"Nuestro oro en Barcelona ni estaba programado en TV..."
La historia de Mercedes Coghen (Madrid, 1962) es la de la primera medalla de oro por equipos del deporte femenino en España, la de la Selección de hockey en 1992, los Juegos de Barcelona. Empezó en su padre. Y tuvo mucho de hierro, sudor y armarios en la Villa.
Es Mercedes Coghen Alberdingk-Thijm. ¿Le viene el hockey de su origen holandés?
¡Yo es que tengo mucha mezcla! Mi padre era español, hijo de cubana. Mi madre era holandesa. Pero mi afición del hockey no viene de Holanda. Viene de mi padre, de su grupo de amigos, con los que jugaba.
¿En Madrid?
Sí, nací aquí. Mi padre metió el hockey en el Club de Campo, en el colegio Rosales, donde yo estudié. Por sus negocios con holandeses conoció a mi madre, que jugaba, pero no era de las buenas (risas).
¿De dónde le venía a su padre la pasión por el hockey?
De empezar practicando con aquellos amigos. Montaron un equipo. La chispa no sé de quién surgió. Él era portero, jugó muchísimo. Yo soy la quinta de seis hermanos y estuvimos todos en la selección menos el mayor al que, con problemas de corazón, no se lo recomendaron.
Su hermano Juan Luis fue plata en Moscú 1980.
¡Recuerdo su medalla en blanco y negro! Yo tenía 16 años y la vimos todos en una casita que teníamos en Huesca, emocionadísimos. Que no sabíamos si la darían en la tele o no.
¿Había niñas en hockey?
Fíjate, a Mariví González Laguillo, portera en Barcelona, me la traje del colegio, del equipo de balonmano. ¡Fuimos campeonas de España cadete! A hockey no tenía con quién jugar pero mi padre estaba empeñado en hacer un grupo de chicas. La portera, buenísima, se fue a vivir a Sevilla y Mariví se puso en la portería… Y acabó oro olímpico.
¿Cómo se pasó usted al hockey?
Yo el hockey lo había visto siempre. Jugaba en el jardín con mis hermanos, no tenía otras personas con las que hacerlo que con aquellos bestias. Me tiraban unas cortadas… (ríe) Viajaba a todos los torneos con mi padre. En cuanto pude, me dejó competir.
¿Dónde?
En el Club de Campo. Entraba con el grupo de mi hermana, siete años mayor. Yo debía decir que tenía 17 y eran 15. No había juveniles. Así empezó todo. Recuerdo a mi padre: “A ver Mercedes, corre”. Y le decía a un señor. "¿Ves? ¡Lo hace como un chico!" (ríe). Cuando tuve 17 de verdad ya estaba la Sub-21. Viví la transición a la modernidad.
¿Por?
El hockey ganó mucho con el cambio de hierba natural a artificial, exigido por la Federación Internacional. Técnicamente cambió todo, lo igualó. La natural bota, no te permite gestos técnicos, es más irregular.
¿Qué cambió la llegada de José Manuel Brasa a la Selección?
Fue alguien con una visión muy innovadora. Trabajó muchísimo por nosotras. "El gallego loco", le llamaban en el CSD. Iba a pedir de todo.
¿Cómo formó el equipo de hockey de Barcelona 1992?
Pues además de las jugadoras de clubes y liga, trajo a chicas del hockey sala, dos o tres, a la Blume. Jóvenes de mucho nivel pero no habían visto un campo de hockey hierba en la vida. Y tenía muchas líderes. Gente muy apasionada, con garra. Y nos subió mucho el nivel físico. Ahora la gente está más preparada, pero antes… Es que casi no entrenábamos.
¿Cómo era su método?
Muy diferente. Las porteras, por ejemplo, tenían unas cortinillas que les impedían ver la bola hasta el último momento para ganar reflejos. Inventaba de todo. Yo he entrenado parar penaltis con una bola de tenis, lo que más me cansaba. O mirabas la bola o te pegabas unos bolazos… ¡Salía a 300 por hora! Luego, cuando te tiraba una rival, decías: "¡Si no es nada!" Pasar de un club que no tenía ni para entrenadores a esto…
¿Qué les contó?
