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ESPAÑA 8 - ITALIA 7

Una apoteósica España se quita el trauma de Barcelona '92

En un partido descomunal, y después de remontar un 5-7, capitaneados por López-Pinedo y bajo la dirección de David Martín, España se cita con Serbia en la final del Europeo tras tumbar a Italia (8-7).

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Una apoteósica España se quita el trauma de Barcelona '92

Las Picornell reventaron de pasión y euforia 26 años después de aquella final olímpica de Barcelona 92 ante Italia. En un partido descomunal en las semifinales del Europeo de Barcelona, la generación que dirige David Martín lapidó los fantasmas de aquella plata amarga, después de tres prórrogas, en la final más larga de la historia del olimpismo ante la misma Italia. Una carrera de Fran Fernández hacia la gloria a falta de un minuto para el final significó el 8-7 en el marcador, después de la enésima parada de López-Pinedo. En la última posesión, el meta español, de 38 años, también detuvo el lanzamiento de Figlioli, que acabó entrando por centímetros, pero que el colegiado Margeta, quien en Londres 2012 no le dio a Iván Pérez un gol en las mismas circunstancias, no concedió tampoco. El destino tenía con España dos cuentas pendientes. Y se las cobró en un partido épico que le da el pase a la final que se celebrará el sábado ante Serbia (22:15).

El partido pasó por muchas fases, y España sobrevivió porque fue más fuerte, siempre creyó en ganar y la piscina la llevó en volandas. David movía su brazo derecho con fuerza en cada recuperación, pidiéndole a sus jugadores velocidad. Es uno de los secretos de esta selección, jugar en transiciones rápidas, para provocar el desgaste en los rivales. Antes de eso, Italia se había adelantado con un tanto de Bodegas en la primera acción del partido. El gigante boya francés nacionalizado italiano, como el español Guillermo Molina o el hispanoargentino Gonzalo Echenique, se giró y batió a López Pinedo. No sabía Italia que estaría diez minutos seguidos sin ver portería.

Como en aquella final de Barcelona '92, López-Pinedo se disfrazó de Jesús Rollán y echó durante un tiempo la llave de la portería, besando el balón y alcanzando un porcentaje de acierto del 89%. Felipe Perrone fue Manel Estiarte, con el tanto del empate en superioridad (1-1) y una asistencia marca de la casa para que Roger Tahull, como si fuera Jordi Sans o Chava Gómez, batiera al imbatible Del Lungo. España lo bajó a la tierra tras su estratosférico encuentro ante Rusia, con un 94% de acierto en la meta. Los chicos de David Martín fueron un muro en defensa y un volcán en ataque, cuya erupción no se producía hasta que se agotaba la superioridad. Con paciencia, Munarriz, como si fuera Toto García, y Blai Mallarach, con la zurda de Sergi Pedrerol, pusieron un 4-1 en el luminoso. Los aficionados de las Picornell se frotaban los ojos.

Pero Italia está forjada en acero y tiene una mente inquebrantable. Se levantó como lo hacen los campeones. De la mano de Ranzeto, rompió el muro de López Pinedo con dos goles, el último de ellos a falta de cinco segundos para que llegara el descanso (4-3). Y, en la reanudación, Chalo Echenique reventó la portería, como lo hizo Di Fulvio después (4-5). Entre medias, España desaprovechó una superioridad de seis contra cuatro. La corriente iba a favor de los de Campagna, uno de los verdugos en la final del 92. Mallarach, de un latigazo con la zurda, anotó un 5-5 que volvió a contestar Di Fulvio a falta de seis segundos (6-5). El partido no podía tener mejor desenlace.

Y así se vivió en último cuarto apoteósico, con los decibelios de la piscina por las nubes, viendo como España fue capaz de igualar un 7-5 (Di Fulvio volvió a anotar en superioridad) que parecía insalvable con goles de Tahull y de Granados. Dos bombas que hicieron estallar la piscina y casi los corazones de la gente. Los árbitros concedían superioridad en cada ataque, pero nadie atinaba a romper ese 7-7. López-Pinedo, cuando quedaba menos de dos minutos, sacó una mano prodigiosa y, Fran Fernández, hizo ese 8-7 que vale para la historia. El marcador ya no se movió y nadie quiso irse de la piscina. Fue un momento mágico, inolvidable, después de 26 años de pesadillas. Esta generación se ha ganado el derecho a escribir su propia historia.