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ATLETISMO

Muere Carmen Valero, la pionera del atletismo español

La que fuera bicampeona del mundo de cross (1976 y 1977) y primera atleta en unos Juegos (Montreal 1976) fallece a los 68 años por un derrame cerebral. Abrió camino en un mundo de hombres.

La atleta española Carmen Valero posa en una entrevista para AS.
Gorka LeizaDIARIO AS

Carmen Valero (Castelserás, Teruel, 1955), el principio de todo para la mujer en el atletismo, se ha ido. La campeona del mundo de cross en 1976 y 1977 y primera atleta española en competir en unos Juegos (Montreal 1976), falleció a los 68 años esta madrugada. Había sufrido un derrame cerebral antes de despedir el año, por lo que llevaba varios días en coma.

“Fue la mujer que transformó nuestra historia. Un talento innato en medio de unas circunstancias imposibles para la mujer”, la despedía Raúl Chapado, presidente de la Federación Española (RFEA). Y es que la menuda Valero (medía 1,69 y pesaba 49 kilos cuando corría), a la que su padre ponía un cascabel de niña en las montañas de Cerdanyola para saber dónde andaba porque sólo pensaba en correr y correr (“Me lo pedía el cuerpo, mi juego era hacer carreras con los chicos”, contaba en una entrevista con AS), fue pionera en años de plomo.

En los años setenta, cuando uno de los tótems del deporte nacional era Mariano Haro y ocupaba páginas y páginas en la prensa, la mujer que corría era un “machirulo”, como recordaba Ángel Cruz, que fuera especialista de atletismo en AS. No mucho antes, el atletismo para las mujeres había estado prohibido porque para Pilar Primo de Rivera, mandamás de la Sección Femenina de Falange, correr hacía que ellas se pareciesen a los hombres. Lo suyo eran ‘sus labores’.

Con ese magma enfermizo impregnándolo todo, el padre de Valero entendió que el talento de su Carmencita era un tesoro y trasladó a toda la familia, con cambio de trabajo incluido, a Sabadell, donde había un club, para que su hija pudiese volar. “Me veía tan ilusionada...”, recordaba.

Y en la libertad de correr por el campo, en el cross, encontró su sitio. Pero le costó. “¡Me prohibieron correr 10 km porque era mucho para una mujer cuando yo hacía 25 entrenando!”, rememoraba sobre la mentalidad de entonces. Ese día, en Castro Urdiales, desobedeció y fue sancionada por la Federación. “Escuchaba a veces el típico ‘¡vete a fregar’, pero por suerte mis compañeros contestaban ‘ya podría usted correr como ella’ y ni tenía que hacerlo yo”, apuntaba la atleta. Pero sus compañeros no eran, exactamente, la Federación, gobernada por guardianes de la ‘esencia’. “Para las chicas nunca había presupuesto, para los chicos sí”. Los hombres recibían un millón de pesetas (6.000 euros) por ser campeones del mundo. Ella cobró cien mil (600).

Carmen Valero, en un reportaje durante su época de corredora.
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Carmen Valero, en un reportaje durante su época de corredora.

En el Mundial de cross de Chepstow (Gales) en 1976, la primera vez que se proclamó campeona mundial, antes de correr, la Federación dio una charla a los chicos. A ellas, ni caso. Valero preguntó. “¿No se hace la reunión?”. “No, ya la hemos hecho: haced lo que podáis. Las mujeres sois unas culonas y unas pechugonas”, fue la respuesta que recibió. Cuando llegó primera a meta, por delante de la soviética Tatyana Kazankina (ese mismo año campeona olímpica de 800 y 1.500), Carmen vio al directivo y le soltó: “Mira cómo ganan las culonas y pechugonas”. Al año siguiente, en Düsseldorf (Alemania) repitió triunfo por delante de otra rusa, Lyudmila Bragina, oro olímpico en 1.500 en Múnich 1972.

Así, siempre a contracorriente, sin ayudas, logró también 25 títulos nacionales, de los 800 a los 5.000 metros. Y con 25 años dejó de correr en 1980 para ser madre. Ya trabajaba en una caja de ahorros (el atletismo nunca le dio para vivir). “Lo dejé porque la Federación ponía problemas un día, otro... Cuando tuve a mi hija no hice nada en dos años. Corría suave y ya. Pasado ese tiempo, entrené mes y medio y dije: ‘Voy a correr el campeonato de España’. Cuando me vieron aparecer me dijeron: ‘¿Qué vienes a hacer?’. ‘A correr’. ‘Sí, venga... Si no ganas no vas al campeonato del mundo”, me contestaron. Ganó, claro, pero rechazó ir al Mundial. “¡Te pones una falda y vas tú!, le dije al de la Federación”, contó muchos años después, cuando ya sus rodillas y una llaga en un pie la impedían hacer lo que más le gustaba. “Lo que había dicho era un desprecio no hacia mí, sino hacia la mujer”. Hacia esas mujeres que ahora inundan las carreras. Las que son más libres gracias a la pionera, a la atleta española más importante de la historia.

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