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ALFREDO MATILLA

Hierro y la pena máxima

Llegado al punto clave de un partido el mundo del fútbol reduce todo a la lotería, como si no se trabajaran los penaltis. La imagen de Koke y Diego Costa sonroja a España.

Hierro y la pena máxima
JUAN MABROMATAAFP

Imaginen que entran en la fría sala de un quirófano, un día cualquiera, y el director de operaciones sale al pasillo –justo antes de aplicarles la anestesia- en busca de algún médico formado que esté ocioso e inspirado para enderezarle el tabique nasal. Imaginen, en otro contexto, que cogen un vuelo de bajo coste para comenzar sus vacaciones en Sicilia y un jefazo de Ryanair, con el que coinciden en el embarque, echa a suertes delante de todos los pasajeros quién pilota entre su variopinta tripulación. Imaginen, ahora que es época, que llevan cuatro años esperando un gran concierto y que, justo antes de que el cantante vaya a reaparecer en los bises con el tema estrella, el promotor del evento dice que el ronco batería haga de fino solista (porque le da buena espina) y que la leyenda descanse porque quedan muchos otros bolos por delante.

Imaginen cualquier acción tan absurda como las anteriormente citadas y, una vez que lo hayan hecho, rompan filas y relájense. Jamás sucederá algo así en sus vidas. Simplemente porque no hablamos de fútbol.

En el deporte rey todo es posible porque a veces es mágico y a veces bufonesco. Se entroniza todo y, al ser un mundo millonario rodeado de seres superiores, se da por sentado que se cuida hasta el mínimo detalle. Cómo nos dejamos engañar. No es todo oro lo que reluce. Cuando llegan los penaltis -un momento clave en el que un equipo se juega el honor y un país la siesta- reducimos nuestras opciones de victoria simplemente a la manida lotería que nunca deja pedrea, privamos al jugador más enchufado de rojo de que por fin dé un pase hacia adelante, aunque sea desde los once metros, y mandamos a la guerra al más tenso.

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La imagen de Hierro pidiendo consejo a sus chicos instantes antes de jugársela ante Rusia podría achacarse a su falta de experiencia en el banquillo, que no en el campo. Sin embargo, el momento de tembleque en la hora de la verdad es, sorprendentemente, un lugar común entre los entrenadores. Algo inconcebible en otros deportes como el baloncesto, por ejemplo, donde los porcentajes de tiro, las jugadas sobre la bocina y hasta las faltas en contra están estudiadas, grabadas a fuego en la pizarra y ensayadas de antemano. Aunque unas veces salgan bien y otras no tanto. Si Doncic es un mago es por su talento innato pero, no lo olviden, sobre todo porque entrena. En fútbol, salvo los obsesivos analistas que siempre dan la tabarra al cuerpo técnico, y los porteros, que están hechos de otra pasta, es más fácil y rápido hablar de suerte que remangarse y ponerse a trabajar los lanzamientos propios y los ajenos.

España podría haber caído en octavos entrenando más los lanzamientos. La dedicación sólo permite que aumenten las posibilidades de ganar. Nada garantiza el resultado. Ahora, se puede caer de muchas maneras y la más aconsejable es controlando todo lo que uno puede manejar de antemano y, sobre todo, manteniendo las formas. Ver a Koke con dudas y a Diego Costa rajando durante unos segundos que han dado la vuelta al mundo son gestos que nos podríamos haber ahorrado si Hierro hubiera cumplido su deber, una de las pocas cosas que estaban en su mano tras tanto esperpento heredado: por ejemplo, echar mano de una lista donde debería haber apuntado todos los especialistas desde el punto de penalti por estricto orden, por si alguno estaba tocado o hubiera sido sustituido, el orden de lanzamiento y, hasta si me apuras, los agujeros por los que el Akinfeev, por estadística, peor tapa.

Repitamos sin desmayo: los penaltis se entrenan. El portero lo tiene más complicado porque al final no tiene el control de la acción, la clave de un penalti. Él espera y no ejecuta. Adivina. Por eso, con De Gea que se ceben otros. Sin embargo, hay dos máximas en el trabajo de rutinas de una pena máxima con los tiradores (ya que ellos sí tienen el poder) para sentir el control, focalizar la atención y tener una mentalidad positiva: tener ensayadas un par de acciones previas al disparo (colocar el balón, dar x pasos…) y activar un par de pensamientos positivos (“lo voy a meter”, “estoy relajado y engañaré al portero”…). A Koke sólo le dio tiempo a rezar. Entre las dudas que le crearon el corrillo de Hierro, Piqué y Ramos debatiendo en medio campo su valentía y con la inquietud que contagió Diego Costa al grupo, el centrocampista del Atleti se enredó: centró su acción en acabar el papeleo cuando antes y orientó su pensamiento en maldecir a uno de sus más afines compañeros. Su grito interno y desgarrador no ha trascendido, pero puestos a imaginar de nuevo, imaginemos: “Pena máxima”.