Las mejores series y películas sobre asesinos en serie y dónde verlas online
Para cuando la novena temporada de Dexter vuelva a romperos el corazón, ahí va una lista con las mejores historias de asesinos, psicópatas y detectives.
Este 2021 supondrá el regreso de Dexter. Ocho años después de su octava temporada, en principio diseñada como la última, la serie está de vuelta para tratar de corregir su controvertido final y ofrecer un desenlace a la altura de su protagonista, uno de los asesinos más carismáticos que ha dado la pequeña pantalla. Diez episodios para hacer borrón y cuenta nueva. Donde dije digo, digo Diego. Como no las tenemos todas con nosotros y nos tememos lo peor, aquí va una posible ayuda para cuando Showtime y Michael C. Hall vuelvan a partiros el corazón. El helado de chocolate para estos casos: una lista con las mejores películas y series de asesinos en serie (valga la redundancia) de la historia. Porque los seres humanos somos así. Pisamos el freno cuando pasamos junto a un accidente de carretera, ponemos esquelas en los periódicos y le pedimos a nuestros amigos que nos enseñen sus mayores cicatrices y heridas de guerra. Nos fascina la muerte, el peligro y todo cuanto les rodea. En especial esas personas que se entregan a ambas cosas, bien sean psicópatas poseídos por el mal o policías que persiguen a estos sin caer en su misma locura. Nos encantan los juegos del ratón y el gato. Los modus operandi, las motivaciones, las pistas que conducen a un arresto. Los límites del ser humano, si es que los hay. Las diferentes capas de la moral. Temas que exploran las siguientes recomendaciones, thrillers de lo más variado que os arreglarán cualquier tarde, os sorprenderán y por supuesto os ayudarán a superar el nuevo epílogo de Dexter, salga como salga.
La Santísima Trinidad de David Fincher
Padre, hijo y espíritu santo. O lo que es lo mismo: Seven (1995), Zodiac (2007) y Mindhunter (2017). Dos películas y una serie. Tres obras maestras sobre asesinos en serie con la firma de David Fincher, a quien como diría Troy McClure, puede que conozcáis por películas como El club de la lucha (1999) y Perdida (2014), o por cargarse la saga Alien con su catastrófica tercera entrega. Redimido después de aquello, el cineasta es uno de los grandes nombres de la industria audiovisual contemporánea y siendo esta lista sobre su género fetiche, merece estar por partida triple. Da igual cuál de los tres escojáis, acertaréis con cualquiera. Son tres thrillers oscuros, inteligentes y espeluznantes, de altísimo nivel. Es imposible olvidar el final de Seven, ni a ese perfecto dúo de policías formado por Brad Pitt y Morgan Freeman, ni al asesino de los siete pecados capitales y su modus operandi. Lo mismo ocurre con el desamparo y desasosiego que provoca Zodiac, una cinta obsesiva, densa y cuidada hasta el más mínimo detalle, basada en hechos reales y con un reparto a sus espaldas de auténtico lujo. A su vez, Mindhunter está considerada por muchos como la mejor serie producida por Netflix y recoge lo mejor de Seven y Zodiac. En ella se cuenta cómo el FBI empezó a analizar la conducta de los criminales ya atrapados para desarrollar nuevas técnicas con las que perseguir a otros asesinos en serie y violadores. Más historias y personajes reales, más protagonistas memorables y una sensación tan perturbadora como fascinante que es muy difícil sacudirse del cuerpo.
