La historia de Xenoblade Chronicles 3: Noah y el inconsciente colectivo
Dos décadas y media después de Xenogears, Tetsuya Takahashi retoma las influencias de Carl Jung para construir uno de los JRPG más humanistas.
Ya ha pasado un mes completo desde el lanzamiento de Xenoblade Chronicles 3 (ayer fue su “aniversario”), así que suena como un buen momento para por fin empezar a ahondar en su historia, sus personajes y sus temas sin las evidentes limitaciones que impone un análisis convencional, escrito para aquellos que aún no lo han jugado y quieren un acercamiento superficial que les ayude a decidir si van a hacerlo siquiera.
El texto de hoy, en cambio, está lleno SPOILERS. No tanto del primer y el segundo Xenoblade, puesto que ya los tratamos hace poco en otro reportaje (aunque algunas revelaciones de sus argumentos son inevitables); pero sí de la totalidad de Xenoblade Chronicles 3. Así que sirva como el aviso de rigor si todavía no lo habéis terminado.
Polos opuestos y aniquilación
Seguro que por muchos fans del género JRPG es sabido que la imposibilidad de materializar dos veces su visión completa en Xenogears y Xenosaga llevó a Tetsuya Takahashi a moderar sus pretensiones narrativas cuando llegó a Nintendo y empezó a trabajar en lo que un día sería Xenoblade. Por aquel entonces, el proyecto inicialmente anunciado como Monado: Beggining of the World iba a ser una aventura independiente y conclusiva, no un capítulo de entrada hacia miles de años de historia narrados en otros juegos (o libros cuando dichos juegos se cancelasen).
Pero el juego tuvo éxito, y luego secuelas. Al principio manteniendo esa independencia (Xenoblade Chronicles X), pero luego surgió una idea: ¿por qué no expandir su universo? Claro que a Takahashi le gusta menos tirar por lo fácil que mezclar fantasía con ciencia ficción, así que no se limitó a contar historias en el futuro de ese mundo ya establecido, sino en paralelo: Xenoblade Chronicles 2 presentó un mundo con origen común, pero situado en otro plano. El original del que había surgido aquel formado por los dos cuerpos de gigantes que explorábamos en el primer juego.
O lo que es lo mismo, Xenoblade 2 recontextualizó lo que entonces parecía un nuevo universo sobrescrito sobre el anterior como un reflejo opuesto. Una realidad aparte creada por mediación del Conducto, artefacto que no solo proporcionó la energía necesaria, también se encargó de mantener ambos universos separados a pesar de compartir un punto de unión. Un vórtice cerrado al final de las dos aventuras, cuando el Conducto se desvaneció tras empujar estos universos hacia futuros independientes.
Pero claro, eso impedía el Xenoblade 3 tantos jugadores querían. El crossover donde Shulk conociese a Rex, Fiora a Pyra y a Mythra, Melia a Nia, etcétera. El juego que tratase sobre los futuros conectados. Así que, fuese por los deseos de los fans, por las maquinaciones de Takahashi o por la magia espacial cuya logística escapa a la compresión humana (seguramente un poco de todo), los dos universos empezaron a atraerse de nuevo como los polos opuestos de un imán.
Es ahí donde entra la recontextualización de Xenoblade 3: porque estos universos no eran simplemente paralelos, eran antagónicos. En la localización inglesa, Nia incluso se refiere a ellos como un positivo y un negativo. Como la materia y la antimateria, partículas que provocan aniquilación al entrar en contacto. Después de todo, sumar 1 y 1 resulta en 2, pero sumar 1 y -1 resulta en cero. Una explosión; y luego, luz. Por suerte, no fue inmediato, y la progresiva cercanía permitió que los habitantes de ambos mundos pudiesen comunicarse y preparar un plan para evitar su extinción.
El arca y el inconsciente colectivo
Solo que la extinción era inevitable: los universos había emprendido rumbo de colisión y solo era cuestión de tiempo que se aniquilasen. El plan, por tanto, no consistió en impedirlo, sino en restaurar la vida después de la aniquilación. Un complejo proyecto que requirió la construcción de dos mitades de un arca, llamada Origen, donde cada mundo almacenaría los datos esenciales para empezar de nuevo, incluyendo las almas de sus habitantes. Así, durante la intersección ambas se ensamblarían para formar una especie de caja negra, capaz de resistir la aniquilación para luego reiniciar todo.
