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Iribar topa con Puskas

El primer partido del legendario portero con el Athletic de Bilbao en San Mamés fue muy sonado por su roce con el goleador húngaro.

Como dos años antes en San Mamés, Puskas bate a Iribar tras un penalti que también cometió Orúe sobre Manolín Bueno.

Aquel 21 de abril de 1963 fue día de ilusión y nervios para un chico de apenas 20 años llamado José Ángel Iribar. Iba a debutar en San Mamés en la portería del Athletic.

En puridad, no era su debut en La Catedral. Ya había jugado allí año y medio antes, el 12 de octubre de 1961, para ser más exactos, pero con el Basconia. Fue un partido de Segunda División ante el Indauchu, que hacía de local. Jugaron allí porque el campo habitual del Indauchu, Garellano (situado a sólo dos manzanas) se quedaba pequeño ante la expectación del choque vizcaíno de Segunda. Esa fue la primera vez que Iribar jugó al amparo del gran arco de San Mamés. Quedó bien. El Basconia ganó 0-2.

Un solo curso en el Basconia le valió el salto al Athletic. El gran golpe lo dio en la Copa, en la que eliminaron al Atlético de Madrid, campeón de la edición anterior. Sus actuaciones (tres porque hubo desempate en Valladolid) ante la delantera del Atlético le hicieron saltar a la fama. En la siguiente eliminatoria se llevaría 10 goles en el Camp Nou, pero tantos evitó que le quiso comprar el Barça. Prefirió el Athletic porque, aunque guipuzcoano de Zarauz, ese era su equipo desde niño.

Entró en la 61-62, y al Athletic, como suplente de Carmelo, un mito. Gran portero, entusiasta del fútbol, de la amistad, de la vida. Querido en toda España, como lo era todo el Athletic en la época. Iribar empezó el curso como su segundo y debutó por sorpresa en la segunda jornada, en Málaga, a causa de una lesión de Carmelo, que en el minuto 50 chocó con un poste intentando evitar el segundo gol local. El debutante no encajaría gol en los 40 minutos restantes. Ese mismo día debutó Uriarte. El entrenador, Ángel Zubieta, quería renovar el glorioso equipo de los once aldeanos, muchos ya metidos en la treintena. Ese curso debutarían diez jugadores, entre ellos Iñaki Sáez y Aranguren, además de los dos citados.

Hizo titular a Iribar en la penúltima jornada, en el campo del Betis. Encajó tres goles, el primero de Luis Aragonés. El Betis ganó 3-2. Y luego le presentó en San Mamés en la última. Una tarde de lujo: el visitante era el Madrid, ya campeón. En la mitad de la tabla, el Athletic no se jugaba nada.

El Madrid, muy querido entonces allí, fue recibido con enorme ovación cuando salió y saludó desde el círculo central, liturgia de la época. Faltaban Di Stéfano y Gento, pero estaban todos los demás.

Tarde reluciente y primer tiempo precioso. Los dos porteros (Vicente es el de enfrente) intervienen con frecuencia y bien. Pero la segunda parte se enturbia a partir del minuto 52. Se escapa Manolín Bueno (sustituto de Gento) y llegando al área le derriba Orúe. Es fuera, pero Llorens pita penalti. Gran enfado local, de jugadores y público. El campo se llena de almohadillas, se pierden cinco minutos antes de tirar el penalti. Puskas, que tiene el Pichichi ya asegurado con 25 goles, coge por fin el balón para tirar. Iribar, con la candidez de sus 20 años, se acerca a él y se atreve a decirle:

—Oye, mejor lo echas fuera, si no se va a armar aquí la gorda.

Puskas le dio dos cachetitos cariñosos y…

—¡Je, je! Anda ya, hijoputa

Se quedó atónito. Hijoputa era un insulto inconcebible en el País Vasco. Para la época sólo era usual verlo con indulgencia en Andalucía, donde ya se utilizaba a veces incluso con cariño, o admiración, para el que era muy listo, muy fuerte, muy afortunado en el juego o el amor… Pero ni siquiera a Madrid había llegado ese uso ambivalente, ya tan extendido. A ese insulto sólo se llegaba después de transitar toda la escala y exigía defender a puñetazos el honor de la madre. En Bilbao era más grave todavía.

No sabiendo qué hacer (¡cómo sacudirle un puñetazo ahí a Puskas, ganarse la expulsión en su debut, qué escándalo!) se volvió hacia Amancio, que estaba en su primera temporada en el Madrid.

—¿Has visto? ¡Me ha dicho hijoputa!

—No te preocupes. Nos lo dice a todos…

Así que se fue entre confuso y resignado a la portería, donde encajó el único gol del partido.

El año siguiente ya fue titular. Pasado el tiempo se llevó a las mil maravillas con Puskas. El impacto de aquel hijoputa que le espetó a la cara se fue esfumando a medida que le conoció (era un bizcocho) y entendió que en su boca y en aquella circunstancia aquello quería decir ‘mira recluta, no pretendas camelar a este viejo coronel ‘…

Curiosamente a los dos años casi exactos se produjo una jugada muy similar en el Bernabéu. Penúltima jornada, penalti de Orúe a Bueno y Puskas bate a Iribar, como muestra la imagen superior. El Madrid gana 1-0 y canta el alirón.