El único villano con Oscar a Mejor Película
Imaginad cómo de buena tiene que ser El silencio de los corderos (1991) para que la siempre remilgada Academia la premiara con cinco Oscar y la convirtiera en la única película de terror ganadora de una estatuilla a Mejor Película. Acostumbrada a mirar a las cintas de género por encima del hombro, la crítica no pudo sino rendirse ante las actuaciones y la química de Jodie Foster y Anthony Hopkins. En la piel de Clarice Starling, una agente del FBI, y del asesino Hannibal Lecter, ambos se convertían (gracias al maravilloso guion adaptado de Ted Tally) en una versión para el recuerdo de Robert Keppel y Ted Bundy, personajes reales en los que también se inspira Mindhunter, la serie de Fincher que citábamos antes. Jodie Foster, quien ha recibido este 2021 la Palma de Oro de Cannes en honor a su carrera (y de la mano ni más ni menos que de Pedro Almodóvar), está magistral como Clarice (y como siempre), pero es el personaje de Anthony Hopkins quien termina robando la función, convirtiéndose en uno de los grandes villanos de la historia del cine y pasando al imaginario popular del que forman parte nombres como Darth Vader, HAL, Norman Bates o Jack Torrance. El silencio de los corderos cuenta con una secuela (Hannibal, 2001) y una precuela (Hunter, 1986) a las que si os ha gustado bien merece la pena echar un vistazo, pues además están dirigidas por el ojo excelso de Ridley Scott y Michael Mann respectivamente. Hay otros contenidos relacionados con ella, pero si tenemos que quedarnos con uno es con Hannibal (2013), la serie protagonizada por Mads Mikkelsen, a quien seguro tenéis presente tras su papel en Death Stranding. Su interpretación de Hannibal Lecter acaba siendo tan buena como la de Hopkins y la serie es un mucho más ingeniosa y estilizada de lo que nadie sospechó en un principio. Una visión personalísima y repleta de excesos del personaje homónimo que se vuelve tan adictiva como para éste la carne humana.
La escuela coreana
El Oscar a Mejor Película de Bong Joon-ho y Parásitos (2019) ayudó a romper la estrechez de miras tan característica de occidente y centró la atención de muchos por primera vez en el cine de Corea del Sur, repleto de auténticas joyas. Entre ellas hay tres que harán las delicias de los amantes de los thrillers y los asesinos en serie (una filia un tanto rara, todo sea dicho). La primera es justamente del propio Bong Joon-ho y es conocida como Memories of Murder o Crónica de un asesino en serie (2003). De ella podéis esperar el mismo cariz social de Parásitos, idéntica habilidad para manejar la intriga y la tensión, así como un nuevo alarde del don tan especial que tiene su director para sorprender de forma constante a nivel de ritmo, tono y trama. Otra obra magna. La segunda que os traemos es Encontré al diablo (2010), de Kim Jee-woon, una de las mayores salvajadas orientales jamás rodadas. Es la típica historia de venganza, pero narrada con imágenes portentosas, sin concesiones, no aptas para ciertos estómagos. Y lejos de ser “el gore por el gore”, es una espiral de sangre que baila entre lo poético y lo brutal, un carrusel de psicópatas impecable a nivel formal, con un final demoledor y un frenetismo que nos impide quitar los ojos de la pantalla durante las dos horas y media que dura. Para acabar, The Chaser (2008), de Na Hong-jin, una obra de guion portentoso que logra, sin trucos ni artimañas baratas, sacar lustre al género. ¿Cómo? Rompiendo estereotipos y siendo capaz de sorprendernos como la primera vez que vimos Seven o El silencio de los corderos. Si estáis hartos de saber en qué dirección va la película, quién es el malo o qué va a pasar, o si queréis poner a prueba vuestras artes adivinatorias, ésta es vuestra elección. La cruenta y por momentos explícita historia de un proxeneta que busca a las prostitutas que le han desaparecido y descubre que no están desapareciendo, sino que alguien las está matando. Bebe de un montón de referentes comunes, pero se diferencia de manera inteligente y original. Es imposible que después de ver estas tres joyitas no os den ganas de descubrir a otros grandes nombres del cine surcoreano, aunque sea fuera del género, como Park Chan-wook (La doncella) o Hong Sang-soo (La puerta del retorno).