Si habéis jugado a Xenoblade X, sabréis que la idea de construir un arca para empezar de nuevo no es precisamente inédita en la obra de Takashahi, pero en Xenoblade 3 además se da la mano con influencias junguianas que ya fueran muy prevalentes en Xenogears. Es apropiado —y seguramente no accidental— tener a Noah (variación inglesa de Noé) como protagonista de un juego donde no solo toda la supervivencia de la humanidad depende de la tarea encomendada a un arca, también donde el inconsciente colectivo crea la amenaza que pone en peligro el éxito de dicha misión.
Es probable que todos los lectores de este texto asocien a Noé y su arca con el relato del diluvio universal narrado en la Biblia, puesto que es la versión más popular en la cultura occidental. Sin embargo, esta versión dista de ser la única o la primera: a lo largo de la historia, numerosos pueblos y culturas incorporaron el relato del diluvio como castigo divino, empezando por el poema sumerio de Gilgamesh, que precede por varios siglos a Noé y también hace aparición en Xenoblade 3 como la nave que manejan los Números Perdidos durante el asalto final para recuperar el arca.
Aunque esta clase de paralelismos a menudo se limitaban a fuentes comunes, el psiquiatra suizo Carl Jung propuso una hipótesis que explicaba por qué en civilizaciones separadas por océanos también aparecían historias y arquetipos similares: a diferencia del inconsciente individual, el inconsciente colectivo es una faceta comunal de la psique formada por instintos, ideas y categorizaciones compartidos por humanos desde su nacimiento, antes de empezar a forjar experiencias como individuos. Una teoría quizá poco respaldada a nivel empírico, pero útil para tender un puente tanto entre la psicología y la espiritualidad como entre diferentes culturas, ya que antes de influenciar a Takahashi y muchos otros autores de rol o manga japonés, fue Jung el que se dejó influenciar por algunas de las enseñanzas orientales.
Frente al individualismo predominante en Occidente o las teorías de Sigmund Freud (tutor de Jung hasta que ambos tomaron caminos antagónicos), Japón, India y otros países asiáticos se han caracterizado por una perspectiva más colectivista. Religiones o filosofías donde el concepto de consciencia como tal no estaba tan atado al ego, al “yo consciente”. Es lo que llevó hacia la gran proliferación de supersticiones y miedos colectivos manifestados como los miles de dioses y demonios yokai del folclore nipón. A la infinidad de obras de ficción sobre las manifestaciones físicas de traumas. Y ahora, en el contexto de Xenoblade 3, a la controvertida figura de Z.
Z, el líder de los Moebius, no es un dios, un científico loco, un guerrero corrompido por el poder o un personaje conocido que reaparece para proporcionar un elaborado giro de guion. Es la personificación del miedo colectivo a la aniquilación. Un rechazo tan extendido y feroz a la incertidumbre del futuro que consigue coagular en una conciencia propia, capaz de detener el tiempo en medio de la Intersección y usar la recién ensamblada Origen como motor para una nueva realidad en estasis: Aionios.
Corderos en el matadero
Como bien apunta Noah durante la batalla que abre el juego, Aionios se suele traducir como “eternidad”, aunque no es una acepción del todo precisa. Derivado de la palabra Aion (nombre del dios griego del tiempo, un libro de Jung y el mecha más poderoso de Xenoblade 2), el término implica finitud, pero abarca un periodo variable en función de si alude a un imperio, un mandato, una vida... En el caso de los Moebius, agentes que aceptan el “infinito presente” ofrecido por Z, la existencia eterna no es tal, aunque sí se posterga mediante la cosecha y el consumo de la fuerza vital ajena.
Es esa necesidad de prorrogar el mundo y los Moebius lo que lleva al stasis, término utilizado tanto para referirse a la detención del tiempo como al estancamiento de un conflicto que se perpetúa sin resolución. Los soldados de Keves (cordero en hebreo) y Agnus (cordero en latín) son justo eso, ganado criado para su sacrificio. Una idea que, de nuevo, es familiar en la obra de Takahashi: lamb (cordero en inglés) era el término usado por los habitantes de la nación voladora Solaris para referirse a los humanos de la superficie que manipulaban para guerrear y utilizar en experimentos.
