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Derecho a sospechar

Actualizado a

Buena parte de lo que significan los Juegos ahora mismo se ha manifestado en las dos primeras jornadas de natación, donde se ha podido observar el deporte desde todos los ángulos. Se ha reunido la aldea global de nadadores de todos los continentes, han destacado las estrellas, se han producido decepciones de primer grado —el francés Yannick Agnel, campeón olímpico de 200 libres en los Juegos de Londres no se clasificó ayer para las semifinales—, han participado cuatro nadadores rusos —Efimova, Ustinova, Lobintsev y Morozov— que estaban incluidos como negligentes en el informe McLaren, se han batido récords mundiales y alguno de ellos ha sido tan monstruoso que invita al debate.

Es un paisaje tan diverso que añade otro problema: la confusión. ¿Desde qué punto de vista se analiza el deporte en estos momentos? Durante mucho tiempo se utilizó la ingenuidad como argumento, o como coartada, para no percibir o para desatender la realidad, que no es otra que la del dopaje y su lamentable influencia. Era más fácil mirar hacia otro lado, o participar de la comedia, que aceptar el descrédito que sufre el deporte con la corrupción y la trampa. Los primeros que lo sufren son los deportistas limpios, pero desde hace mucho tiempo el sistema está más interesado en proteger o disculpar a los tramposos que en defender a los legales.

Los últimos años han sido pródigos en una escena terrible, la de atletas recogiendo medallas en los bares de aeropuertos, o por servicio postal, o en un despacho federativo, mucho tiempo después de perderlas frente a unos mentirosos en los Juegos, y perder de paso dinero, confianza y en ocasiones la salud. En España hay algunos ejemplos de este desastre. El lanzador de peso Manolo Martínez recibió su medalla olímpica (Atenas 2004) varios años después. Para un hombre que compitió en la mismísima Olimpia, donde se frustró por no realizar su sueño de subir al podio en la zona cero del deporte, la recepción administrativa de la medalla apenas le generó alguna satisfacción. Al contrario, dolor y fastidio.

El deporte actual ha acabado, o está a punto de acabar, con la presunción de inocencia. Quienes creen que eso no importa, deberían reflexionar sobre la situación de algunos deportes que se han visto inundados por el dopaje en los últimos 20 o 30 años. La mayoría de ellos han perdido gancho en la audiencia, o ante los patrocinadores, o se miran con una desconfianza letal para la credibilidad. Si no sabes quién cumple las leyes y quién las incumple, si los encargados de velar por la limpieza son incoherentes o directamente conniventes con la suciedad, si los políticos y los periodistas actúan/actuamos como encubridores de los corruptos, ¿qué tipo de atractivo tiene el deporte, excepto engullirnos en sus falsedades?

Por desgracia, hay derecho, y hasta el deber, de dudar, por penoso que nos resulte. Todo lo que ha sucedido antes de los Juegos con el caso ruso nos obliga a reconocer la gravísima debilidad del deporte ante el dopaje y la desvergüenza de la mayoría de la clase dirigente, desde el COI a las federaciones, pasando por los políticos. El público de la piscina olímpica de Río abucheó ayer a Yulia Efimova, reiterante dopada, después de las series y las semifinales de 100 braza. Sabemos que trampeó. No sabemos qué pensar de la bestial marca de Katinka Hosszu, que dejó tan atrás a sus rivales y los registros de la era del poliuretano (2008-09) que se hace muy difícil de explicar su récord mundial de 400 estilos