Sabor español
A nosotros también nos dieron vela en este entierro algunos actores y películas que destacaron en el género y volvieron a romper los tópicos y prejuicios tan desafortunados (y por desgracia recurrentes) sobre el cine español. Javier Bardem, por ejemplo, nos regaló a uno de los mejores asesinos en serie del séptimo arte con su participación en No es país para viejos (2007). En la película de los hermanos Coen (Fargo, Muerte entre las flores, A propósito de Llewyn Davis), Bardem dio vida al terrorífico Anton Chigurh, un monstruo, un despreciable asesino a sueldo que lleva el mal en los ojos y ha sido contratado para recuperar un maletín repleto de dinero. No encontraréis una lista de asesinos ficticios que no se acuerde de su interpretación, la cual le valió un Oscar a Mejor Actor de Reparto. Y de un actor a un director, Alejandro Amenábar (Los otros, Mar adentro, Abre los ojos), quien hizo saltar la banca a los veintidós años con su primera película: Tesis (1996). Un debut estelar que nos ponía tras la pista de un asesino que grababa snuff movies con sus víctimas. Un enfoque que reflexionaba sobre el morbo de nuestra sociedad y recogía los ecos de la vergüenza mediática vivida tras el crimen de Alcácer. La cinta manejaba la tensión de forma sorprendente y nos atrapaba en sus redes desde el comienzo. Se rodó en la Universidad Complutense de Madrid, está llena de guiños (como la aparición de Miguel Picazo) y supuso el estreno de unos jovencísimos Fele Martínez y Eduardo Noriega, hoy día rostros consagrados de la industria. Pero Tesis no hubiera sido lo mismo sin Ana Torrent, la mirada infantil más famosa del cine español, musa de Saura y Erice, aquí crecida y convertida en una fuerza de la naturaleza. En cualquier caso, Tesis no ha sido la única con los asesinos en serie de fondo. Por citar alguna más reciente, ahí tenemos Que Dios nos perdone (2016), donde un siempre incisivo Rodrigo Sorogoyen (El Reino, Antidisturbios) nos contaba una historia de género en las profundidades de Madrid, con el 15M y la visita del Papa de fondo. Una ambientación fascinante en la que Antonio de la Torre y Roberto Álamo se combinan y mueven como pez en el agua. Su música, el giro que da a las víctimas arquetipo de estas películas, la reflexión social que implica y su habitual ritmo asfixiante conforman una historia a la que es difícil poner pega alguna y que no tiene nada que envidar a nigún otro. Una parada perfecta para sacudirse complejos y disfrutar de buen cine
Iconos pop y asesinos millennials
¿Os acordáis de cuando salió El lobo de Wall Street (2013) y algunos (muchos) salían de la sala queriendo ser los nuevos Jordan Belfort? Scorsese debía de querer tirarse por la ventana. La gente se daba golpecitos en el pecho como McConaughey, valoraba un futuro en el mundo de la bolsa y adoptaba como sueños propios el participar en fiestas como las de la película, donde se alardeaba de dinero, poder, sexo y drogas. A la gente le daba igual que el bueno fuera el personaje de Kyle Chandler. ¿Quién iba a querer volverse en metro a su lado? Pero es así, a menudo pasa con estas sátiras sociales que son tan espectaculares y tan buenas películas. Acabamos asociando la calidad de las mismas con la figura del retratado, y en lugar de condenarle terminamos ensalzándolo, envidiándole. Lo mismo pasó a finales de los noventa con dos películas de asesinos en serie, tan geniales como peligrosas por su influencia en la mente de muchos. La primera es American Psycho (2000), curiosamente protagonizada por un hombre dedicado al mundo de las inversiones, como Jordan Belfort. Es posible que gracias a estar dirigida por una mujer, Mary Harron, su reflejo de la masculinidad tóxica sea incluso mejor que el de la novela. Sin embargo, su protagonista, Patrick Bateman, no es todo lo repudiado que debiera. Muchos aún aspiran a tener sus trajes, hacer sus mil flexiones diarias y qué decir de la escena de Phil Collins, que viene a ser el puñito en el pecho de McConaughey. Es un asesino convertido en icono pop y hasta hay quien sigue pensando que es “el puto amo”. Lo mismo ocurre con el juego que propone la cinta sobre si las cosas que suceden en ella pasan de verdad o no. Es un debate que acapara toda la conversación sobre la película y nos impide reflexionar sobre esa sociedad elitista norteamericana de finales de los 80 y todos los problemas derivados de ella. Es un peliculón y un visitando obligatorio, en cualquier caso. Y siendo sinceros, lo que aquí comentamos no dice nada en contra de la película, sino a favor. Es tan buena que ha fascinado y creado hoy en día a muchos Patrick Bateman