Pero antes de hablar de corderos vale la pena regresar a Jung, porque los Moebius (o cónsules, como se presentan en forma humana) son una muestra perfecta del descontrol en el ego junguiano: su inmortalidad y poder crea una desconexión entre el “yo consciente” (el ego) y el “sí-mismo” (Self), una carencia introspectiva a la hora de reflexionar sobre cómo somos percibidos o las repercusiones de nuestras acciones, lo que resulta en un narcisismo caricaturesco (si habéis visto la serie El juego del calamar, seguro que no habréis pasado por alto la similitud con los espectadores VIP enmascarados que apuestan por la supervivencia de unos u otros concursantes).
En el infinito presente de Aionios, las décadas se convierten en siglos y las efímeras existencias de los corderos cada vez se asemejan menos a lo que los Moebius pueden considerar como iguales: vienen y se van constantemente, sus vidas se agotan en un abrir y cerrar de ojos, así que usarlos como entretenimiento, no solo fuente de energía, se racionaliza como algo lícito e incluso necesario para preservar el último hilo de cordura. Para tener propósito más allá de perpetuar su existencia.
Para los soldados, en cambio, la stasis y la limitación de diez años —en el mejor de los casos— imposibilitan gozar de una vida plena y crecer como comunidad; establecer generación tras generación una cultura que haga progresar a la humanidad hacia delante en vez de mantenerla estancada en el mismo punto. No hay espacio para evolucionar ese mismo inconsciente colectivo que, irónicamente, los atrapó en la trampa de Z en primer lugar. Ahí es donde entra Noah. El cordero destinado a recuperar el arca y usarla para llevar la humanidad hacia su siguiente etapa.
Noah es un muchacho extremadamente perceptivo que detecta cómo se congela el tiempo durante la Intersección. Que sabe que algo falla en Aionios a pesar de renacer una y otra vez sin recuerdos. No es capaz de ponerlo en palabras, pero lo nota. Los primeros compases del juego hacen especial énfasis en ello: siente incomodidad ante la ceremonia de Llegada a Casa que maravilla a sus compañeros; despide a sus rivales caídos con la flauta; entrena con espada de utilería porque no quiere herir a nadie con su Blade; y ve a través de la pantomima que es la guerra entre Keves y Agnus.
Es, en esencia, la antítesis de los Moebius. Una persona con una conexión fuerte al inconsciente colectivo; tan sensible a miedos, vulnerabilidades e injusticias ajenas que ni siquiera desarrolla un ego como los demás soldados, no digamos ya los cónsules. Así que la única conclusión lógica es luchar para romper las cadenas. Se enamora en un mundo donde nadie enseña lo que es el amor. Se convierte en uno de los primeros miembros de la resistencia a los Moebius, los Uróboros. Y deja atrás descendencia libre de la opresión de los diez años y los Relojes de Llamas que los atan a la guerra.
N, M y la individuación
Pero a pesar de la lucha y las ocasionales victorias, Noah pierde. Pierde combates. Pierde la vida por el paso de los diez años que todavía lo atan. Y pierde a Mio. Una, y otra, y otra vez. Sin embargo, vuelve a intentarlo. Puede ser cosa del destino o simplemente de su inconsciente, que los atrae como las polaridades atrajo a los dos mundos opuestos; pero el fluir de los ciclos le sigue llevando hacia ella, y en algunos casos incluso hacia el mismísimo Origen para acabar con Z. Aunque nunca lo logra.
Z siente curiosidad. Noah es una anomalía, no cesa en su intento de acabar con el infinito presente y avanzar hacia un futuro incierto que puede significar la aniquilación de todos, Moebius y corderos por igual. Desde su punto de vista, Z está haciendo un favor a la humanidad. Para eso le “invocaron”, así que se limita a cumplir su propósito aunque también derive satisfacción de observar la lucha constante. Pero con el tiempo, decide poner fin a la de Noah y lo seduce para convertirse en Moebius. Para que descanse y pueda vivir su infinito presente junto a Mio, sin más pérdidas.
