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La batalla de Highbury

En 1934, un partido Inglaterra-Italia acabó con un montón de huesos rotos. Ese año, Italia ganó la Copa del Mundo en su país e Inglaterra no participó.

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El portero italiano, Ceseroli, atiende a un futbolista inglés.

Italia ganó la Copa del Mundo de 1934, en su país. Tenía un gran equipo apoyado por toda la presión que Mussolini pudo crear a su favor y se quedó con el título. En aquel Mundial no había participado Inglaterra. Tampoco en el anterior, ni lo haría hasta el de 1950. Inglaterra comía aparte, ni siquiera estaba en la FIFA, de la que se había salido en 1928 por discrepancias sobre la forma de definir el profesionalismo.

En realidad, nunca estuvo muy interesada. La FIFA se creó en 1904 e Inglaterra no había entrado hasta 1906 para que el fútbol acudiera a los Juegos de Londres de 1908. En 1920 se salió porque no se atendió su exigencia de expulsar a las naciones del bando derrotado en la I Guerra Mundial. Volvió en 1924 para retirarse de nuevo en 1928. No sería hasta 1946 cuando se integrara definitivamente.

Pero celebraba amistosos de cuando en cuando en giras por el continente a las que accedía con aire de condescendencia. Su primera derrota fuera de su isla se produjo en Madrid, un jubiloso 15 de mayo de 1929, en el viejo Metropolitano. El resultado fue 4-3 y el partido resultó inolvidable para cuantos lo vieron. Claro que se desquitaron bien, ganándonos 7-1 en la devolución de visita.

Poco antes del Mundial habían disputado un amistoso con Italia en Roma, 1-1. Con la Copa del Mundo ya en la mano, Mussolini decidió que ganar a los ingleses a domicilio sería la guinda ideal. El gran Vittorio Pozzo, seleccionador de Italia, no estaba tan seguro. Veía imposible ganarles a domicilio y en invierno (14 de noviembre). Pero Mussolini estaba entusiasmado y ofreció a los jugadores una fuerte prima en metálico, un Alfa Romeo y la exención de servicio militar si ganaban. Acompañó a la expedición Carosio, el locutor favorito del Duce.

El partido se disputó en el campo del Arsenal, Highbury, bajo una constante lluvia, ante 61.000 espectadores. Inglaterra salió con siete jugadores del Arsenal, entonces el mejor equipo inglés con diferencia, tras revolucionar la táctica con la WM inventada por su mánager, Herbert Chapman. Uno de los cuatro no gunners era el jovencísimo Stanley Matthews, llamado a hacer historia por su longevidad muchos años después.

El inicio, terrorífico para Italia, parece confirmar los peores presagios de Pozzo: Inglaterra gana 3-0 en 10 minutos, y eso que ha fallado un penalti. Hay una explicación: un planchazo de Ted Drake ha roto el pie de Doble Ancho Monti, el medio centro italiano, pieza esencial. Doble Ancho era un argentino oriundo de Italia, finalista del Mundial de 1930, con Argentina, campeón en 1934 con Italia. Trató de mantenerse en el campo con el pie roto y su buena voluntad provocó el desastre. Pozzo le hizo salir, reorganizó el sistema y, ya con 10, Italia reacciona con fuerza, furia y fútbol. Le sale su orgullo de campeona mundial más un cierto aire de barrio y desencadena una batalla de la que Hapgood saldrá con la nariz rota, Bowden con fractura de clavícula, Barker con una mano rota y Ted Drake con una feísima herida en una pierna. Los cuatro acaban el partido como pueden. Los ingleses responden. Aquello es una carnicería que desborda al árbitro sueco, Olsson, y en la que se imponen los italianos. En la segunda mitad Meazza marca dos goles muy seguidos e Italia, aunque pierde 3-2, se marcha satisfecha. Carosio exalta la reacción de Italia y califica a sus jugadores como I Leoni di Highbury. Así pasarán a la posteridad. Regresaron a casa como héroes.

Inglaterra queda tan aturdida ante la brutalidad que el día siguiente la FA acuerda renunciar en el futuro a jugar partidos internacionales, en la idea de que lo que se jugaba por ahí fuera era una barbaridad peligrosa. Afortunadamente, se volverá atrás al cabo de un año, cuando le quedó a más distancia la fuerte impresión por el atroz partido, y siguió concertando partidos internacionales, encadenando victorias. En la época, todas las selecciones que se estimaban procuraban jugar contra Inglaterra en busca de una improbable victoria de prestigio.

En 1938, Italia volverá a ganar la Copa del Mundo, en Francia, lejos del paraguas de Mussolini, y pitados antes de cada encuentro por escuchar el himno con el brazo alzado. Inglaterra tampoco acudió a ese Mundial. Retrasó su primera presencia hasta 1950, cuando perdería con España y EE UU, confirmándose así entonces que Inglaterra ya era una más. En 1953 se produciría su primera derrota en casa ante un equipo del continente, la Hungría de Puskas, que se quedó con el papel histórico que 19 años antes había ambicionado Mussolini para Italia.