por aquí y por allá, por triste que esto sea. Simplemente es fascinante verla desde ese lado. Cuando os pregunten por qué el cine es cultura, aquí tenéis uno de muchísimos ejemplos que hay: por su reflejo de la sociedad y su influencia en la misma. Igual de curiosos son los efectos de Asesinos natos (1994), justamente para un público opuesto. Si American Psycho es sobre alguien que medra “en el sistema”, la cinta del impredecible Oliver Stone es sobre aquellos que van “contra el sistema”. Anarquía, rebeldía, caos. Ya no es sólo que ofreciera un ideario facilón sobre el sensacionalismo televisivo, la sociedad que va a la deriva, la falta cada vez más acuciante de libertades individuales y la figura de los padres y mayores como ejemplo a evitar. Era tan obvio que no ha derivado en demasiados Micky o demasiadas Mallory, no es el caso de Patrick Bateman. Pero Asesinos natos lo que ha creado es muchos cineastas que piensas que “tener estilo”, sea lo que sea eso, consiste en hacer sentir al espectador como si hubiera tomado un chute de ácido. Pones un buen número de temazos a todo volumen (Leonard Cohen, Bob Dylan, etc) y avanzas entre escenas como si fuera un videoclip, revolviéndolo los planos y el montaje, experimentando con filtros y por supuesto tirando de violencia explícita hasta el abuso. Es una película que trata de hacer sensual el peligro y atractiva la violencia. Asesinatos natos es de las que amas u odias. Tarantino, guionista original, pidió ser retirado de los créditos tras ver los cambios y el resultado. Pero nos guste o no, su influencia, por suerte más artística que social, se hizo evidente en los años venideros. Dos cintas de asesinos en serie que marcaron a la generación millenial.
Se puede matar con humor
Pero no todo va a ser tensión e incertidumbre, ni policías e investigadores al acecho de oscuros criminales. También hay espacio para el humor en esto de los asesinatos, para la broma, el sketch y la originalidad. Cintas divertidas que curiosamente coinciden en dar el protagonismo a los villanos, a demonios de lo más particulares, casi hipérboles con patas. Y si hablamos de comedia tenemos que hacerlo de Charles Chaplin. Pero cuidado, no penséis que Monsieur Verdoux (1947) es otra de las alegres y sentimentales comedias que suelen asociarse al director. Se trata de una comedia negrísima sobre un don Juan que corteja a viejas y acaudaladas solteronas para después asesinarlas y quedarse con su dinero. Un dandy que protagoniza un gag tras otro, por lo general con un mismo esquema de agudos diálogos y situaciones irreverentes. Por si el genio de Chaplin se os queda corto (herejes), el guion y la idea pertenecían a otro gigante del séptimo arte como es Orson Wells. Carcajadas asguradas, como las que es imposible no soltar viendo La casa de Jack (2018) de Lars von Trier. A veces no sabrás ni por qué te estás riendo. ¿Es por el valiente y suicida escupitajo en la cara que lanza el director a la sociedad moderna y su nueva escala de valores? Las bromas sobre racismo, feminismo y la infancia están a la orden del día, entre otros muchos temas considerados tabú. O quizás las risas vengan por esa visión tan sesgada e inquietante que parece tener von Trier de su propia persona. ¿Realmente considera al protagonista un alter ego suyo? ¿En serio se considera un pobre tipo incomprendido? O a lo mejor la broma está en la arrogancia con la que nos pasa su intelecto por la cara, cambiando de formatos y temas a toda velocidad. Si parpadeas en medio de un chiste de caca, culo, pedo, pis, lo mismo te pierdes una oda al sadismo, un mónologo sobre la Segunda Guerra Mundial, una reflexión acerca de la sociedad y una escena que referencia a las pinturas de Delacroix y los mitos de Dante y Virgilio. Es una película imposible de describir realizada por un genio irreconducible que parece haberse retirado y que lo ha hecho con un alegato final en boca de un asesino en serie. ¿Cómo no iba a abrirse paso en esta lista? También debe estar aquí Escondidos en Brujas, la primera película de Martin McDonagh (más conocido por la galardonada Tres anuncios a las afueras). En ella Colin Farrell y Brendan Gleeson interpretan a dos sicarios que deben esconderse en la ciudad belga tras haber cometido un error en uno de sus últimos trabajos. Con un Farrell en estado de gracia en su papel de histriónico y agresivo hater de la ciudad de Brujas, McDonagh, como consumado dramaturgo que es, pasa con maestría del caos y el absurdo al drama existencialista, de la risa a las situaciones de lagrimita. Son los gajes de hacer de los asesinatos en serie una profesión seria y formal.
