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Susurros del campo

Campos vestidos de otoño

Esta estación es mágica para todos los sentidos. El campo se prepara para el letargo invernal, y antes de despojarse de la vestidura, los árboles se tiñen de colores otoñales

Campos vestidos de otoño

Leía el mes pasado, un artículo de mi buen amigo Laureano de las Cuevas, “Desde su postura” en la revista Trofeo Caza y Conservación, en el que definía al otoño como una sinfonía de orgasmos…, no encuentro mejor comparación.

Esta estación es mágica para todos los sentidos. El campo se prepara para el letargo invernal, y antes de despojarse de la vestidura, los árboles se tiñen de colores otoñales y nuestros ojos se deleitan con paisajes que son puro espectáculo.

Olor a tierra mojada ¿Acaso puede haber comparación? Hasta el nombre es bonito: petricor. Un olor que activa emociones.

Y si a todo ello le sumamos que estamos inmersos en plena temporada cinegética escuchando a los valientes latir nuestros montes al toque de caracolas, debe ser lo más parecido a estar en el paraíso.

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Nos queda un sentido, el del gusto, porque como he repetido en numerosas ocasiones, la caza acaba en el plato. Son muchas la prebendas que nos regala el campo y que son un privilegio el simple hecho de ir a cogerlas. Como es el caso de las setas.

Otoño también es sinónimo de setas. Tras los meses de verano, las primeras lluvias y una temperatura idónea en los bosques y montes, empieza a proliferar en los suelos de toda la península una gran variedad micológica para deleite de muchos.

Fácil, lo que se dice fácil no es, o al menos para mí. Echarse al campo en busca de setas, a no ser que uno sea experto, resulta complicado. Saber dónde crecen los rebozuelos, cuánto se debe esperar después de la última lluvia para que salgan níscalos, hartarse de ver tóxicas muscarias por todas partes, saber por qué tipo de bosque muestran querencia los boletus, el cuidado, en fin, de no confundir una amanita cesárea con una phalloides. Por eso prefiero ir siempre acompañada de algún experto en la materia.

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Hoy os invito a disfrutar de los sabores y olores dignos de majares de reyes. Unas buenas setas, un conejo aderezado con unas ramas de tomillo y romero, harán que vuestras cocinas huelan a campo. Vamos a preparar conejo con setas:

Lavamos las setas y reservamos. Si utilizáis setas de cardo y son muy grandes, podéis cortarlas para que se distribuyan bien en el guiso. Esta especie suelta mucha agua, así que hay que dejarlas al fuego hasta que se reduzca.

En una cacerola no muy honda, ponemos un chorro de aceite de oliva virgen extra.

Picamos la cebolla y el ajo y lo ponemos a pochar.

Cuando la cebolla y el ajo hayan pochado, salpimentamos el conejo.

Añadimos el conejo a la cazuela para que se dore bien y se vaya cocinando con el sofrito anterior.

Vertemos el vino blanco en cuanto veamos que el conejo va cambiando de color y lo dejamos reducir 4 minutos.

A continuación, añadimos una cucharada (tamaño café) rasa de harina y la disolvemos bien en el guiso para que no queden grumos. Mantenemos a fuego bajo unos 15 minutos.

Mientras, picamos un diente de ajo y lo ponemos a dorar en una sartén con un hilo de aceite.

Cuando coja color, añadimos las setas. Las salteamos hasta que suelten su jugo y este se reduzca. Bastará con unos cinco minutos, a fuego medio/bajo. Reservamos.

Cuando el vino haya reducido bastante, añadimos el caldo de carne.

Rectificamos el punto de sal e incorporamos el laurel, el tomillo, el romero y el salteado de setas.

Dejamos que se guise durante 25-30 minutos a fuego bajo, o hasta que la carne esté tierna. El tiempo de cocción depende del tamaño de los trozos de carne. Rectificamos de sal.

Si pasado el tiempo el conejo sigue un poco duro y no queda salsa, añadimos un poco de agua y dejamos que siga cocinándose hasta que la carne esté en su punto. El secreto de este guiso reside en la ternura de la carne.

Ya solo queda, disfrutar…

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Salud y buena caza