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M E GUSTA EL FÚTBOL

Seis goles, un oso y tres cuartetas

En 1956, el Oviedo ganó 0-6 al entonces Real Gijón en un derbi asturiano muy recordado.

Uno de los goles de Lalo.

Menos conocida que la sevillana, la rivalidad futbolística entre el Sporting y el Oviedo también es de aúpa y ha producido episodios tremendos. Quizá el más destacado fuera el del 21 de febrero de 1956. Martes, por más señas.

El domingo 19 de febrero, Gijón amaneció nevado, cosa bien rara allí. No era un domingo cualquiera, era día de derbi asturiano. El Sporting (entonces Real Gijón, que en la época estaban proscritos los nombres extranjerizantes, como Sporting, Athletic, Racing…) debía recibir en El Molinón al Oviedo. Eran cuarto y quinto respectivamente en la tabla del Grupo Norte de Segunda División, aspirantes ambos al ascenso. Para el Real Gijón, que ya había ganado en la primera vuelta en el viejo Buenavista (2-4), era la ocasión de apartar al Oviedo de la carrera por el ascenso. El Oviedo necesitaba ganar justamente para mantenerse ahí.

Pero la nieve…

Nevó hasta las tres de la tarde. El árbitro, González Echevarría, decidió tras consulta con los capitanes que no se podía jugar. No había tiempo para limpiar aquello, eran años sin iluminación artificial y se hubiera echado la noche encima.

Se decidió aplazarlo al martes. Todo un contratiempo. El martes, de nuevo a las cuatro y media, ¿quién podría ir? ¿Se devolvería el precio de las entradas? ¿Y el del viaje, a los que fueron desde Oviedo? Corrieron fantasías. Para los del Oviedo, era una maniobra de los culos moyaus para que su delantero Prendes, que estaba entra algodones, se restableciese plenamente. Para los gijoneses, era una artimaña de los carbayones, que esperaban de un momento a otro la cesión por el Madrid del defensa Seoane (un sinsentido. Para el segundo partido no podría alinearse por no estar en el club ya el domingo).

El martes, El Molinón registró una gran entrada, con buena afluencia de hinchas del Oviedo, que ni en sus mejores sueños llegaban a imaginar lo que sucedería después.

Porque lo que sucedió fue un estruendoso 0-6, con un Oviedo pletórico, que dio primero y dio dos veces muy seguidas, en los minutos 6′ y 7′. La primera aproximación de los forasteros al área local termina con cabezazo de Aloy a la red. Nada más sacar de centro, el Gijón pierde la pelota, la jugada acaba en córner y de nuevo Aloy marca. En medio de la torrija local llega en el 14′ un tercer gol, este de Lalo. Y en el 30′, otro más, obra de Castro. Cuatro en media hora. En la segunda mitad, dos más, en el 51′ por Lalo y en el 66′, de nuevo por Aloy. Luego, baile. Los del Oviedo entonan el estribillo de una canción de moda: “¡Todos queremos más, y más y mucho más…!”.

Fue, más allá de los tres goles de Aloy, la gran tarde de Lalo, un 9 finísimo, de juego hábil que contrastaba con los delanteros centro de la época, en general corpulentos. Y fue la tarde más triste para Sión, el buen meta local. Sionín para los aficionados, porque tres tíos suyos le habían precedido en el equipo con ese apellido. Llegó a internacional B y era el orgullo de la afición gijonesa. Ya le había tocado un día embaular nueve goles, pero aquello fue contra el Barça, con siete de Kubala, y no se le tuvo en cuenta. Esta vez se descosió y hasta los más benévolos le culpaban de los goles cuarto y quinto. Del ingenio popular salió una coplilla de tres cuartetas con las que los carbayones no se cansaban de mortificar a los culos moyaus:

Apoyau n’el tapial

del campu de Buenavista

lloraba un sportinguista

con una moña mundial.

Alégrate, carbayón,

que ya pués estar gozosu

porque en El Molinón

dicen que murió el raposu.

Son les coses de la vida,

son les coses del balón:

Perico, de pulmonía

y el Gijón, de indigestión.

Dicen que murió el raposu es un viejo dicho asturiano que se asocia a cualquier rumor. Perico era un oso que, en compañía de su hermana, a la que bautizaron como Petra, había sido recogido en Somiedo cuando ambos eran oseznos y un furtivo había matado a la madre en Somiedo. Criados en Oviedo, donde les hicieron una jaula en el Campo de San Francisco, se hicieron enormemente populares. Perico había muerto pocos días antes del partido, lo que provocó gran dolor en Oviedo. Petra le sobrevivió muchos años.

El Gijón ya no pudo reengancharse al grupo de aspirantes. El Oviedo jugó la liguilla de promoción, pero no alcanzó el ascenso. Las bromas y la coplilla continuaron hasta la temporada siguiente, en la que el Gijón arrasó: fue campeón de grupo, con un récord goleador sensacional: 107 tantos. El Oviedo sólo fue cuarto. Los culos moyaus pudieron mirar a los carbayones desde arriba. La afrenta estaba lavada.