El título no es mío, sino del libro biográfico sobre Gustaaf Deloor escrito por Juanfran de la Cruz. Se lo tomo prestado. Este fin de semana que la carrera salió de Málaga, aproveché para recordar que la primera vez que se llegó a esta ciudad, en 1936, venció Deloor, el campeón de las dos primeras ediciones y de seis etapas de la Vuelta a España.
¿Y la Luna? Eso vino mucho después. Antes tuvo que pasar por la Segunda Guerra Mundial, donde fue atrapado prisionero por los alemanes el 10 de mayo de 1940, tras la invasión del Fuerte Eben-Emael. “Lo perdí todo en la guerra: la moral y la condición física”, explicaría luego Deloor. Superado el conflicto, y tras varias experiencias laborales fallidas, el belga se subió a un barco con su esposa Margret y viajó a Estados Unidos, tierra de oportunidades, sin hablar ni una palabra de inglés.
Su paso por Nueva York fue duro. Se empleó en una docena de talleres en un año, pero en ninguno duró más de quince días. Como no hablaba el idioma, no entendía lo que ponía en la ficha, pero abría el capó y arreglaba aquello que veía mal. Sus jefes le acababan calando y le despedían. Un conocido le animó un día a atravesar el país: “En California hay más trabajo”. Arregló un viejo coche y cubrió los más de 4.000 kilómetros, de costa a costa, por la Ruta 66.
La cosa le fue mejor en Los Ángeles. Mejoró el inglés, se nacionalizó estadounidense… Y acabó fichando en 1956 por Marquardt Corporation, en plena eclosión de las industrias aeroespaciales y armamentísticas. La empresa recibía muchos encargos gubernamentales, entre ellos para el Proyecto Apolo de la NASA, esa carrera espacial por pisar la Luna. El 21 de julio de 1969, la fecha en que Neil Armstrong dio “un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”, Gustaaf se encontraba de vacaciones en Bélgica junto a su hermano Alfons, que también había corrido con éxito aquellas dos primeras ediciones de la Vuelta. Orgullosos.