el curso Laporta se lo quiso cepillar, pero la falta de recursos y la lluvia de negativas le obligaron a renovar sus votos. Y ahora, cuando su único problema era elegir entre el sistema de siempre o la defensa de tres, se despierta de la noche a la mañana con las fichas de esa misma pizarra corriendo despavoridas gritando “sálvese quien pueda”. Ante eso, no queda más que dimitir, como ha hecho Jaume Llopis del Espai Barça, o disimular y arengar a las masas, como ha hecho él con el mismo ánimo que yo hago la cama.
Esta debía ser la temporada de su confirmación. Y se torció. Tras una brillante Copa del Rey que amainó la tormenta generada por caer en la Supercopa, la Champions y LaLiga, era el momento de ratificar que hay vida entre tanto escombro. Todo o nada. Ya se ha exprimido cada gota del jugo a lo de la transición. Así que, en pleno agosto, sin tener aún a los fichajes inscritos, no le queda otra que borrar del imaginario colectivo las diabluras de aquel diez revoltoso. Para no caer en la manida comparación. Por no insistir en que habrá que hacer la vista gorda y olvidar que Alves, Iniesta, Rakitic, Neymar, Suárez y hasta Guardiola siguen en activo, y ganando, lejos de casa. Koeman tendrá que suplicar para que el Camp Nou anime la entrega de Braithwaite, comprenda las razones de Umtiti y sea paciente con la musculatura y el ocio del Kun.
Si él es el gran perdedor de esta historia junto al fiel aficionado, también hay ganadores, claro está. Más allá del PSG (por lo evidente), del Madrid (porque se acaba una dictadura de 16 años en España) y de Argentina (Francia exige menos antes del próximo Mundial), muy por encima de todos ellos está Xavi Hernández. Mientras Koeman asimila que ni la excusa del adiós de Messi le salvará cuando llegue la derrota, el cerebro de la mejor Era futbolística habida y por haber sigue en Qatar haciendo callo sin presión, lamentándose por el Barça que se nos va por el sumidero, pero esperanzado con el prometedor proyecto de vuelta a los orígenes de la cantera que un día heredará suficientemente rodado. Si Ronald, por valiente o por suicida, se ha ganado todos los respetos y la suerte del mundo ante este marrón; Xavi posee en estos momentos la gran satisfacción de que hace bien poco dio en la diana con su decisión. Cuando muchos nos hubiésemos precipitado con tantas promesas, aceptando la oferta de nuestras vidas, él hizo lo que patentó: echarla al suelo, pisarla mientras otea el horizonte, poner el mundo en pausa y dar un paso al frente con la cabeza alta. Sabe que los éxitos más bonitos llegan a base de pequeños toques y no con pelotazos. El vacío de dejar pasar una oportunidad momentáneamente, y no ir al Barça pese a las súplicas y promesas del entorno, sí se puede remediar. Y pronto.