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Mucho más de ocho jeringuillas al día

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Las miserias del dopaje quedarán nuevamente al desnudo durante esta semana en el juicio que ha comenzado hoy contra varios responsables de Urdaibai, el club de traineras de Bermeo. El uso de sustancias dopantes en el remo de banco fijo era un secreto a voces que estalló tras la Bandera de La Concha de 2010 con la denuncia de José Luis Korta, entrenador de Kaiku, contra la embarcación que dirigía José Manuel Francisco. El buen hacer en la instrucción judicial permitió que el caso avanzara, algo que no ha ocurrido en otros muchos procesos antidopaje que se han quedado por el camino en toda España por simple falta de interés.

La llamada Operación Estrobo ha sentado este lunes en el banquillo a diez imputados, entre ellos a varios conocidos en el ciclismo, un deporte que, desgraciadamente, siempre ha estado en punta en las experiencias de dopaje. Entre los acusados se encuentra el médico Marcos Maynar, actualmente suspendido por la AMA, que ha hecho universal su sanción de diez años impuesta por la Federación Portuguesa de Ciclismo al estar implicado en una trama en el seno del equipo Maia Milaneza (LA-MSS) en 2008, que incluso acabó en los tribunales por la muerte del ciclista Bruno Neves.

Otro imputado vinculado a la bicicleta es el excorredor Antonio Arenas Merchán, que conoció a Maynar durante su trayectoria deportiva. En el presente es policía nacional y sigue compitiendo oficialmente en categoría Master y en carreras de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Este mismo año fue recibido por el subdelegado del Gobierno en Córdoba, el popular Juan José Primo Jurado, por su subcampeonato mundial policial en contrarreloj. Arenas está casado con la farmacéutica Teresa Mesa, que hoy mismo ha reconocido durante su declaración en el juicio que envió “tres paquetes de EPO” a Bermeo a nombre del entonces presidente del club, el también acusado Josu Zabalondo.

El comienzo de la vista oral me ha transportado unos meses atrás, cuando participé en las Jornadas de la AEPSAD en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Hablé del caso Manzano. Al término de mi mesa se me acercó Andrei Banica, el remero rumano que ha declarado como testigo protegido este lunes y ha asegurado que se les inyectaba “mucho más de ocho jeringuillas al día”. Me dijo que las amenazas y los desplantes que yo había padecido tras publicar el testimonio del ciclista del Comunitat Valenciana le recordaba a su experiencia. Pero después de escuchar sus palabras puedo asegurar que Banica ha sufrido infinitamente más. Por eso me parece una buena oportunidad para rescatar aquel estremecedor relato, que define perfectamente las miserias del dopaje y del caso que se juzga esta semana en Bilbao.

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“Me agarraron del cuello y me dijeron que no abriera la boca

El remero Andrei Banica conmocionó a la audienciacon un escalofriante relato durante la segunda y última jornada del Curso de la Agencia Española Antidopaje (la AEPSAD), en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), en Santander. El rumano contó las presiones, amenazas e incluso agresiones que sufrió por no quererse someter a un plan de dopaje durante su permanencia en el club Urdaibai.

“Siempre que revivo aquel encontronazo, aquella experiencia que tuve con el mundo del dopaje, me pongo nervioso y me dan náuseas. Sufrí un trauma para toda la vida”, dijo Banica, que llegó en 2003 a la liga de traineras con un buen currículo como remero: participante en siete Mundiales (ganó tres) y en dos Juegos Olímpicos. Y con estudios de educación física. Aquí agrandó su historial con cinco ligas y con tres títulos en la Concha. Era un deportista curtido y laureado.

Banica hace su narración sin citar nombres propios, porque el caso todavía está en los tribunales: “Conviví con presidentes que compraban productos dopantes, con médicos que falsificaban recetas, con entrenadores que eran encantadores de serpientes que te daban tratamientos diciendo que eran métodos innovadores e imprescindibles, que teníamos que estar orgullosos de hacer lo que todo el mundo hacía”.

“Aquel año teníamos un potencial humano fuera de serie para haber cumplido los objetivos”, continúa el remero rumano. “Pero vino un nuevo presidente que venía mal de otros deportes y quería demostrar algo al mundo. Fichó a un entrenador con mucho dinero, que era un mandamás con nuevos métodos y prácticas. Nos cambió hasta la remada, que no nos vino muy bien porque comenzamos cuartos, quintos, sextos…”

Y entonces entró en liza el dopaje: “No sé si por el presidente o por el patrocinador, pero se echó mano de prácticas que nunca había visto. Se despidió al médico y se trajo a otro de quien no se nos decía ni el nombre, porque decían que el nombre era lo de menos. Luego supimos que tenía una trayectoria en el dopaje. Entonces nos hablaron en las reuniones de tratamientos individualizados, empezamos a ver circular cajas, cajas y cajas de productos. Y nos invitaron a ello. A mí me lo ponen y me empiezo a sentir muy mal. Me tengo que ir al hospital, pero luego me explican que eso sucede porque fue la primera vez”.

Banica decidió en ese momento no repetir con el tratamiento, no someterse al dopaje: “Le digo al entrenador que tengo miedo por mi salud, que yo llevo más de veinte años en el remo y no me hace falta. Entonces me contesta que no me ve comprometido con el trabajo, que me va a apartar. Empieza a sembrar el miedo, prohíbe a mis compañeros a hablar conmigo. Fue un calvario. Decido contárselo al presidente y me pide que recapacite, que acepte los métodos. Le solicito la carta de libertad, pero no me la da. Me amenaza, me dice que me va a hundir. Paso a ser suplente. Cada vez que me niego, se me deja en ridículo. Me llaman perdedor, me echan de las reuniones…”

Así llegó un capítulo “durísimo” para el remero: “Durante una reunión digo que eso parece más un hospital que un club. Entonces me cogen del pecho, me agarran por el cuello, me retuercen el brazo… Nunca pensé que en el deporte se pudiera vivir algo así. El entrenador se puso a dos centímetros de mí y me dijo: ‘¿Ves lo que va a pasar si abres la boca? Aquí no ha ocurrido nada”.

El rumano acudió a un abogado, que le aconsejó “dejar de ir al club”. Lo hizo, pero la pesadilla no terminó para él: “Recibía llamadas de día y de noche. Me llamaban por teléfono a las tres de la mañana. Lo cogía mi mujer y la amenazaban. Le decían que le iba a pasar algo a mi hijo, que tenía un año. Cuando salía de casa tenía que mirar a derecha y a izquierda. Me ha quedado el trauma”.

Banica sigue remando actualmente: “La experiencia me ha hecho más fuerte y más preparado,aunque también me siento avergonzado por aquello”. Y se ha reafirmado en la idea: “Doparse no es digno. No importa ganar, sino cómo llegas”.