Es, por supuesto, un regalo envenenado. Noah consigue vida eterna, pero la de Mio requiere un sacrificio mayor: acabar con los miembros de la Ciudad que se resisten a los designios de Z, incluyendo la descendencia de sus yos pasados. Ante la posibilidad de otra pérdida y un infinito sin Mio, acepta y da el paso final hacia la completa corrupción de su psique. En términos de nuevo junguianos, permite que su “sombra” tome el control. Es atado desde el interior por los aspectos negativos reprimidos de su subconsciente individual (miedo, frustración, duelo) y rompe su comunión con el inconsciente colectivo. Noah deja de ser Noah y pasa a ser N.
Para los fans de Star Wars, esta historia dista de ser nueva (Darth Vader); y para los de Xenogears, tres cuartos de lo mismo (Grahf). Lo que hace de Xenoblade 3 un caso especial es cómo trata el proceso de individuación, otro término junguiano que podríamos equiparar a la autorrealización. La formación del individuo pleno, en sintonía con el consciente y el inconsciente. Algo que no requiere reprimir o eliminar la sombra, sino todo lo contrario: integrarla como parte del “sí-mismo”. Aceptar que esos instintos están ahí, incorporarlos al consciente para tenerlos bajo control en vez de ser controlado por ellos, e incluso canalizarlos hacia objetivos positivos.
Claro que esto nos lleva a otro concepto junguiano más, esencial para completar la individuación y entender hasta qué punto Xenoblade 3 conecta con el tema central de Xenogears, la relación entre Fei y Elly. Hablamos del animus y el anima, arquetipos masculino y femenino que funcionan como opuestos y a la vez complementarios. O en otras palabras, aunque cada uno se caracterice por una serie de rasgos distintivos, estos no solo pueden, sino que deben desarrollarse también por el otro género para alcanzar la autorrealización. Para ser un todo en sintonía consigo mismo y el colectivo.
Tras el sometimiento a su sombra, el animus de N también se desboca. Se vuelve posesivo con M, la convierte en Moebius en contra de su voluntad, desarrolla una apatía cada vez más profunda hacia los demás y pierde de vista el valor del ahora, las pequeñas cosas que antes daban sentido a la vida. Que le hacían pelear por el futuro. Es frío y calculador, pero carece de inteligencia emocional. Por eso no percibe el claro molestar de M con su nueva existencia, ni ve venir su “traición” cuando las nuevas versiones de Noah y Mio entran en escena durante los eventos del juego.
A pesar de su condición Moebius, el anima de N mantuvo su nexo con el inconsciente. Preservó su empatía, el respeto por otras vidas aunque fuesen suspiros en siglos de existencia. Pero sabía que no podía pasar el testigo a la nueva Mio sin asegurarse de que su Noah no iba a repetir los errores del suyo, algo que requería una pequeña crueldad: el objetivo de la farsa en la prisión no es solo mostrar a N hasta qué punto ha hecho que la vida de N pierda su valor, también empujar a Noah hacia el precipicio, enfrentarlo a su sombra y comprobar si está preparado para tomar otro camino.
Tras ser encerrado y consumirse en impotencia por la muerte de la que cree su Mio, esa misma Mio guía a Noah través de su inconsciente (como el niño encapuchado) para que vea que N no solo es un Noah del pasado: es él mismo en otras circunstancias. Unas que ahora comparten gracias a la farsa. Superado el trance, Noah lo admite: él también deseó un infinito presente. Poner fin al orden de Aionios pasó a segundo plano. Pero aceptó la debilidad, y acepta un futuro sin Mio si es el coste de cambiar el mundo. Entonces Mio revela su verdadera cara. El anima tiende la mano al animus para caminar hacia la individuación y blandir el poder real de la Espada del Origen.
