PREMIOS AS 2024 | ELENA CONGOST
Elena Congost: “El cariño recibido cura las heridas y la decepción”
La atleta paralímpica (Castelldefels, Barcelona, 20 de septiembre de 1987) fue descalificada en los Juegos de París por soltar, apenas un segundo, la cuerda que la unía a su guía Mia Carol para que no se desvaneciera a escasos metros de la meta. Se quedó sin el bronce, por el que aún pelea.
Su gesto dio la vuelta al mundo, pero no fue suficiente para que el Comité Paralímpico Internacional le devolviese su medalla. La que hubiera sido su tercera, tras su oro de Río 2016 y su plata de Londres 2012. En ambos Juegos corrió sin guía, a pesar de sufrir una atrofia en el nervio óptico en ambos ojos, por los que apenas ve un 5%. Esta vez fue diferente y su decisión le ha cambiado la vida.
—¿Qué le han enseñado estos Juegos de París?
—Que a veces el esfuerzo no es suficiente. Puedes ir muy preparada, pero todo puede darse la vuelta en cualquier momento. Siempre había hecho deporte individual, porque me gustaba que todo dependiera de mí misma, y era la primera vez que corría con alguien. Aprendes a confiar y a sentir que somos dos en uno. Compartimos el sufrimiento y sumamos el esfuerzo. Nunca pensamos que esta primera experiencia sería así…
—¿Cuántas veces ha pensado en esa llegada a meta?
—La imagen en sí no me viene mucho a la cabeza, pero la situación sí. Aunque no quiera, me sale ese sentimiento de pena por no haber podido demostrar lo que había trabajado y de rabia por esa medalla por la que estamos luchando. Me genera un poco de frustración.
—Si pudiera volver atrás, ¿cambiaría algo?
—Que mi guía no se hubiera tomado los geles y los antiinflamatorios que se tomó porque esas decisiones le hicieron tener altibajos. Luego, que te dé un desfallecimiento en carrera o surja un imprevisto nos puede pasar a cualquiera.
—¿Usted hubiera reclamado, como hizo la japonesa Misato Michishita, para conseguir el bronce así?
—He querido pensar en todo momento que quien tomó la decisión de reclamar fue el equipo y no ella. Aunque al estar tanto tiempo en zona mixta, ya dudo si lo sabía… Si hubiera sucedido al revés, ni el equipo español ni yo hubiéramos reclamado. Al final, se infringe una norma, pero no es en beneficio de nadie. Ni altera nada de la prueba. Esa reclamación no tiene que ver nada con el deporte y sus valores, sino con algo económico y de ser persona.
—Es que no fue ni reñido, porque la japonesa estaba lejos…
—¡Venía a más de tres minutos de mí! Yo llevaba mucho tiempo ayudando a Mia, a su lado, animándolo. Que reclamen por eso… Es muy ruin. No es nada deportivo.
—¿Cómo le dieron la noticia?
—Fue despedirme de los medios en la zona mixta y, a la que iba hacia el control antidopaje, vino la doctora Silvia Treviño, me abrazó y me dijo: ‘Te han descalificado’. Me tranquilizó porque iban a hablar con el juez. En ese momento nadie sabía por qué era la reclamación. Al principio pensaban que era porque Mia había cruzado la meta antes que yo. Ostras, pensé que igual nos habíamos despistado. Me empezaron a mandar vídeos de la tele y ya me dijeron que no era por eso, sino porque se había soltado la cuerda un segundo. No me lo creía, no podía entrar en razón.
—La preocupaba que pensaran que había hecho trampas…
—Mi sensación era que delante del mundo me habían descalificado y eso es porque había hecho trampas. Sentí que había fallado a todo el mundo. Quería que quedara claro que no hice trampas y sí, se me soltó la cuerda por ayudar a una persona que se estaba cayendo. No hay nada más. Sigo sin entenderlo, ni por qué la Federación Internacional de Atletismo (World Para Athletics) ha denegado la medalla. Quizá a los grandes organismos o cargos les cuesta rectificar y entonar el mea culpa. O por no crear un precedente, pero eso estaría bien porque a lo largo de la historia se han tenido que romper normas para avanzar. Y eso no siempre significa que se haya hecho algo mal. Tiene que interpretarse. Hay que salir del pensamiento de que la norma es la norma y ver lo que ha sucedido.
—¿Cómo se lo explica a sus hijas?
—Las mayores estaban allí y me vieron enfadada, llorando… También lloraron. Me preguntaron: ‘¿Por qué te castigan?’. Pues por ayudar... A veces hay que hacer las cosas de forma diferente. ¿Qué hubiera sido mejor? ¿Tener la medalla y mirar simplemente cómo Mia se cae? ¿Caerme yo con él? ¿Qué situación era mejor?
—¿En qué punto está su reclamación? Usted se ha puesto en manos de Jean-Luis Dupont, experto en Derecho Europeo y abogado del Caso Bosman.