Hitchcock, maestro del suspense... y los asesinos
Es imposible hablar de thrillers, suspense, misterio, intriga y sucedáneos (que por cierto no son lo mismo, pero tampoco vamos a ponernos aquí a sentar cátedra) sin hacerlo de uno de los cineastas más influyentes de la historia. La filmografía de Alfred Hitchcock es garantía de ingenio, emociones fuertes y calidad cinematográfica. Y por supuesto en ella hay espacio para los asesinos en serie. Tenéis dónde elegir. La opción más evidente sería Psicosis (1942), de la que a estas alturas queda poco por decir más que insultar a los que aún no le dieran una oportunidad. Para los que sí, puestos a volver a verla, casi mejor ver Psycho (1998), un remake plano a plano dirigido por el gran Gus van Sant. ¿Está a la altura? Evidentemente no, pero siempre es buen momento para verla y sumarse al debate en torno a dicho engendro. Pero dejando a un lado a Norman Bates y su madre, también encontramos, por ejemplo, El enemigo de las rubias (1927), una obra de Hitchcock a menudo olvidada en la que un misterioso asesino conocido como El Vengador arrebataba la vida a jóvenes rubias al amparo de la niebla de Londres. Pertenece a la etapa muda del autor, es su segunda cinta y él mismo reconoció que fue su primera incursión en el suspense. Deja entrever sus obsesiones de por entonces (como el expresionismo alemán) y es un primer muestrario de sus recursos y destellos. Muy relacionada con ésta se encuentre Frenesí (1972), y es curioso porque saltamos del segundo de sus trabajos a uno de los últimos. Frenesí contaba la historia de un violador y asesino en serie que también siembra el caos en las calles de Londres. Es Hitchcock en su máximo expresión, impecable, con un guion a prueba de bombas, una narrativa que rebosa ritmo, una capacidad de mantener la tensión inigualable y unos planos y una puesta en escena perfectos. Por último encontramos La sombra de una duda (1943), la cual podría haber entrado en el apartado de asesinos cómicos aún teniendo un sentido del humor un tanto macabro. Hitchcock ha dejado caer en varias ocasiones que es su película preferida de su filmografía. Protagonizada por un dandy de doble personalidad que se refugia en casa de su familia huyendo de la policía, sin saber que su sobrina es más perspicaz de lo que parece y no va a tardar en sospechar de él. Admitimos que no es la que mejor ha envejecido, pero sigue siendo una magnífica elección para cualquier SK lover.