Encontrando valor más allá de la perpetuación
En su duelo final en Origen, justo antes de rescatar a Melia, un N completamente roto hace la pregunta más evidente. ¿Por qué nuestro Noah puede triunfar donde él fracasó? ¿Por qué nuestra Mio es capaz de sacarlo del precipicio a pesar de compartir un vínculo tan fuerte que corre el riesgo de trivializar todo lo demás? El juego, y específicamente unos rodeos previos, se encargan de contestar a eso. Porque no es casualidad que precisamente sus dos historias adicionales sean las únicas obligatorias del sexteto principal, ni tampoco que ambas involucren a los Eximios que los encauzaron hacia el camino que ahora recorren: Miyabi y Crys.
Los flashbacks en el camino hacia Colonia Omega muestran una Mio diferente a la actual o al Noah que conocimos de niño. Ella sí aceptó el statu quo de Aionios, entrenó para convertirse en una de las mejores soldados y se frustró ante la idea de tener que servir como Eximia. No quería quedarse en la retaguardia, sino luchar y cosechar vidas para su colonia. Miyabi, en cambio, compartía con Noah la percepción de la naturaleza retorcida de Aionios. Vio a través de la gran mentira de los Moebius, y la posibilidad de despedir almas con su música era lo único que le ofrecía confort.
A pesar de su juventud, Miyabi ayudó a Mio a desarrollar su conexión tanto con el inconsciente como con el anima, el instinto de protección maternal. Su sacrificio le abrió los ojos a la heroicidad de entregar la vida propia para salvar otra, no por gloria personal. Y le dejó una huella que le empujaría a vivir el resto de sus días no solo aceptando y apreciando su papel como Eximia, también buscando la forma de dejar su propia huella en el mundo para honrar ese regalo de vida legado por Miyabi. Uno verdaderamente altruista y desinteresado, a diferencia del que Z ofreciera a N.
Aunque Jung no era particularmente versado en la música, tampoco pasó por alto su conexión con el inconsciente colectivo a través de la creación y transformación de leitmotivs. Pero incluso a un nivel individual, tocar música no solo es tocar notas de una partitura, es convertir emociones en sonidos. Dos músicos pueden interpretar la misma melodía de forma diferente. Cambiar su tono y significado en el proceso. Algo que Noah y Mio llevan al extremo cuando usan sus flautas para sacar a Miyabi del trance inducido por el Moebius Y, en busca de una nueva forma de condicionamiento musical para alentar soldados renacidos directamente en su último año.
A diferencia de Cammuravi, Mwamba y otros personajes renacidos, Miyabi es capaz de recuperar sus memorias gracias a la capacidad de la música para acceder al inconsciente. Un poder que los Moebius infravaloran, y en cierto modo sirve como relevo de la religión (tópico habitual de Takahashi) que encaja mejor con el contexto de Aionios: el origen real de los Eximios y las despedidas no es más que otra herramienta de control, un ritual creado para confortar a los corderos con la idea de que hay algo más allá de lo que perciben. Que la vida no es solo luchar y morir, hay un nivel superior de trascendencia. Especialmente si alcanzan la Llegada a Casa.
La realidad, como bien descubrimos, es que se trata de una simple ilusión, pero eso no impide que la música o las despedidas tengan valor más allá del intencionado por los Moebius. Gracias a ese enlace al inconsciente, también sirven para establecer conexiones de naturaleza más espiritual. Conexiones como la de Miyabi y Mio, la de Mio y Noah o la de Noah y Crys. Su tutor y uno de los primeros Eximios: hace un milenio, en un tiempo en el que los cónsules ejecutaban a los soldados de diez años (algo que ratifica la misión de ascensión de Ashera), Crys, con el beneplácito de una N ya convertida en Moebius, se interpuso para pedir una despedida más digna.
Lo que Crys no sabía —y descubre en esa interacción— es que ser despedido así, con música en vez de una espada al cuello, liberaba al soldado del ciclo de renacimiento. Su beneficio como motivador para los soldados, no obstante, superaba a la cantidad de despidos permanentes (uno al año si tomamos las palabras de la Nia falsa como referencia), razón por la que se convirtió en tradición oficial con mediación de las “reinas”. Un paripé útil, como los rangos de las colonias, aunque también un arma de doble filo que permitió que la música siguiese enriqueciendo el inconsciente, encarnación tras encarnación, hasta que Noah conectó con Crys y tomó su testigo.
