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ESQUÍ | DESAPARICIÓN

Un día con los ojos que buscan a Blanca entre las zarzas

Varios grupos de montañeros expertos en la zona se adentran en la sierra madrileña para reforzar el dispositivo de la policía y la Guardia Civil.

Actualizado a
Un día con los ojos que buscan a Blanca entre las zarzas
EDUARDO CANDEL REVIEJODIARIO AS

Mientras varios drones sobrevuelan la sierra de Madrid, Javier Sánchez, fotógrafo de 54 años y apasionado de la montaña, recorre a pie el perímetro trazado por la Guardia Civil entre el arroyo del Infierno y Calle Vieja, en Guadarrama. Sánchez es uno de los más de 50 voluntarios que se han sumado este martes al dispositivo de búsqueda de la Blanca Fernández Ochoa, desaparecida desde hace más de una semana en esta zona. "Caminamos monte arriba y entre la maleza si hace falta", explica el veterano montañero mientras repone fuerzas en un merendero después de una batida de tres horas.

Allí donde la vegetación se espesa o el relieve dificulta la labor de los helicópteros y los drones, los voluntarios se convierten en los ojos del dispositivo sobre el terreno. Citados a las nueve de la mañana en Las Dehesas, cerca del aparcamiento donde las fuerzas de seguridad encontraron el coche de Fernández Ochoa, se presentan y son distribuidos según su orden de llegada. Una vez organizados, el agente de la Guardia Civil que guía al grupo busca a los más experimentados: "¿Quién conoce bien la zona?". Cuatro bastones se alzan en el aire y sus dueños se acercan al agente, que despliega un mapa de la montaña y explica la ruta a seguir en el área acotada para realizar la batida. Los voluntarios asienten y se ponen en marcha.

No van solos. Los 11 grupos de búsqueda, organizados por el Ayuntamiento de Cercedilla, son liderados por un agente de la Guardia Civil y acompañados por un perro de la Policía Nacional, que olfatea sin descanso las pistas forestales en busca de cualquier indicio que pueda conducirlos a la esquiadora. Cada grupo, de unas 15 personas, lo completan dos agentes de Protección Civil y uno de la Policía Nacional. El conocimiento del terreno, la experiencia y un equipamiento adecuado son los requisitos para participar en las batidas.

Todos reciben la directriz de no alejarse más allá de entre 10 y 15 metros de un compañero y tratar de mantener siempre el contacto visual. Los más experimentados, como Alfredo Martínez, montañero de 63 años, se adentran en las zonas que mejor conocen: "Vamos despacio, pero con seguridad, a veces entre las zarzas". Martínez, que reside en Los Molinos, una localidad cercana, se ha sumado "por solidaridad" y porque cree que su exhaustivo conocimiento del lugar puede servir de ayuda. El ruido de los helicópteros interrumpe su conversación con Iván Bermejo, otro voluntario con el que ha compartido grupo. Bermejo, madrileño de 44 años, es un auténtico experto de la zona: "Prácticamente me he criado aquí y vengo cada verano desde hace más de 20 años, sentía que tenía que ayudar".

Otros se mueven por motivos más personales, como un grupo de cuatro jóvenes cercanos a la familia de Fernández Ochoa, que descansan en el mismo merendero que el resto de voluntarios, junto al aparcamiento donde se encuentra la base de operaciones del impresionante despliegue de las fuerzas de seguridad. "Es un momento muy difícil, tratamos de hacer lo que sea para ayudar", afirma una de las chicas mientras hace estiramientos tras la caminata.

Si bien mantienen el ánimo, los voluntarios son conscientes de que la búsqueda es muy complicada. "Como buscar una aguja en un pajar", explican. "Hemos podido pasar a su lado y no haberla visto", comenta Sánchez. La complicada orografía de algunas de las áreas de búsqueda ha impedido que se cubra el 100% del terreno previsto en cada batida. "Hay barrancos, cañones... Yo mismo he subido un rato escalando por el río", afirma el voluntario. Fuentes de la Guardia Civil ya anunciaban desde primera hora de la mañana que iba a ser “imposible” reconocer al completo las zonas delimitadas. Los voluntarios que más conocen el terreno coinciden en que la zona de Siete Picos es la más peligrosa y que por ello las autoridades han evitado enviarlos allí.

Pasadas las tres de la tarde, un senderista llega al merendero, bastón en mano y con el gesto torcido. "¿Qué tal?", pregunta Sánchez. "Infructuoso", se limita a contestar el recién llegado. Mientras, los demás voluntarios devoran los bocadillos que han repartido las fuerzas de seguridad y esperan ansiosos a que algún agente los llame para volver a subir a la sierra. "Y si hace falta también mañana, pasado y al día siguiente, estamos para eso", sentencia Sánchez.