Clasicazos y series
No pertenecen a un país concreto (Corea, España), ni a un director especialmente prolífico en la materia (Fincher, Hitchcock), ni a un género particular (comedias negras, slashers). Aún así, cualquiera de las películas de este grupo es imprescindible para los amantes de los asesinos en serie. Algunas fueron un hito para el cine en general, como El gabinete del Dr. Caligari (1920), cuna del expresionismo alemán, o M, el vampiro de Düsseldorf (1931), artífice del sonido contemporáneo en el que oímos las cosas antes de que entren en escena. Y ambas películas no son meritorias únicamente por sus logros, sino que resultan igual de aterradoras y entretenidas hoy en día con sus respectivos asesinos y pedófilos. Con mismo tema encontramos también un buen puñado de maravillas con la firma de varios directores de culto. Es el caso de Malas Tierras (1973), la película debut de Terrence Malick (El árbol de la vida, La delgada línea roja), basada en dos de los primeros asesinos en serie de la historia de Estados Unidos. Una dramática road movie con la característica potencia visual de su autor. O el caso de Funny Games (1997), que catapultó a lo más alto a Michael Haneke (La pianista, Amor). Una película tan desagradable de ver como cuando se estrenó. Radical e impactante, nos lanza una pregunta clara: ¿por qué consideramos a los asesinos en serie un entretenimiento? Junto a ellas podríamos citar dos de las obras maestras de Frank Capra (Arsénico por compasión, 1944) y Clint Eastwood (Mystic River, 2003). La primera es una comedia loquísima para reírse a mandíbula batiente de los asesinos en serie. La segunda quizá esté algo más cogidas con pinzas en esta lista, pero resulta tan buena que nadie le pondrá ningún pero. Y acabamos con El fotógrafo del pánico (1960) de Michael Powell, ese experimento voyeurista sobre un psicópata que quería reflejar con su cámara el terror que uno siente al morir. Clasicazos, vaya. Películas atemporales que no envejecen y merecen un visionado independientemente de que tengan que ver con asesinos en serie. En el mundo de las series, de boom más reciente, también encontramos dos referentes a los que ahora mira cualquier original de nueva creación. Desde la vista del asesino está Dexter (2006), obviamente, y desde la vista de los policías, la primera temporada de True Detective (2014), la producción mejor puntuada de todo este artículo en FilmAffinity e IMDb. Pero hay mucho y muy bueno que celebrar por los amantes del género. Exponentes del thriller nórdico — El puente (2011)—, juegos con los puntos de vista de todos los implicados —The Killing (2011)—, historias intimistas —Heridas Abiertas (2018)— y hasta comedias románticas —Killing Eve (2018)—. Es la ficción serial la llamada a tomar el relevo y la delantera como nueva factoría de clásicos.
Historias reales
Muchas de las películas que hemos citado están basadas en casos reales, pero la mayoría se toman sus licencias y son plenamente conscientes de su condición de películas, así que acostumbran a dividir atención y esfuerzos en mucho más que la historia. El propio espectador acepta la ilusión, aún distanciándose del miedo y peligro real. Para los que busquen películas más fieles y realistas, más crudas sin llegar a entrar en el documental, tenemos un par de recomendaciones. La primera es Henry: Retrato de un asesino (1986), una modesta cinta sobre el caso de Henry Lee Lucas. Un retrato amargo del mentado psicópata, desagradable de ver y espeluznante de conocer. Al mismísimo Scorsese le fascinó tanto que produjo a su director, John McNaughton, una película (La chica del gángster, de 1993, ya con Robert de Niro, Uma Thurman y Bill Murray). Igual de angustiosa resulta El estrangulador de Rillington Place (1971), sobre los crímenes reales de John Christie, quien enterraba a las víctimas en su propia casa. Una película fría que no hace una sola concesión al espectáculo y deja una pavorosa reflexión sobre si el sistema funciona y si lo hace igual dependiendo de tu poderío económico. Su director, Richard Fleischer, tiene una película previa de la misma temática, El estrangulador de Boston (1968), que si bien es más hollywoodiense, también es una buena película y merece una visita por parte de los interesados. En la misma línea tenemos Nadie está a salvo de Sam (1999), dirigida por Spike Lee. Es evidente la maquinaria que mueve consigo Spike Lee (de hecho Adrien Brody encabeza el reparto), pero en este caso la película fue rechazada por el gran público dado el montón de decisiones arriesgadas que toma, siendo la más importante la de desplazar el foco del malo, David Berkowitz. La película no refleja la historia del asesino, sino la de cómo convivió con sus crímenes una atemorizada ciudad de Nueva York. Un espejo de la sociedad igual de interesante y vívido, una crónica social infravalorada a pesar de los momentos en los que Spike Lee regresa a sus zonas comunes y se hace ficticio y difícil de creer. Podríamos citar algún ejemplo más como Dahmer, el carnicero de Milwaukee (2002) o el reciente "homenaje" a Ted Bundy de Extremadamente cruel, malvado y perverso (2019), pero están unos cuantos escalones por debajo. Sólo es café para los más cafeteros.
