Gemma Mengual: “Yo no nadaba pensando, yo nadaba sintiendo”
Gemma Mengual (Barcelona, 1977) emociona cuando habla de sincronizada. Es como cuando nadaba. Pura expresión y pasión.
¿La gente sabía qué era la sincro cuando empezó?
¡Nada! En el cole me decían. “¿Y eso qué es?”. “Como bailar en el agua”. “¿Eeehhh?”. Me costó que la gente lo conociera.
¿Hizo antes algún deporte?
Natación. El monitor decía: “Esta niña tiene mucha facilidad en el agua: flota mucho, se mueve fácil”. Ya era un pececillo cuando, a los 9 años, por mi prima, empecé en la sincro.
¿Cómo fue?
Fui a verla a la piscina de Sant Jordi, una exhibición en Navidad, y recuerdo alucinar. Mis padres: “¿Quieres hacer esto?”. “Sí…”. En febrero me apuntaron.
¿Qué le gustaba?
Soy súper musical. De oírla y moverme. Fuera del agua me da más vergüenza, pero dentro me dejo llevar. Era mi combinación. Agua y expresar con música.
¿Cuánto entrenaba?
La sincro es la caña no, lo siguiente. Muy heavy. Con 8, 10 años, ya entrenas tres horitas. Yo con 14 entré en la Blume, en Barcelona, 8, 9 horas y estudiar. Con 15 competía internacionalmente, con mi club, el dúo y, cuando salíamos fuera, la gente decía: “Oye, las españolitas...”.
Fue voluntaria en Barcelona 1992.
Sí. La sincro se hacía en Picornell y nos lo propusieron. Había visto Juegos por la tele. Mi tía grababa siempre la gimnasia, era profesora, y la sincro por mi prima y me los tragaba. Pero Barcelona lo vi en directo. Eso me motivó muchísimo.
¿Por qué?
Estuve a pie de piscina todo el tiempo. Y alucinaba. Me acababa aprendiendo las rutinas.
¿Sí?
Claro, veía los entrenos. Pon, pon, pon; repetir, repetir..., y luego me tiraba a la piscina y decía: “Esto es lo que hacían las chinas, esto las austríacas...”.
¿Le decían algo las demás?
¡Todas éramos así! Me acuerdo con Irina (Rodríguez), mi compañera en el dúo, con mucha memoria también: “Éste así”. Y lo probábamos. Fue un chute verlo ahí: “Quiero ser esto, ir a unos Juegos”. Pues cuatro.
Y diez horas al día en el agua.
Yo ahora, si estoy una... Frío, manos arrugadas, se me corta la circulación... Me pasa de todo. ¡Y hace dos años estaba en los Juegos! Es flipante. Pero cuando estás en el día a día, tus 8, 9 horas, la piel se te acostumbra. Se arruga, pero más tarde.
¿Molestan las pinzas?
No puedes no llevarlas. Se te cae una y ya puedes, por gracia divina, sacarte otra y ponértela. Si no no llegas al final. Te mueres. Boca abajo, saldría todo el aire por la nariz, entraría agua. Si ya te ahogas con ella que ves colores y todo imagina sin ella.
¿Se le cayó alguna vez?
Recuerdo una en un preolímpico. Una rutina de equipo, tras una figura, mortal bajo el agua con patada de braza para avanzar. La que tenía delante me dio en la nariz y la pinza salió volando. Y yo salí con todas, en formación, pero con un brazo, no sé ni cómo, metí la mano en el bañador y saqué otra. Si no me la llego a poner, no hubiese aguantado.
Qué curioso.
Es tremendo. Llevamos siempre dos de más. Por si aca.
¿Cuánto mantiene la apnea?
No sabría decirte. Una vez aguanté tres minutos y pico. Y me pararon. “Vale, está”. Igual hubiera estado más. La sensación de ahogo llega un momento en que la controlas. Pero puedes desmayarte. Por eso no nos gusta llegar al límite. Aunque lo duro de la sincro no es aguantarlo, sino hacerlo en movimiento. No paramos. Pa, pa, pa. Agonizas bastantes veces. Pero acabar una coreo, da un subidóóón. “He-a-guan-ta-do”.
¿El ejercicio más difícil?
El solo cansa mucho, a nivel muscular y de tensión, los ojos en ti. En los dúos también te ven todo, te compenetras, no te relajas nada. Y los equipos ya ni te cuento. Ocho personas, millones de cosas. No es: “Bah, si me equivoco no pasa nada”. No. Si te equivocas jod... al resto.
¿Cuánto tardan en componer una rutina?
Un año, pero la versión final igual la tienes un mes antes. Reinventas, cambias. Nunca hacemos una en enero igual que en julio. A dos meses intentas cambiar lo mínimo, pero siempre hay detalles, ¡por eso estamos tantas horas! (ríe). La sincro es lo exacto. No el “más o menos”.
¿Y cómo se logra que eso lo hagan ocho personas a la vez?
Repitiendo, mucho vídeo, cámara lenta. En grupitos, por parejas, ante el espejo... Y contando la música matemáticamente. Todo tiene un número.