—La carta que recibimos fue la respuesta a una reclamación del Comité Paralímpico Español junto al Consejo Superior de Deportes, donde deniegan darme la medalla. Paralelamente ya había una reclamación puesta por parte de mi abogado y ahora, el siguiente paso, es ir por la vía judicial. He tenido que dar una autorización al Comité para que le pase toda mi información al abogado. Por mi parte, toca esperar y por la suya, luchar.
—¿Tiene la esperanza de que se haga justicia?
—Yo no tengo ni idea, pero el abogado sí cree que se puede ganar. Él está convencido. Tiene mucha experiencia, sabe las teclas que debe tocar y ahora es el momento de que él saque sus armas. Quiero que todo acabe y cerrar este capítulo.
—¿Cambiar la redacción de la norma sería como ganar una medalla?
—Si nuestra lucha no sirve para que nos den el bronce, que al menos sirva para tomar conciencia, que las cosas puedan cambiar y esto no vuelva a suceder. Esa norma se puso porque, hace unos años, en la línea de meta, los guías de velocidad se soltaban de los atletas y los empujaban para que entraran más fuertes en el último esprint. Hubo accidentes y, para evitarlos, incluyeron esta regla, que pierde todo su sentido en mi caso.
—¿Han hecho terapia de grupo Mia y usted?
—No hemos hablado mucho. En el primer momento compartimos sentimientos de tristeza, rabia… Nos tocó asumir lo sucedido y remontar.
—La repercusión de su caso y sus valores han sido su premio…
—He recibido muchísimo apoyo. Más que nunca, más incluso que con el oro de Río 2016. Ese cariño cura las heridas y la decepción, aunque no me vayan a devolver ese momento que me robaron. Ayuda mucho tener a tanta gente detrás.
—Su móvil echaría humo…
—Tuve muchos mensajes muy bonitos. Los que más te llegan son los de la gente que ha estado a tu lado. Ellos saben lo que has trabajado y lo que has sufrido. Reconforta.
—¿Cómo ha sido su regreso a la competición ocho años y cuatro hijos después?
—Los Juegos eran una cita bonita porque volvía después de ocho años, de ser madre, de haberme quedado fuera para Tokio… Era importante a nivel personal y de equipo, con mi entrenador, porque era una apuesta que hicimos sin ningún tipo de ayuda. También lo era a nivel familiar y de estabilidad económica. Cuando lo has conseguido y ha sido un año perfecto, de repente te lo roban. Te quedas mal.
—¿Cómo ha sido ese proceso para volver a unos Juegos?
—Ha sido cuestión de un año. La clave fue mi pareja, Jordi Riera. No me imaginaba que pudiera volver a sentirme atleta. Él me fue picando, motivando… Probé para que me dejara tranquila (risas), pero sin presión y sin nada. Y mira...
—¿Cómo es un día en su vida?
—A la carrera. Por la mañana, me levanto, preparo a Arlet, Abril y Ona y las dejo en el cole. Ahí es cuando me voy directa a entrenar. Este año las dejo a comer allí y así no tengo que correr tanto. Estoy con el pequeñín, Lluc, que aún no va a la escuela. A las cuatro las recojo y, los días que tienen extraescolares, las dejo. Vuelvo a entrenar otro ratito y ellas se quedan con la canguro. Es cuestión de organizarse. Aunque para este trabajo físico necesitas un descanso que no tienes y dormir por la noche que no puedes.
—¿El deporte es una válvula de escape?
—Ese rato vuelves a ser tú, la deportista, sin escuchar gritos ni mamá. Lo das todo, como antes de tenerlos, y te sientes realizada. El deporte era mi terapia. Era mi momento de mindfulness, de dejar la mente en blanco.
—No descarta ser mamá por quinta vez, ¿verdad?
—¡Para nada! No sé cuándo, pero no está descartado.
—¿Qué ha supuesto el deporte para usted?
—Desde muy pequeña tenía claro que quería ser atleta y ha sido mi prioridad en la vida. Aunque he pasado momentos mejores y peores, el deporte me ha mantenido siempre a raya. Gracias a él soy la persona que soy y tengo los valores que tengo. Se lo debo todo.
—¿Cómo llega al atletismo?
—En la escuela hacíamos competiciones de cross entre colegios. Se me daba bien. Me fue picando el gusanillo y conseguí que mis padres me apuntaran a un club de atletismo. Nunca lo he dejado.
—¿Qué valores le ha dado el deporte y ha transmitido a sus cuatro pequeños?
—El deporte tiene unos pilares importantes como la constancia, la dedicación, el esfuerzo… y te enseña a sobreponerte, la resiliencia, porque hay más días malos que buenos. No es agradecido. Debes aprender a levantarte y a seguir luchando. Eso se puede extrapolar a la vida.