Luces y sombras del primer tercio de Mundial de rugby en Francia
Las dos primeras semanas de competición en Francia arrojan saldos positivos o negativos en función de dónde y a quién se mire.
Con algo más de dos semanas de Mundial de rugby cumplidas, la muestra parece suficiente para un primer análisis de lo ocurrido en Francia. Un primer tercio de campeonato que ya ha ofrecido ganadores y perdedores, luces y sombras, de la edición. A continuación ponemos nuestras notas:
Las luces
Irlanda: el más convincente del cuarteto de grandes candidatos, que completan Sudáfrica, Francia y Nueva Zelanda. Apabulló a Rumanía y Tonga, cosa que no tiene un mérito especial, y fue mejor que Sudáfrica a la hora de la verdad. Más allá de los errores Springbok, da la sensación de que tienen la fórmula para ganar a cualquiera, y a estas alturas de Mundial se han establecido como el rival a batir por mucho que en su historial mundialista no figure una sola presencia en semifinales.
Fiyi: no se puede hablar de la sorpresa del Mundial, porque han avisado recurrentemente de su vuelta de tuerca a un rugby que pecaba de anarquía, y en el que paradójicamente ha puesto orden Simon Raiwalui, el primer fiyiano que se hace cargo del equipo desde Inoke Male entre 2012 y 2014. Sin perder su esencia lúdica, ahora son un equipo mucho más fiable, con nombres contrastadísimos en la élite occidental como Mawi, Botia, Nayacalevu, Radradra... El regusto que han dejado hasta ahora es de que en un buen día pueden ganar a cualquiera, y el cuadro les pinta un camino asequible a semifinales.
Uruguay: los Teros (podría decirse también de chilenos o portugueses) han ganado mucho crédito internacional con sus actuaciones ante Francia e Italia, a las que por momentos tuvieron contra las cuerdas. Un modelo de crecimiento para países emergentes (entre ellos España), no parece que vayan a alcanzar la tercera plaza del grupo, que da billete directo a Australia 2027, y aún les queda recorrido para ser un candidato a jugar cuartos de final, pero el salto de rugby en desarrollo a potencia media al estilo de Fiyi o Georgia está prácticamente (si no al 100%) completado.
Inglaterra y Gales: dos equipos de los que en principio se esperaba poco, sumidas como están en crisis estructurales sus respectivas federaciones, y que están capeando el temporal, líderes del grupo D y C respectivamente con tres victorias cada uno. Ambos con recetas parecidas: un rugby sin alardes, efectista, ceñido a la precisión en los básicos del juego. No conviene sobreestimarles, pero tampoco subestimarles.
El público: si la organización ha presentado algunas deficiencias (colas a la entrada y salida de los estadios, medios de transporte insuficientes en algunas sedes...), y aunque es patente que el rugby no atraviesa el mejor momento de su historia en términos de gestión, un vistazo a las gradas, casi siempre abarrotadas, sirve para comprobar que el interés del público está ahí, intacto. Otro buen dato es el de las audiencias. A falta por ahora de un panorama más completo a nivel internacional, el partido inaugural entre Francia y Nueva Zelanda sentó a algo más de 15 millones de franceses frente al televisor, con picos de 17 y un share del 65%. El ambiente de camaradería entre hinchadas no es nada destacable, es la tónica dominante en este deporte.
Las sombras
Australia: ya son seis derrotas consecutivas en partidos internacionales y la última, la de este domingo ante Gales, acabó virtualmente con sus opciones de meterse en cuartos, algo que habían conseguido en las nueve ediciones precedentes. Acorralado por la diáspora hacia el Rugby League (la versión de 13 jugadores por equipo), ahora más popular en el país, y la perdida de valor de sus franquicias del Super Rugby y por tanto de la tarta de los derechos televisivos, sus problemas estructurales se notan ya demasiado en el gran activo, la selección nacional. Y en medio del caos, Eddie Jones decidió construir de cero un grupo a su medida con vistas al próximo Mundial, que acogerán en 2027. Una apuesta que, pertinente o no, lo cierto es que por ahora ofrece resultados nefastos.
Argentina: quizá simplemente hayan sido víctimas del hype creado en torno a ellos en la aproximación al torneo. Sea como sea, no han cumplido las expectativas en sus dos primeros partidos, una derrota clara ante una Inglaterra en inferioridad durante todo el partido y una victoria pírrica ante Samoa. Lo bueno es que todavía tiene tiempo para enmendarse este equipo llamado a ser por lo menos uno de los semifinalistas por su lado del cuadro.
Rumanía: este Mundial, que no habrían jugado de no mediar la expulsión de España por el ‘caso Van den Bergh’ tras ganar los Leones la plaza en el clasificatorio a, entre otros, los Robles, está siendo la constatación de la pérdida de peso específico de Rumanía en el engranaje internacional. Si antes era un equipo que ganaba a rivales inferiores y daba problemas de tanto en tanto a las potencias, hasta ahora su bagaje es un 82-8 contra Irlanda y un 76-0 contra Sudáfrica, además con peores sensaciones que números. A falta de ver si dejan algún brote verde contra Tonga, en el que debe ser el partido marcado en rojo en su calendario, su Mundial es pobre.
El arbitraje: la tradicional inviolabilidad de los árbitros en este deporte, que cada vez con más asiduidad ponen en solfa entrenadores, jugadores y directivos, seguramente haya dejado de tener sentido a la sombra de la hiperprofesionalización. Se puede y se debe pedir cuentas a gente que está muy bien pagada por su trabajo (en torno a los 5.700 euros por partido mundialista), que tiene una influencia directa en resultados de los que dependen muchas cosas y que en estas primeras semanas han actuado con una disparidad de criterios absoluta. Se han anulado ensayos por pantallas que en otros partidos se han considerado señuelos, se han enseñado rojas por acciones que después han quedado en amarillas o sin sanción más allá del golpe de castigo y, lo peor, ha quedado cierta percepción de que siempre se barre hacia los grandes. Los errores son aceptables y tolerables en tanto que son seres humanos, y quizá la responsabilidad haya que buscarla en peldaños superiores del escalafón, pero este solía ser un deporte en el que prácticamente siempre estaba claro el qué y el por qué de las decisiones arbitrales, cosa que no ocurre en este Mundial.