Pero el tutor de Noah no se resiste a una aparición final como Moebius antes del viaje a Origen y se enfrenta al grupo para que tengan claro qué van a provocar si tienen éxito en la misión. El miedo que dio lugar a Z no fue infundado: existe la posibilidad de aniquilación al reactivar el núcleo. E incluso si sale bien, el nuevo mundo no arreglará todos los problemas. Seguirá habiendo desigualdad e injusticias. Una gente pisoteará a otra, vidas se perderán en vano. Y sin segundas oportunidades, como lamenta Shania cuando los intenta detener mucho antes. Pero en Aionios, Noah responde, las segundas oportunidades no ofrecen elección real. No mientras haya Moebius. No mientras la vida se limite a participar en —o sobrevivir a— una guerra sin final posible.
Este encuentro, en cierto modo, es el examen final del maestro a su alumno: Crys ya sabe que el cambio es inevitable y se despide con orgullo a su muerte. El objetivo no era detener a los Uróboros, sino probar su convicción. Ver si Noah había encontrado el valor real de la elección, de poder decidir cuándo y por qué morir, que intentaba inculcarle cuando solo era un aprendiz de Eximio que creía que la Llegada a Casa era un homenaje recibido con satisfacción por sus compañeros. Ver si la semilla de esa idea había germinado y podía descansar al fin tras un milenio de reencarnaciones.
Durante el combate final, Z vuelve a proponer la idea de un mundo con intentos ilimitados como la mejor opción. La competitividad de Aionios como incentivo para superarse. Pero son palabras huecas después de lo visto y vivido por el grupo: si bien nos hemos centrado en Noah y Mio, todos tienen su camino de aprendizaje y superación. Eunie, Lanz, Taion, Sena... Aunque son N y M los que dan la puntilla, puesto que están vinculados por la misma negatividad del inconsciente que creó a Z y consiguen anularla gracias a la esperanza en Noah y Mio.
Sus últimas palabras antes de inmolarse contra Z resumen a la perfección uno de los temas centrales de Xenoblade 3: “Ocuparéis nuestro lugar en el futuro.”
Moebius y Uróboros. Uróboros y Moebius. A un nivel superficial, ambas cosas pueden parecer lo mismo. El símbolo de los Moebius es el infinito (o la homónima cinta de Moebius), mientras que el de los Uróboros es la serpiente que se come la cola. Los dos implican perpetuidad, una existencia que se renueva y se alarga sin fin. Pero hay una diferencia clave: el infinito de Moebius traza bucles sobre sí mismo, es siempre igual; pero la serpiente renace. Se consume para dar lugar a una nueva vida.
El viaje de Noah y el resto del grupo por Aionios sirve para cambiar las vidas de los soldados. Para detener la guerra y generar un inconsciente colectivo más positivo que termina debilitando a Z. La participación simultánea de Keves, Agnus y los Números Perdidos en la batalla final es una forma de representar físicamente algo que también tiene lugar a un nivel espiritual. Pero cuando N y M vuelan juntos, entrelazados en un rayo de luz, es resultado de la reafirmación individual en que otros darán valor a la vida propia, recibiendo un legado que luego pasarán a otras generaciones.
El inconsciente colectivo y el ego se necesitan mutuamente, y es ese equilibrio el que consigue cancelar el poder de Z para dejar vía libre hacia el núcleo de Origen. Al final, Noah y N (y Mio y M) recuperan el arca, y conducen la humanidad hacia un futuro quizá incierto, de nuevo dividido en dos mundos, pero al menos ya no estático. Con posibilidad para crecer durante más de diez años, para pensar en más cosas que la guerra, y para estrechar nuevos vínculos con el inconsciente. Unos que algún día quizá acaben reuniendo otra vez a aquellos que se separaron por el bien de los demás.
- Acción
- RPG
Xenoblade Chronicles 3 es un videojuego de acción RPG a cargo de Monolith Soft y Nintendo para Switch. Este título muestra el futuro compartido de Xenoblade Chronicles y Xenoblade Chronicles 2, y te transporta al mundo de Aionios, hogar de dos naciones enfrentadas. Seis soldados, procedentes de ambas naciones, protagonizarán este épico relato cuyo tema central es la vida.