¿Sí?
Sí. Todo, todo. Empieza la música y es: “Un, dos, tres...”. Cada movimiento un número. Está todo clavado. Incluso la brazada debajo del agua antes de salir.
Su primer Europeo absoluto fue en Viena, en 1995.
Y flipaba. Representábamos al equipo absoluto en Europa. Acabamos quintas. En Sevilla 1997, cuartas. Tres después, medalla. Una progresión brutal.
¿Cómo son los jueces?
Les cuesta ceder cuando tienen una idea preconcebida. Has de demostrar que estás muy, muy por encima varias veces. Cuando lo hacen ya puedes mantenerte ahí, pero hasta entonces... Tres años. A nosotras nos pasó, tras Sevilla hasta el 2000, el primer podio. Nos decían: “Ya canta”. Cuando nos llegó ya fuimos para arriba. Teníamos un equipo, con Anna Tarrés al frente, potente y soñador.
¿Anna la llevó a usted al equipo nacional?
Era mi entrenadora del club desde el segundo, tercer año. He estado con ella siempre.
¿Y ya era tan dura?
Siempre ha sido muy ambiciosa. Busca objetivos a lo grande y te arrastra. Tiene esa capacidad. Y el grupo era un poco así. Cuando empezamos no había becas. Lo hacíamos por pasión. Y ella nos inyectaba ese creer en algo grande que pudiera llegar.
¿Cuándo cobró por primera vez de la sincro?
Con 17, tras la plata juvenil en Europa. La Federación me dio un pequeño premio que ingresé en una cartilla. Ya tenía para caprichos sin pedir a mis padres.
¿A qué se dedicaban?
Mi padre, en La Caixa. Y mi madre, en varias cosas. Fue monitora en un gimnasio, dando clases a lo Eva Nasarre (ríe).
¿El deporte le viene de ella?
Y de mi padre. Hizo varios, y era bueno. Fútbol, taekwondo...
¿Cómo elegían la música para la coreografías?
Es un proceso complicado.
Cuénteme.
En los equipos es más crear una historia. “África”. Y venía un africano para hablarnos e inspirarnos. En los solos las elegíamos Anna y yo. “Esta me gusta, ¿a ti?”. “No tanto”. O sí. Debía ser una que te hiciera sentir.
¿A usted cuál le hizo más?
Buf. Muchas. Cuando era más niña elegía la música más a la moda. Pero a partir de una edad lo hice ya pensando en qué me sacaba de adentro.
Con el ‘Yesterday’, en Roma, sus compañeras la ovacionaron.
Fue en 2009. Todo el mundo estaba muy pendiente de mi solo y el de Ishchenko. Mucha gente quería que yo ganara. Ella hizo El lago de los cisnes, correcto, bonito, pero normal. Yo dije: “Me voy a dejar la piel. Voy a sentirlo. Va por vosotros, por toda la sincro”. Sabía que lo tenía difícil. El Europeo anterior había ganado pero esto era un Mundial. Los jueces cambian, influencias... Acabé, mis compañeras llorando. Fue muy bonito. Luego lloré yo tres horas.
¿Sí?
Se me juntó todo. No por la plata. Llevaba mucho en la sincro, estaba preparada para quedar segunda. Fue el ambiente. En las entrevistas, unos llantos... La gente: “No es justo”. Y yo: “¡No me lo digáis más que me estáis matando!” (ríe).
¿Cuándo la eligieron solista?
Fui desde siempre. Desde que empecé a salir a internacional.
¿Recuerda su primer viaje?
Con 8, 9 años, un campeonato de España en Vigo. Me pasaron mil cosas. Yo era muy despistada y lo recuerdo traumático (ríe). Perdía las gafas, nos íbamos a hacer el moño y yo, como era muy tímida, me quedaba esperando a que me lo hicieran, llegaba a la piscina sin él... Y bronca. Luego perdí el autocar. Fui al lavabo y no me esperaron. Y al llegar... Bronca. Espabilé, eh...
Anna decía que usted emocionaba en el agua.
Yo no nadaba pensando, nadaba sintiendo, sólo sintiendo.
Sus compañeras la decían ‘Estrellita’, de Estrellita Castro.
Era la guasa. Por ser la solista. La Tarrés decía: “Venga, Estrellita”. Y no me hacía ninguna gracia, eh. Pero, mira, tengo amigas que me guardan así en el móvil: “Estrellita Mengual” (ríe).
¿Sí?
(Ríe) Sí. O me decían: “Mengual sigue igual” (ríe). De cachondeo, cariñoso. Porque, claro, íbamos por la calle y me reconocían: “Es que vamos con la Mengual sigue igual” (ríe). “Qué cabr...”. “Pero tía, te conoce todo el mundo”. Se hacía raro. “Tía, que venimos de la sincro”.
Sydney 2000 fueron sus primeros Juegos.
Fui con Paola (Tirados) al dúo. Recuerdo vivirlo, guau, la Villa..., muy, muy intenso. En los otros ya no fue igual. Relativizas.
