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Fórmula 1 | La intrahistoria

Fernando asustó con el Ferrari 375

Dio dos vueltas en Silverstone

Actualizado a
<b>VUELTA AL PASADO. </b>Alonso a los mandos del Ferrari 375 F1.

Ojos brillando, sonrisa de las de después de ganar y las manos casi pensando en el volante que esperaba al día siguiente. "Ya verás, ya... Se arranca empujando, es precioso, estoy deseando montarme". Alonso ya sentía el Ferrari 375 F1, un día antes, el sábado con el cielo oscureciendo sobre Silverstone. Y no defraudó.

Fernando tenía que darse una vuelta a la pista con el monoplaza rojo que venció por primera vez una carrera de F-1, un coche de 1951, chasis de hierro, sin cinturón de seguridad, ruedas casi tubulares y frenos de tambor, 450 CV de potencia con motor de Don Enzo, la misma máquina con la que ganó en este preciso trazado José Froilán González para entrar en la historia.

"No supe lo que había logrado hasta que, unos días después, el señor Enzo Ferrari me llevó a su despacho. Vi una foto mía de aquel triunfo y me pidió que la firmara. Y me dio la gracias. El señor Ferrari...", explicó el Toro de la Pampa desde Buenos Aires. Lo del domingo de Alonso se trataba de un homenaje a los sesenta años de aquella gesta, dar una vuelta saludando a los aficionados. Pero el asturiano tenía que hacer de la suyas... No siempre se tiene la oportunidad de pilotar un coche así, ni siquiera para quien lleva cada fin de semana un monoplaza de Fórmula 1.

Así que primera vuelta de reconocimiento y después una más. Alonso contravolanteando, dando al acelerador como si en ello le fuera la vida, la sala de prensa aplaudiendo, la afición inglesa entusiasmada, la conferencia de prensa posterior con un veterano periodista, Mike Doodson, dando la gracias al asturiano por lo que hizo... Y mientras corría, su equipo asustado, pensando en que unos minutos después había una carrera. Alonso derrapando, llevando el coche más allá del límite. Y Ecclestone recibiéndole con la cara tan blanca como su pelo; la reliquia de su propiedad. 'Gracias Bernie', le dijo con una sonrisa que anticipa más victorias. Más grande aún que la de después de ganar. La misma con la que José Froilán era feliz, allá en La Pampa.