Nuestros fieles compañeros de caza
La caza es nuestra forma de vida y, sin una de las partes más importantes de ella, no se podría concebir: nuestros fieles perros.
La caza es nuestra forma de vida y, sin una de las partes más importantes de ella, no se podría concebir: nuestros fieles perros.
Recién inaugurado este año es momento de hacer balance. En unos instantes pasa por nuestra cabeza todo lo bueno y lo menos bueno que ha ido transcurriendo a lo largo de estos doce meses del almanaque. Momento de pedir deseos para el año que acabamos de comenzar y de propósitos que llevar a cabo o, que al menos, se quedan en el intento.
En los dos últimos meses en los que he tenido la gran suerte de compartir este rinconcito con todos vosotros, he hablado de amigos, de nuestros mayores, del relevo generacional, carne de caza... unas pinceladas de cosas que van ligadas con el mundo de la caza. Pero aún queda una cascada de ellas para haceros llegar lo que significa "Los susurros del campo".
La caza es nuestra forma de vida y, sin una de las partes más importantes de ella, no se podría concebir: nuestros fieles perros.
Ya sean los valientes guerreros de montería, de rececho o de la caza menor, la figura de nuestros canes es vital: verles cómo se mueven por el campo, cómo utilizan todos sus instintos para dar con su presa... Con una mirada a los ojos de sus dueños dicen más cosas que si hablasen.
Cómo el paso del tiempo no ha conseguido arrebatarles esos instintos —ni siquiera las influencias de las modas de querer hacer de nuestros perros seres humanos—; nada de ello ha podido con eso. Nuestros canes lo son todo, y forman parte de nuestras familias.
En mi caso, fue mi fiel amigo Pepe, un podenco de talla chica, el que me convenció para sacarme la licencia de armas. Con sus orejas siempre mirando hacia el cielo y con esos ojos verdes, cada vez que íbamos al campo y me sacaba un conejo, me miraba y le faltaba decirme: "Tú no serás tonta, ¿no?". Incluso me lo imagina con acento cordobés, ya que me lo trajeron de Lucena, la cuna del "poenco".
Cada cante suyo cuando late un conejo, o su movimiento de rabo cuando trae a la mano el conejo abatido, son las cosas que dan sentido a ser cazador. Poder disfrutar de sus habilidades, de su sacrificio, de su pasión, y todo regado de un amor incondicional por nosotros, sus amos.
No solo son perros de caza, son perros que conviven con nosotros, y que nuestras familias no estarían completas sin ellos. Pero privilegiados, pues les permitimos hacer lo que llevan en sus genes.
Por mi perro, y por el de miles de cazadores, hoy levanto un poco más la voz para decir que un cazador de verdad no maltrata a su perro ni lo abandona; un cazador de verdad sufre cuando su perro se hiere, le lleva al veterinario, le cuida, se desvela cuando enferma y llora con el alma cuando muere.
Así que, quien no lo quiera ver, por favor, que no utilice a nuestros amigos en contra de nuestra forma de vida. Nunca dejaremos de hacer aquello que más los hace disfrutar y que, a día de hoy (aunque Pepe ya no salga de caza conmigo), me sigue poniendo el vello de punta: sacarlos al campo, de caza o de campeo, y escuchar esa música que al latir una pieza te pone el corazón a 300 pulsaciones por minuto. Más susurros del campo.
¡Feliz Año Nuevo!
Rocío de Andrés