Cuando nos reunió a las primeras 30 para Barcelona, nos dijo. "Podemos ir a participar, estamos clasificados. O ir a ser sextos, algo normal. O a semifinales y a por todas". Y, claro, las que estábamos allí éramos tan competitivas que ni nos lo planteamos. Lo que no sabíamos era lo que vendría. Lágrimas, sudor y hierro.
Pero luego en los Juegos…
Físicamente estábamos... Jugamos dos prórrogas. Sin cansancio. El preparador, David, venía del atletismo. Era muy exigente. Llegó a ser odioso para muchas. De pasarlo mal. Pero sin eso no hubiéramos llegado.
¿Recuerda el momento en que a España le dieron los Juegos de Barcelona?
Sí. Estaba en un Mundial de hockey de chicos en Londres. Mi marido, que ha sido jugador, competía allí. Y recuerdo que estaba viéndolo en un restaurante, de estar pendiente de si nos los daban o no. Y cuando sí. ¡Ay los saltos! No sé si asimilábamos todo lo que nos venía. Los años que vinieron yo los pasé cada vez más dedicada al hockey.
¿Apartó lo demás?
Mira, yo estudié Turismo y luego quería estudiar para intérprete pero sólo había en Suiza o Granada. Tenía que irme de Madrid, dejar el hockey... Así que hice Derecho. Y, al acabar, un máster: necesitaba seguir hasta el 92, un año más pegada al palo. Cumplí 30 en los Juegos.
Dijeron: "Vamos a intentar ganar a todos los rivales antes de Barcelona". Y lo consiguieron en febrero de 1992.
A Australia, un partido en el que Mariví se multiplicó por mil. Eso fue una estrategia muy bien pensada. Creo que el entrenador de ahora de la selección femenina de hockey, que ha subido mucho de nivel y ha ganado el Mundial, ha preguntado cómo lo hicimos. Juega contra chicos. Como nosotras, que jugábamos con todo lo que se movía en España.
¿Sí?
Llegaron a pensar hasta si meternos en la liga. Queríamos competir. Ahora se juega más. Antes no era habitual. Para cumplir partidos debías esperar competiciones oficiales, un torneo, invitaciones... Si te cuento la historia del intercambio cultural con Lituania, vas a alucinar...
Cuéntemela.
Fue en 1991: aterrizamos en Moscú justo antes de que se independizara de la URSS. Al llegar viene un señor, en chándal de esos antiguos, rusos. "Ahora, a Lituania en autobús". Y era uno de los años 50, con las sillas duras… ¡Que aún quedaban 1.000 kilómetros hasta Siauliai! ¡Todo entre fronteras! Entrábamos medio a oscuras en las gasolineras, parecíamos ilegales. Fue tremendo, tremendo.
Y cuando llegaron...
Sin dormir nada, sin comer. Nos recibió el alcalde, en medio de la plaza, con gente vestida de traje típicos y un pan... ¡y nosotras sólo queríamos comernos el pan porque estábamos muertas de hambre! (ríe). "Vamos a ver el campo antes de ir al hotel", dijo el entrenador. Nos habían dicho que era muy bueno… ¡Pero era de tartán negro! Como un indoor gigante. Algo como de broma. Pero en aquella época había fax no mail o Google (ríe). Eso sí, aquello nos unió muchísimo. Estuvimos como un mes por Europa. En Alemania, Holanda, Bélgica, con unos maletones…
¿Y al volver?
En el aeropuerto aparecieron el piloto y las azafatas con la llave, ¡a abrirlo! Las maletas las pasamos nosotras por el escáner. Y cuando vino el avión. "Ya viene, ya viene". Baja y era de motor. Metemos las maletas y dice el piloto: "No cabe nadie más". "¡Pues bajamos las maletas y nos vamos nosotras!". Al final tuvimos que esperar otro... (ríe).
