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Susurros de caza

La importancia de la caza II

Entender la caza no es tarea sencilla, ya que puede ser tratada desde numerosos puntos de vista (dependiendo también, de los ojos con que se mire)

La importancia de la caza II

Entender la caza no es tarea sencilla, ya que puede ser tratada desde numerosos puntos de vista (dependiendo también, de los ojos con que se mire). Pero he de reconocer que parte importante de la situación en que se encuentra la caza es responsabilidad nuestra y solo nuestra, de los cazadores, ya que hemos demostrado una absoluta inoperancia a la hora de mostrar al resto de la sociedad en qué consiste y qué beneficios tiene para el ecosistema y, por tanto, para la sociedad.

Esto ha permitido que, un determinado colectivo de personas, hayan vilipendiado a la caza y a los cazadores de forma descarada, construyendo una imagen completamente artera de la actividad y sus practicantes. Por suerte, están tomando un rumbo más esperanzador en ese respecto.

Bajo mi humilde punto de vista, la importancia de la caza reside en su vertiente ecológica y aquí, pese a que a muchos les pueda doler, la razón está de nuestro lado. Y es que la caza es mucho más que ese disparo que pone fin a la vida de un animal, ese “pum” que ocurre en una fracción de segundo y por el que se nos juzga (e insulta). Un instante que, cuanto más se conoce de la caza, más irrelevante se vuelve.

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Y es que cazar no es solo ese "pum"; cazar es el tiempo que dedicamos a mejorar nuestros cotos. Unas mejoras que, por supuesto benefician a las especies cinegéticas pero que también, de forma directa o indirecta, al resto de especies, al ecosistema y por extensión a toda la sociedad, ya que al final somos los custodios de ese patrimonio natural, el nuestro. Tan es así que, en la mayoría del territorio de nuestro país, la gestión cinegética es la única gestión que se realiza en el medio natural.

Esas labores de mejora engloban muchas acciones, sea temporada de caza o no: ponemos bebederos, comederos, recuperamos bañas, balsas de agua, realizamos siembras, desbroces, limpiamos el monte, hacemos y mantenemos cortafuegos, velamos por la salud de las especies.

Nos preocupamos negociando con agricultores para retrasar la cosecha y evitar que caigan pollos, corcinos, o se destruyan nidos, que no se coseche por la noche y caigan muchos animales cegados por la luz, que se dejen ciertas franjas sin cosechar para que sirvan de refugio y alimento a la fauna, o que se retrase la recogida de la paja entre otras innumerables acciones. Y todo esto financiado con el dinero de los cazadores y no de las arcas del Estado como suele suceder con el resto de actuaciones de conservación.

Pero aquí no acaba nuestra actividad. El cazador está los doce meses en el campo. Durante la temporada, además de seguir realizando las anteriores tareas, nos encargamos de colaborar con la vigilancia de los campos y montes, con guardas que complementan el trabajo de la Guardia Civil y los Agentes Forestales, y que, de nuevo, corren a cargo de nuestros bolsillos. Naturalmente el dinero no es lo más importante, pero no debe olvidarse que la caza, contribuye a la sociedad sin costarle un solo euro.

Cuando practicamos lo que más nos gusta, cazar, lo hacemos cumpliendo la legislación nacional y autonómica, una orden de vedas y un plan de ordenación de los recursos cinegéticos, elaborado por un técnico y validado por la administración.

Todo ello buscando un aprovechamiento sostenible de esos recursos. ¿Qué obtenemos con esto? Logramos unas poblaciones animales sanas acordes con la capacidad de carga del medio, evitando desequilibrios que afecten a la flora, a los cultivos, y a otras especies animales, salvajes o domésticas, que puedan derivar en la aparición de enfermedades, algunas peligrosas para el ser humano (véase el caso de las famosas cabras de Guadarrama). Por ende, la conclusión no es otra que la caza es necesaria.

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¿Se puede mejorar? Por supuesto, todo es susceptible de mejorar, pero a lo que no podemos desdoblar es al argumento mendaz de la “Naturaleza es muy sabia y se regula sola”. Y es que, si bien es cierto que la Naturaleza tiende al equilibrio, eso no significa que ese nuevo estado de equilibrio vaya a ser tan positivo como el que, con la ayuda humana, podría obtenerse. Se corre el riesgo de ir perdiendo especies, o incluso ecosistemas, en ese camino. Es nuestra responsabilidad.

En este sentido, cabe destacar también la absurda guerra semántica con la que se aborda la cuestión. Así se reconoce que es necesario controlar las poblaciones “realizando controles”, sin emplear la palabra “caza” (queda más “guay”). Claro, si los domingos en vez de salir de caza dijese que voy a realizar controles, igual hasta me ahorraba insultos. Pero lo triste es que se desconozca, por la imagen del cazador, que cuando salimos de caza, realmente lo que hacemos es control.

En España la hipocresía es deporte nacional y en este sin sentido, estamos los primeros. Así, cuando se habla de cazar dentro de un espacio protegido, nos echamos las manos a la cabeza sin darnos cuenta de lo que conseguimos: obligar a un guarda a abatir un animal, en lugar de que ese mismo guarda acompañe a un cazador, le señale de forma inequívoca el animal concreto que tiene que abatir, lo abata e ingrese un dinero para seguir reinvirtiendo en la conservación de ese espacio. Eso sí, se nos volverá a hinchar el pecho diciendo que no se caza. De este modo, restamos soluciones y sumamos problemas (y que conste que soy de letras).

Foto: Assicaza
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Foto: Assicaza

Y podríamos seguir hablando de especies invasoras, de la amenaza de la Peste Porcina Africana, de la pérdida de biodiversidad por culpa de las presiones animalistas, del aprovechamiento de la carne de caza y sus beneficios frente al sistema alimentario actual, del impacto económico y social de la actividad como parte del desarrollo rural, de cómo determinadas entidades quieren aprovecharse de la caza y los cazadores vendiendo la imagen de la caza como deporte, de los derechos de los cazadores, de la ineficacia de los supuestos métodos alternativos para el control de determinadas especies, o ¡cómo no! del supuesto maltrato al que sometemos a nuestros perros (argumento desmentido por los datos del SEPRONA y en el estudio realizado por la Fundación Afinity).

En definitiva, esa falsa imagen de la caza responde a los intereses de una parte del animalismo que hay que recordar no tiene nada que ver con el ecologismo ni la conservación.

Es innegable que la caza es mejorable, pero no por ello prescindible. La caza es parte esencial de la conservación.