Larga vida al gore y los slashers
En este tipo de listas muchas veces pecamos de injustos y nos olvidamos de los asesinos más prolíficos de la historia del cine. Quién sabe. Quizás por eso mismo estén tan cabreados Ghosface, Michael Myers, Freddy Krugger, Jason Voorhees y Jigsaw. A lo mejor los pobres sólo siguen matando para llamar nuestra atención y reivindicarse. Porque no solemos asociar películas como Scream: Vigila quién llama (1996) o Viernes 13 (1980) a ninguna lista que hable de “las mejores”. Sus interminables secuelas, huérfanas de sus creadores originales y de calidad cuanto menos dudosa, nos han hecho olvidarnos de los comienzos que por ejemplo tuvieron La noche de Halloween (en 1978 con John Carpenter), Pesadilla en Elm Street (1984, Wes Craven) o Saw (2004, James Wan). O de lo que supuso La matanza de Texas (1974, Tobe Hoper) para el cine indie. Son sagas cuya historia y aspecto formal se postran al servicio del entretenimiento, gore y sentido del espectáculo. Muchas veces las tachamos de simples y nos burlamos diciendo que debemos apagar el cerebro para poder verlas, ¿pero qué tendría eso de malo? ¿Hay algún problema en querer desconectar y pasar un buen rato con un puñado de sustos facilones, muertes recargadísimas y personajes estúpidos a los que gritar que no, que por favor no abran esa puerta? A veces es justo lo que necesitamos. Y algo de cautivador tienen que tener todos esos nombres para haber tenido tanto éxito y recorrido. Todos ellos forman parte del folclore popular de múltiples generaciones. No hay asesinos que hayan tenido que currárselo más, siempre encontrando nuevas formas de matar y nuevos traumas que justifiquen sus actos. Mucho antes de Godzilla vs King Kong e incluso antes de Alien vs Predator ya teníamos un Freddy contra Jason (2003) tan malo como necesario. Aunque solo sea por semejante esfuerzo, por esa carencia de sentido del ridículo a la que deberíamos aspirar todos, y porque no podríamos celebrar Halloween sin sus máscaras y disfraces, los máximos exponentes del género slasher merecían estar en esta lista.
A de asesino, A de anime
No podíamos despedir esta lista sin dejar el nombre de algún anime, como Death Note (2006) o Monster (2004). Dos series de animación cortitas (37 y 74 capítulos cada una) que a estas alturas seguramente hayáis visto todos, tampoco es que estemos descubriendo la pólvora, pero a las que había que citar sí o sí. Porque existen pocos asesinos en serie con unos ideales tan pavorosamente fáciles de aceptar como los de Light Yagami, y pocos investigadores privados tan brillantes como L. Un asesino que sólo le quita la vida a delincuentes, una libreta en la que si escriben tu nombre mueres a los 40 segundos, un país dividido a favor y en contra de ese nuevo “dios de la justicia”, y un partido de tenis entre la policía y Kira en donde el espectador siempre va a la zaga y es impresionado con un giro de guion tras otro. Por su parte, Monster es otro regalo para los fans del cine negro, el suspense y la acción. Un anime que apuesta por el realismo y por un toque más adulto y maduro de lo que viene siendo habitual, pero que es precisamente lo que vuelve recomendable la serie hasta para los que no hayan tocado un anime en su vida. El doctor Kenzo Tenma salva la vida a un niño siguiendo sus principios y su código deontológico, pero descubre que al hacerlo también ha salvado sin saberlo a un monstruo que sesga una vida tras otra. ¿Es culpa suya? ¿Debe subsanar su error? Monster es una constante lucha entre el bien y el mal, entre lo que debe hacerse y lo que la sociedad quiere que hagas. Un nuevo ejemplo de que nunca hay un camino fácil. ¿Cómo hacer para no tirar la toalla cuando las cosas siempre van en contra? Un thriller psicológico que no nos toma por tontos, que engancha y sorprende, y que es el colofón perfecto a las casi 50 recomendaciones de películas y series de asesinos en serie para cuando Dexter vuelva a romperos el corazón.