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GOLF

Rahm al LIV o la legitimación del dinero saudí en el deporte

El vasco es el último gran caso de seducción de una monarquía autoritaria que extiende sus tentáculos al golf, el fútbol, la Fórmula 1 o el pádel.

Actualizado a
Rahm al LIV o la legitimación del dinero saudí en el deporte
DPA vía Europa Press

El dinero siempre gana. Lo demostró de nuevo en la madrugada del jueves al viernes Jon Rahm, cuando apareció con una beisbolera serigrafiada con el logotipo del LIV para anunciar su fichaje por el circuito que ha puesto contra las cuerdas el ecosistema en el que se ha gestado su augusta trayectoria, y al que ha defendido apasionadamente en un pasado no muy lejano.

Sin poner en duda el resto de sus motivaciones, en puridad este movimiento no se habría producido de no mediar los entre 500 y 600 millones de euros que el Wall Street Journal asegura que se va a embolsar, así que este es principalmente un asunto de dinero. Y de eso tiene a espuertas el PIF, el Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudí (cuyo presidente es Yassir Al-Rumayyan, el hombre de la foto que encabeza este artículo en un partido del Newcastle, del que el fondo es dueño y él presidente), inmerso desde hace años en una OPA hóstil para entrar en el entramado del deporte de élite. Pusieron su pica en la Fórmula 1. Lanzaron un órdago (que van ganando) al statu quo del golf y el pasado verano reventaron el equilibrio de poderes tradicional del fútbol. La era del petróleo llega a su fin y la monarquía wahabí, que no deja de ser un régimen autoritario que trata a las mujeres como ciudadanos de segunda fila pero que validamos cada día al arrancar el coche, se emplea a fondo en diversificar sus fuentes de ingresos.

En esta dicotomía Rahm, como tantos otros, ha entendido que Arabia tiene un lugar en el mundo que hay que respetar. Empieza a ser la postura dominante, y de hecho el tono con el que discurrieron sus comparecencias tanto en Fox News como en el encuentro virtual que mantuvo con varios periodistas minutos antes fue mucho menos inquisitivo que el que se empleó con Phil Mickelson (quien tildó a sus ahora empleadores de “cabrones que acojonan” según la biografía de Alan Shipnuck) o Cameron Smith.

Ellos tuvieron que enfrentar preguntas sobre la implicación saudí en el asesinato del periodista disidente Jamal Kashoggi o por el respeto a los derechos humanos en un país en el que según Amnistía Internacional están restringidas “las libertades de expresión, asociación y reunión”, en el que se imponen “duras penas de prisión por expresar opiniones disidentes” y “se practican detenciones arbitrarias”.

Aunque el LIV sigue siendo un producto que no vende, ahí están los escasos datos de audiencia publicados por el canal de segunda fila, The CW Network, que emitió sus torneos este año, la oposición frontal que encontró en las Navidades de 2021 se ha ido diluyendo con un punto de inflexión: el principio de acuerdo alcanzado con el PGA en unas negociaciones con aromas de Guerra Fría el pasado junio, rematadas durante partidos de golf a escondidas entre el citado Al-Rumayyan y Jay Monahan. Ahí el circuito norteamericano, que meses antes clamaba contra el enemigo invocando el 11-S y la nacionalidad de Osama Bin Laden, pasó por el aro tras la pérdida de varios de sus baluartes deportivos y en vista de la encarnizada batalla legal que se avecinaba, incluyendo una demanda del LIV por intento de monopolio que tenía papeletas para perder.

Incluso ha habido giros de guion políticos. Ari Fleischer, secretario de prensa en la presidencia de George Bush hijo, la que marcaron los atentados contra las Torres Gemelas, fue reclutado por el LIV para llevar sus comunicaciones. “Fue hace mucho, mucho tiempo”, dijo preguntado por sus declaraciones de años atrás en las que decía que los saudís invertían miles de millones en deporte para evitar un derrocamiento de la monarquía.

Está por ver si también traga la justicia estadounidense, porque el acuerdo al que lleguen, si es que llegan, PGA y LIV podría pasar por los tribunales. El Senado también estará atento ante lo que considera una potencial injerencia de un país con intereses enfrentados a los americanos en una institución con mucho arraigo, que patrocina numerosos programas sociales. Y que está exenta de pagar impuestos por no tener ánimo de lucro, algo que cambiaría su asociación con los saudíes según los términos en los que se plantea.

Está por ver también si habrá efecto dominó, porque Rahm tendrá equipo propio y ahí hay tres huecos que llenar, para los que ya han surgido varios nombres. Lo que ya parece una cuestión superada es si hay ética en aceptar los petrodólares de Arabia.

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