Preparando los Juegos de Barcelona, coincidieron con el Barça en una concentración…
Fue en un centro de alto rendimiento en Holanda. Jugábamos al mus con ellos. ¡Y nos decían que estábamos chaladas! Nosotras entrenábamos tres sesiones al día y ellos, creo, dos.
¿Su pareja al mus?
Guillermo Amor. ¡Y ahí nosotras estuvimos poco listas! ¡Teníamos que haber hecho timbas de pasta! Nos daban 2.000 pesetas (12€) como de dietas, para tener algo, extraordinario, y ellos, además del sueldo, ¡tenían 10.000 (60€) para gastarse en unas máquinas con batidos, Mars y cosas de esas!
¿Usted era buena al mus?
No era mala, eh. Pero fuimos bastante naif. ¡Si a ellos les hubiera dado igual perder (ríe)! También nosotras vivimos esa transición, la del dinero.
¿Por qué?
Porque entramos en el hockey por pasión, por hobby, aunque entrenaras como profesionales, no vivías de ello.
¿Los clubes no tenían dinero?
Para nada. ¡Si no teníamos ni para el entrenador! Todo el mundo se pagaba la ficha, las faldas. Nos bordábamos los jerséis. Una V cosida por nosotras. Todo muy casero. Y de ahí pasamos a tener dinero. La prueba de que lo nuestro fue muy de pasión y que la intensidad nos agotó es que, cuando nos dieron la beca tras el oro, nos retiramos siete.
En Barcelona fueron las primeras en llegar a la Villa.
(Ríe) Sí, qué vergüenza. Nos cambiaron el calendario para que, en el 92, pudiéramos entrenar ocho horas al día en Terrassa. En febrero habíamos terminado. Vivíamos en un hotel, Don Cándido, que inauguró Bertín Osborne y nos encantó. Para aquellos meses nos compramos unos armaritos de plástico...
Y cuando abrieron la Villa…
¡La abrimos nosotras! Llegamos con nuestros armarios. Nos miraba la gente… (ríe).
¿Cómo era la vida allí?
Emocionante, maravillosa. Descubrimos las máquinas de Aquarius, que eran gratis. Nos poníamos moradas. ¡No sé cómo no caímos malas! Había hasta una especie de Whatsapp, un ordenador para dejar mensajes a otros deportistas y tal.
¿Le dejaron a usted?
No, no. Yo estaba casada. Era la seria. Pero era una gozada la Villa. La comida, espectacular. Desayunabas con el de vela, que se comía unos spaguettis, luego carne, dulce. Y decías: "¿Esto para desayunar?". "Es que soy el que peso, el que va colgado...". Y veías a los de la NBA, el Dream Team, que no vivían con nosotros, pero nos iban filmando con sus camaritas, como si fuéramos marcianos (ríe).
¿Se hizo fotos con algún deportista?
Con todos lo que pasaban por ahí famosos. Con Steffi Graf. Y con Moreno, el día que ganó el oro, Mariví y yo. Llegó al comedor como a la una, con el oro. Lo tocamos: "¿Imaginas ganar uno como éste?".
Y ahora lo tiene en el bolso.
Lo guardo en un armario que compré en el rastro, de cristales antiguos. Lo tengo muy a mano, lo enseño mucho.
¿La favorita en hockey?
Las de siempre: Australia, Holanda, Alemania... Y Corea. Venía de los Juegos de Seúl que se habían preparado como nosotras pero en plan asiático.
¿Las rivales contaban con ustedes?
Imagino que dirían: "Ojo a España que ha subido mucho el nivel y juega en casa".
En la clausura usted llevó la bandera. ¿Estuvieron todos los Juegos?
Desde el día que abrieron hasta que ya nos echaban (ríe).
¿Cómo fue la inauguración?