¿Anécdotas?
Estar desayunando, mirar a la izquierda: “Phelps...”. Al lado, con cuatro hamburguesas. O, recuerdo, con Rafa Nadal: iba por ahí y, de repente, todo el mundo, rarara, giraba la cabeza (ríe).
¿De Atenas aún duele el cuarto puesto?
En el momento sí. Pero creo que fuimos al límite en todo. El dúo estaba con pinzas, las coreos. Y como entrenábamos mucho para que eso saliera lo mejor posible, llegamos pasadas de forma. Yo, muy delgada, resfriada. El cuarto puesto pudo ser un tercero, sí, pero llegando así, la sincro como es, unos Juegos...
¿Pensó que se retiraría sin medalla olímpica?
Tras Atenas, viendo la progresión, pensé: “Este es nuestro ciclo, hasta Pekín”. Aguanté por eso. Todas. Lo veíamos claro.
Y en Pekín, dos platas.
En el dúo estuvimos muy cerca de Rusia. Sufrieron mucho.
¿Qué sintió?
Saliendo de la escalera le dije a Andrea (Fuentes): “Nena, está”. Y al ver las puntuaciones: “¡La tenemos!”. Sabíamos que nunca había pasado.
Fue dúo con Irina, Paola, Andrea y Ona (Carbonell). ¿Qué le dio cada una?
Todas algo diferente. Irina fue mi compañera de siempre, crecimos juntas. Yo era muy elástica, ella no. Con Paola surgió la parte más artística; ella más responsable, yo, más loca y pasional. Andrea es Aries como yo, nos parecíamos. Aprendí de su nunca un no. Y Ona tenía la energía de la juventud, yo de la madurez.
Compitió en Río tras estar retirada cinco años, dos hijos...
El otro día alguien me dijo: “Parece que has puesto de moda retirarse y volver tras ser mamá”. Muchas lo están haciendo. Yo tuve dos, era bastante mayor y llevaba cinco años parada. Ahora, durísimo hacerlo.
¿Cómo fue el trabajo? ¿El cuerpo?
Ana Montero me hizo entrenamientos progresivos, poco a poco. Y en cinco meses me puse, eh (ríe). El cuerpo tiene memoria, es cierto.
¿Cómo fue volver a la piscina en Río?
Pensé: “¡Quién me mandaba a mí!”.
¿Sí?
Hubo momentos en los que me dio palo, que decía: “Ahhh”. Pasar por eso. La competición, los nervios. Pero estaba para tirarme con Ona y oí a Joe, mi hijo, “¡Mamááá!”. “Esto no tiene precio, que me vean mis hijos, da igual el resultado”.
Cuando le llamó Ana Montero para ofrecérselo tenía un mojito en la mano...
Sí. Estaba en la playa, mis hijos, otras parejas y, pum, la bomba. Me removió. “No seas descerebrada, piensa”, me dije. Tres días. “Anita que sí”. Y llorando las dos. “¡Estoy locaaa!”. En dos semanas estaba entrenando.
Cuando se retiró para ser mamá en 2012 al volver al equipo, un año más tarde, notó que algo había cambiado.
Sí, en la dinámica, en Anna...
¿Por qué?
Creo que a Anna le costaba encajarme. Y yo me di cuenta, lo noté. No hubo sintonía entre ella y yo. Tampoco esperaba una alfombra roja. Sí tacto: “Ves aquí, ves haciendo”. No. Fue: “Métete en el grupo y adáptate”. Muy chocante. Duré cinco meses.
¿Tiene relación con ella hoy?
Sí. De respeto. Nos formamos juntas en esto. Y eso es algo que nos une y unirá siempre.
¿Cómo vivió usted la carta de las quince nadadoras denunciándola?
Como que había chicas con sus razones y el derecho a decir qué pensaban. La gente ha de saber cuándo se equivoca. Y duele, pero hay que asumirlo. Ella cuando quiere también lo hace. O yo, que me he quemado en un momento y he dicho algo, aunque luego me arrepintiera.
Como tras sus críticas cuando su Ucrania se clasificó para Río y el equipo de España no.
Sí. Ese día me tocó la fibra. Mira que yo no suelo pronunciarme. Pero hubo cosas en sus palabras que me removieron. Venía de la decepción, esas niñas sin su sueño y oír qué cosas… Le di al tarro las doce horas de viaje. “¿Pero cómo puede haber dicho esto? ¿Cómo se puede ser tan tal a veces?”. Me calenté.
¿Cómo está la sincro ahora? Usted en la parte técnica.
Tenemos una entrenadora muy metódica, que sabe llevar al equipo. Lo está haciendo bien. Poco a poco se está viendo. Se comentó en el Europeo, a ver el Mundial. Yo cuando voy intento aportar. La sincro ha sido mi vida y es mi pasión. Pueden contar conmigo para lo que necesiten.
¿Lleva la cuenta de sus medallas? ¿Dónde las guarda?
No llevo la cuenta. Las tengo en cajas de zapatos, en un altillo. Me quedo los momentos.