Esos pequeños grandes detalles
En la vida todo viene marcado por pequeños detalles, esas pequeñas cosas que pasan muchas veces desapercibidas pero que hacen que la balanza se decante por uno de los lados.
En la caza, como en la vida misma, esos pequeños detalles son los que nos marcan en cada salida al campo: una rama seca que pisamos en un rececho, el sutil roce de la manga de la chaqueta con el pantalón en una espera o pararse en una mano de perdiz a atarse la bota... cualquiera de estos ejemplos o muchos otros son lo que nos pueden marcar en un lance.
Pequeñas cosas que para muchos noveles pasan desapercibidas pero que se convierten en auténticas manías en los veteranos cazadores.
Rituales a la hora de cazar que, para los principiantes, son manías de "viejos": la forma de andar por el campo, de buscar las sombras de los chaparros para ocultarse, limpiar el suelo del puesto de aguardo, comprobar el aire para ver las salidas de las perdices... y, ahora más que nunca, me doy cuenta del cambio generacional.
Muchos de los que se incorporan a esta forma de vida están perdiendo la buena costumbre de ver cómo se comportan nuestros mayores en el campo, de observarlos, de aprender de ellos.
Se creen que todo está en Google o en las pantallas de sus fantásticos y costosos smartphone. Con un simple toque táctil, saben dónde están, si lloverá, la velocidad del viento, incluso los clics que tienen que dar a sus visores para un tiro lejano.
Pero no observan como nuestros mayores, con una mirada al suelo, saben cuándo ha pasado un animal, cómo saben interpretar las nubes y cuánto queda para que llueva. Con un movimiento de su cabeza su amado perro sabe dónde debe de mirar, cómo interpretar el pájaro que se levanta en el bosque anunciando que se alzó por la huida de una res.
Pequeños grandes detalles, esos que hacen de nuestros mayores ser maestros del noble arte de la caza, que enseñan sin hablar y que aprendieron igual que enseñan: observando.
Cada vez que salgo al campo y miro a esos pequeños morraleros que acompañan a sus progenitores a cazar, armados con Tablet o móviles de última generación, se me desquebraja una parte de mi alma. ¡Qué cantidad de cosas se están perdiendo! Y, a veces, por nuestra culpa.
Pensamos que nos darán el día aburridos en vez de enseñarles a que en el campo, la palabra aburrirse, no existe. Enseñándoles dónde pasó la noche anterior la liebre o dónde se encamó el cochino, dónde se rascó un corzo o por dónde pasan los venados, por dónde no deben pisar para que no le demos el aire al animal que recechamos o, simplemente, disfrutar del silencio de la noche, roto por el movimiento de la fauna y los sigilosos pasos de ese macareno al que esperamos con el corazón acelerado.
Es responsabilidad nuestra que en un futuro, lo que aprendimos de nuestros mayores, no desaparezca.
Por eso pido que no les dejéis llevar esos aparatos diabólicos al campo, que no suméis importancia a que se vaya un animal por un ruido que puedan hacer nuestros pequeños, ya que nuestros mayores no se la dieron en su día cuando espantamos nosotros a la pieza a cazar.
Nosotros somos los responsables que esos pequeños grandes detalles que, por la rutina diaria se nos pasas inadvertidos, sean los que marque la diferencia de que estemos enseñando a ser un buen cazador o no a los más pequeños, y lo peor, que nuestras generaciones venideras se pierdan los pequeños placeres que nos da la vida en el campo y aprender de los que un día fueron aprendices como ellos y ahora son sus maestros.
Y ya que estamos inmersos en estas fechas en las que pasamos más tiempo con nuestras familias y amigos, fiestas de hacer regalos... qué mejor regalo que salir con los nuestros al campo y dar lo mejor que tenemos: nuestro tiempo (la mejor lotería que, sin duda, nos puede tocar).
¡Feliz Navidad!