Me pone la piel de gallina pensarlo. Nos dijeron que nada de tacones, que era muy cansado y no querían heridas. Nuestro entrenador que era muy pesado. Pero fue cansado, sí. Antes de ir nos hicimos millones de fotos. Y salimos del Palau corriendo. Eso no nos lo habían prohibido y queríamos coger sitio. "A nosotras que se nos vea". Fue bonito. El túnel, el Príncipe con la bandera en el suelo, los nervios, el rugir, el estadio... Había llegado el momento de dar todo.
¿El primer partido?
Con Alemania, horroroso. Jugamos mal, torpes, con muchos nervios. Empatamos a dos.
¿Cómo fue el llegar al vestuario tras ese primer empate?
Empatar no estaba mal. Tenías grupo para hacer resultados. Y nosotras estábamos bastante encerradas. Vídeos, charlas, masajes, pista de atletismo para lo físico… Que allí nos encontramos con el equipo de relevos americano. Y estaba Carl Lewis. Y fuimos todas simpáticas a ver si nos hacíamos una foto y fueron unos bordes... Nos cayeron fatal. Unos gilip... Pero verles fue emocionante. Para nosotras todo era una primera vez. Nadie nos hacía ni caso.
¿Los medios?
Nada, muy poco. ¡Si a nivel nacional la final no estaba ni programada en la parrilla de televisión!
¿No fastidie?
¡Claro! ¡Se pensaban que no íbamos a llegar!
¿Y cómo fue el hacerlo? Los partidos, las sensaciones...
Era nuestro objetivo y nos lo creímos. Que éramos capaces. E íbamos ganando, avanzando…
¿Tenían analizada cada rival?
¡Teníamos hasta reuniones por líneas! Y nuestro entrenador tenía una táctica: ponía a los medios más físicos al principio, para desgastar y, cuando veía al otro equipo cansado, sacaba a las dos más hábiles, en plan Guti. Le solía funcionar mucho.
¿El partido más difícil?
El de Australia. Lo pasamos muy mal. Ganar a Corea en la semifinal fue la monda lironda. Tengo una foto recogiendo los palos porque los tiramos todos... Y decía: "¡Que nos queda la final!". Pero Australia... Metimos un gol y defender a un equipo con seis delanteras costó muchísimo. Fue en mi cumpleaños, qué regalo. Y Alemania que es una final, obviamente...
¿Durmieron, fueron capaces?
Recuerdo con Mariví, en la habitación: “Nada, que estamos en la final”. Teníamos ya una medalla, algo bestial, el objetivo. “Que somos nosotras, la prima, la amiga, nadie, que hemos crecido en esto”. Yo dormí de maravilla. Y amanecí: “Voy a jugar una final”. ¿Qué más quería?
¿Algún consejo de su hermano?
Le recuerdo siempre, acompañándome. En casa, tener a alguien en una final, con lo que ha sido el hockey para nosotros... Fíjate, el día antes, se me acercó un señor, Salvatella, del Terrassa. "Te voy a dar esto, Mercedes". Era una foto de mi padre dando un trofeo en un torneo. Yo al lado, muy pequeñita, siempre tan pegada a él. "Creo que éste te estará mirando desde arriba".
¿Había fallecido?
Cuando yo tenía 14 años, pero ya me inculcó ese amor. Crecí mucho en el hockey pensando en él. Su frase: "Corre como un chico".
¿Llevó consigo la foto a la final?
No, no la quería perder. La tengo en casa. Sí pensé: "Es verdad, esto para él debería ser alucinante".
Y en la final, otra vez Alemania.
Dije: "Si empatamos ante ellas en nuestro peor partido aquí, hoy no nos pueden ganar en la final. No-pueden". Aunque ellas también jugaron mejor que en el primer partido.
¿Y cuando ganan ustedes y son campeonas olímpicas?
Ahí sí que ya no fui a buscar los palos, que se quedaran todos ahí (ríe). Fueron todo abrazos, besos, lágrimas.
Ustedes fueron el primer gran éxito de equipo.
Mira, yo en el podio pensaba: "Ojalá pudiera estar fuera, viéndome cómo me pasa eso". Fue tan deprisa. La cara de todas, la medalla, mirarnos: "¿No se puede repetir eso muchas veces?".